El Largo Camino hacia Tipperary

El Largo Camino hacia Tipperary

por Ander Retolaza Balsategui

Isabel Balsategui Elosúa (10 de Julio de 1923). Mi madre. El pasado lunes hubiera cumplido 100. Murió de Alzheimer en una residencia de Bilbao en enero de 2018, con casi 95 años de edad. Tuvo una vida larga y complicada que intentó gestionar como pudo, un buen marido y cinco hijos, varios de ellos muertos de forma prematura y dolorosa.
Era la tercera de cinco hermanos de una familia euskaldún humilde. Vivían en el barrio de Zabala en Bilbao, cuando esa zona aún era un extrarradio semirrural de la ciudad. Durante años la familia giró en torno al caserío de su abuela materna, Madalen, que fue la última de los suyos en manejarse en un euskera urbano y residual, que aún tardaría décadas en ser recuperado y dignificado. Isabel estudió junto a sus hermanos y otros niños y niñas de clase obrera en el Colegio del Corazón de María, cerca de su domicilio, en la zona de Bilbao la Vieja. Desde sus primeros años de edad conoció las frecuentes huelgas de los ferroviarios que abundaban en su barrio, situado junto a la Estación del Norte. El padre, Gabino Balsategui, procedía de Eskoriatza, en la Gipuzkoa rural, y a lo largo de su vida hizo una transición ideológica desde un carlismo juvenil hacia un incipiente nacionalismo, a medida que el Partido Nacionalista Vasco ampliaba sus círculos de influencia en el territorio de Bizkaia.
A pesar de ser gente sencilla y trabajadora los Balsategui-Elosúa no tenían una clara conciencia de clase. Siempre profesaron un cierto orgullo nacionalista y nunca se sintieron del todo proletarios, lo que les distanció de algunos de sus vecinos, entre los que había muchos afiliados al sindicato anarquista CNT. La familia estuvo entre las pocas de su vecindario que mantuvieron esta posición, también asociada a una fe católica inquebrantable que Isabel mantuvo con tesón. En base a este arraigado sentimiento euskaldún, llegó a pertenecer al Dindirri, un grupo juvenil de danza vasca que se desarrolló en Bilbao durante los años 40 del pasado siglo, como una forma de resistencia cultural.
La familia padeció de forma trágica la Guerra Civil Española y sus largas consecuencias. Ya en los primeros meses de 1936 perdieron a Gabi, el hermano mayor, que con 17 años y a espaldas de sus padres, se había alistado en el Eusko Gudarostea, el Ejército Vasco, creado por el Gobierno Provisional de Euzkadi durante la Guerra Civil. Desapareció para siempre en el monte Artxanda, durante las primeras escaramuzas de combate en torno al Cinturón de Hierro de Bilbao, la línea fortificada en torno a la capital que intentaba defenderla de los rebeldes franquistas. Un desaparecido en la familia que dejó profunda y callada huella. Jamás hemos vuelto a saber nada de él. Noticias o rumores, imposibles de comprobar, hablaron de que lo habían hecho prisionero y fusilado algún tiempo después de su captura, en escarmiento por alguna fuga de otros prisioneros. Tras la desaparición del primogénito, pocos meses más tarde falleció el cabeza de familia, sumido en la pena y la culpa, alimentadas por un duelo familiar insufrible. María Elosúa, la madre de Isabel, y el resto de hermanos sobrevivieron saliendo adelante con gran esfuerzo, en un ambiente de dificultad económica y emocional a lo largo de los años de guerra y dictadura.
Allí permaneció durante varios años que le sirvieron para adquirir un buen dominio de la lengua inglesa, cuyo uso regular mantuvo hasta el final de su vida. A este grupo infantil de transterrados se les conoció como “Los Niños de la Guerra”. Algunos de ellos no retornaron nunca, definitivamente integrados en su país de acogida. Isabel pasó la mayor parte de su estancia en Gran Bretaña en la ciudad escocesa de Edimburgo, acogida en la casa del Dr. Ellis, que siempre la trató como a una hija. Estuvo muy tentada, también ella, de quedarse en el país y estudiar enfermería. Pero finalmente decidió retornar, acuciada por la difícil situación de su madre y hermanos, que reclamaban su presencia en casa como una contribución importante al activo familiar, al objeto de salir adelante en su lucha por la sobrevivencia.
Isabel nunca se arrepintió de abandonar la opción de vida que dejaba atrás, pero siempre tuvo claro que aquello suponía una dura elección a favor de los suyos, en buena parte apoyada en un sentimiento del deber de raigambre cristiana, que le costó asimilar. Los sentimientos de gratitud y admiración hacia las personas y el país que la acogieron los mantuvo vivos durante toda su vida. Y siempre unidos a un poderoso impulso que le llevó a una manifiesta añoranza, referida a cómo hubieran sido sus días en el caso de haber tomado la opción alternativa y quedarse en su país de acogida. Durante años, especialmente en Navidad (Christmas), se carteó, en inglés -por supuesto-, con el Dr. Ellis, que durante algún tiempo (nostálgico él también, a buen seguro) no dejó de reclamarla e intentar convencerla para que volviera, se formara adecuadamente y ejerciera como enfermera. Incluso lustros después de casada, y definitivamente abandonada la opción británica, siguió carteándose con el doctor, introduciéndonos ocasionalmente en la conversación epistolar a algunos de sus hijos, al menos a los más mayorcitos.
Quizá como producto de este conflicto entre el deber para con su familia y el duelo por una vida, posiblemente mejor, pero nunca vivida, Isabel mantuvo en su corazón algunas melodías en lengua inglesa que la marcaron. Especialmente con motivo de la participación del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Entre ellas, recordaba con especial afectación y cariño la conocida It´s a long way to Tipperary, que los soldados británicos pasearon por Europa durante aquellos años de conflicto apocalíptico. Su estribillo, publicitado en documentales y películas del bando vencedor, la acompañó hasta su muerte, cuando en medio de la desmemoria de un Alzheimer ya bastante avanzado, lo repetía -cantado en perfecto inglés- ante su sorprendido neurólogo, que no daba crédito a aquel pequeño milagro de última hora. Milagro del que, como hijo y médico que la acompañaba a consulta, yo también fui testigo.
It´s a long way to Tipperary, It´s a long way to go.
It´s a long way to Tipperary, Where the sweetest girl I know.
Goodbye Piccadilly, Goodbye Leicester Square.
It´s a long, long way to Tipperary, But my heart goes there

Es un Largo Camino a Tipperary

Hasta Londres poderoso
Vino un Irlandés un día
Mientras las calles estaban pavimentadas con oro
Seguro!, todos estaban felices
Cantando canciones de Picadelly
La Ribera y Leicenster Square
hasta Paddy se emocionó,
Luego él empezó a gritarles alli:
Es un largo camino a Tipperary
Es un largo camino por recorrer
Es un largo camino a Tipperary
Para la chica más dulce que he conocido!
Adiós Piccadilly
Hasta luego, Leicester Square!
Es un largo camino a Tipperary
Pero mi Corazón esta ahí.
Paddy escribió una carta
para su irlandesa Molly-O
Diciendo «Tú no deberías de recibirlo»
Escribe y déjame saberlo
Si tengo errores en caligrafía.
Molly amada» Dijo él,
«Recuerda, es la pluma que está mal,
No me éches la culpa a mí
Coro X2
Molly escribió una bonita replicación
para el Irlandés Paddy-O,
Diciendo «Mike Maloney quiere casarse conmigo y así dejar la Ribera y Piccadilly
o me culparías,
Pues el amor justamente me ha vuelto ilusa
Esperando te sientas asi por igual!.

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It’s a Long Way to Tipperary

Up to mighty London
Came an Irishman one day.
As the streets are paved with gold
Sure, everyone was gay,
Singing songs of Piccadilly,
Strand and Leicester Square,
Till Paddy got excited,
Then he shouted to them there:
It’s a long way to Tipperary,
It’s a long way to go.
It’s a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye, Piccadilly,
Farewell, Leicester Square!
It’s a long long way to Tipperary,
But my heart’s right there.
Paddy wrote a letter
To his Irish Molly-O’,
Saying, «Should you not receive it,
Write and let me know!»
«If I make mistakes in spelling,
Molly, dear,» said he,
«Remember, it’s the pen that’s bad,
Don’t lay the blame on me!
Molly wrote a neat reply
To Irish Paddy-O’,
Saying «Mike Maloney
Wants to marry me, and so
Leave the Strand and Piccadilly
Or you’ll be to blame,
For love has fairly drove me silly:
Hoping you’re the same!»

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2 Comments

  • Redacción web

    Emocionante relato, amigo Ander. Admirable escritura que trasmite todo un apasionado recuerdo de tu querida madre y también de tantas personas olvidadas por la política de la negación histórica, que deshumaniza las formas, aunque nunca a las familias de aquellos seres queridos, protagonistas de la tragedia de la que fueron inocentes víctimas. Y para colmo, el olvido. Olvido intencionado, político, tan injusto y cruel de los horrores cometidos en la guerra y la postguerra por los enemigos de la democracia, la libertad y la justicia social. Enhorabuena, Ander. Y gracias por poner en el lugar que corresponde a tu madre y toda aquella generación a quienes debemos una memoria, y el digno homenaje que merecen por su generoso sacrificio. Un abrazo!

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