Un total de 90 médicos guipuzcoanos de los 400 que conformaban el colectivo de médicos del territorio en 1936 fueron sancionados por las autoridades franquistas. Una veintena sufrió un juicio militar sumarísimo por su militancia política y se dictaron además siete sentencias de muerte, si bien todos los facultativos pudieron salvar finalmente sus vidas porque sus condenas fueron conmutadas por trabajos forzados.

Son datos inéditos de una realidad hasta ahora desconocida en Gipuzkoa y que recoge el médico e historiador José Antonio Recondo Bravo en su última publicación, La Sanidad en la Guerra Civil (1936-1939), que el autor presentará el próximo viernes en el Colegio Oficial de Médicos de Gipuzkoa.

A pesar de que son numerosas las investigaciones en el territorio sobre la Guerra Civil, se sabe muy poco del devenir de los facultativos y de la sanidad durante aquellos convulsos años de contienda bélica. “Investigar sobre todo ello es un tema que desde siempre había rondado por mi cabeza, pero me daba miedo adentrarme en él”, reconoce el autor, que ha realizado un seguimiento de los facultativos que sirvieron con los nacionales en los hospitales de retaguardia o en el frente.

Asegura que sufría cada vez que le llegaban noticias de las arbitrariedades, sufrimientos y brutalidades que se cometieron. “Estamos hablando de una realidad, la de la sanidad en el franquismo, que no ha sido estudiada. Me he encontrado muchas dificultades. De hecho, ni en el Colegio de Médicos de Gipuzkoa ni en el de Bizkaia hay datos sobre reuniones de sanitarios durante aquel tiempo”, asegura el investigador.

Necesidades “terribles”

Según ha podido constatar, el porcentaje de médicos represaliados asciende al 22%, en consonancia con otros colectivos estudiados como el de los maestros guipuzcoanos, que alcanzó a un 27% de los trabajadores en la enseñanza primaria. “El número de facultativos lo conseguí a través de una lista de represaliados en el Estado. No hubo ningún fusilamiento de médicos. Un total de 29 fueron destituidos y algunos fueron denunciados por rencillas personales, lo que provocó poco menos que un drama, ya que muchas localidades de Gipuzkoa se quedaron sin médicos en una época de necesidades sanitarias terribles”, asegura el historiador.

Fue el caso de Zegama y Amezketa. De Tolosa se escaparon nueve médicos. Sólo quedaron dos. “Era difícil encontrar sustitutos porque había que ser muy afín al régimen”, explica Recondo, al tiempo que se sucedían entonces enfermedades como la viruela y fiebres tifoideas. Son recuerdos y sentimientos que se remontan a la infancia del autor y que, como dice, le han tenido atrapado durante años, hasta que finalmente se ha visto forzado a emprender la investigación.

Se da la circunstancia de que su padre también era por aquel entonces médico. Hizo la especialidad en Neumología y comenzó a trabajar en 1933 en el Sanatorio Andazarrate, en Asteasu, que acababa de abrirse para atender a las personas con infección de tuberculosis de Gipuzkoa. “¿Por qué este libro? Creo que no se puede juzgar a las personas en función del bando. Muchos médicos fueron alistados obligatoriamente. Mi padre siguió trabajando en el hospital que cayó en poder de los requetés. Me enseñó a ser transversal, a juzgar a las personas por sus virtudes y no por sus ideas”, cuenta el historiador.

Reconoce Recondo que nunca supo cuál fue la ideología política de su padre, que entre los años 50 y 70 solía reunirse a diario en el Café Frontón, centro neurálgico de la vida, con otros profesionales, la mayoría médicos. “El grupo recibió el apodo de La ONU, debido a que a pesar de sus diferentes ideologías se llevaban sumamente bien, algo –dice el autor– no muy usual en aquella época”.

Cuenta el escritor que “hace relativamente poco” se encontró con el camarero del café, por aquel entonces un chaval, hijo del encargado del establecimiento. Le confesó que todos los años, el día de proclamación de la República y a escondidas del resto del grupo, preparaba para el padre de Recondo y otros compañeros una ensaladilla rusa con los colores de la bandera republicana. “Así he sabido hace muy poco que mi padre tenía una orientación republicana. La honradez, la apertura de miras que siempre he pretendido tener la aprendí de él”, reconoce el escritor, que se ha servido de todo ello para sumergirse en un trabajo “muy exigente”, pero que le llenó de “ilusión”.

Reconoce que ha sido un trabajo “muy complicado” que le ha obligado a visitar diversos archivos militares en el Estado, tratando de localizar y entrevistar a familiares descendientes de los médicos que intervinieron en la sanidad en aquel periodo.

A través de esos testimonios ha podido saber que 22 médicos guipuzcoanos marcharon a Francia y otros diez conocieron el exilio en América. Tres murieron lejos de sus hogares. El resto tardaron en volver varios años, en la medida en que se iban aprobando sus indultos.