«LOS OTROS ESPAÑOLES» Relato de Sara Begoña Ibáñez Ortega
Primer premio XVIII CERTAMEN LITERARIO DE NARRATIVA SOLIDARIA «OSMUNDO BILBAO GARAMENDI-MUSKIZ» (España)
LOS OTROS ESPAÑOLES, por Sara Begoña Ibáñez, médica de Muskiz
Son las 12 de la noche, la guardia está siendo tranquila, pocos partos, se nota mucho la bajada de la natalidad. Viene corriendo Fátima, la auxiliar de clínica del turno de noche, una ambulancia trae una mujer sangrando mucho, acompañada de la policía nacional. Pienso en un caso de violencia de género, otro más.
Pálida, casi no puede hablar. Pregunto a la policía y me dice que es saharaui, que están retenidos en el aeropuerto de Barajas, en la zona de inadmitidos, llevan días allí, acompañada de su marido y su hija de un año y medio. Hace varias horas, comenzó a sangrar y ahora la hemorragia es intensa, por eso la han traído, parece que está embarazada.
Necesito hablar con ella mientras solicito análisis urgentes y preparo la zona de exploración. No sabe castellano y miro a Fátima. Es marroquí y me dice que cree que, quizás sienta, cierto rechazo a comunicarse con ella y que el idioma no es el mismo, le insisto que es probable que ella pueda hacerse entender mejor, que es urgente.
Fátima se dirige a la paciente, primero una mirada de cariño, una mano amiga que agarra la suya y le pregunta cómo se llama y desde cuando está embarazada. El silencio se prolonga y dudo que consigamos establecer contacto, inicio los procedimientos urgentes, pero es muy importante que se sienta acogida.
Al final, con hilo de voz comienza a hablar con Fátima, dice que se llama Suelma y que está embarazada de 4 meses, esta mañana comenzó con dolores fuertes y avisó al personal del aeropuerto sin que fuera atendida, luego el sangrado, al principio escaso y luego muy intenso, es
cuando al final, la policía ha llamado a la ambulancia. Pregunta por su marido y su hija, le decimos que no están aquí, pero que intentaremos que vengan.
Es necesario llevarla al quirófano. Hablo con la policía y les pido que acuda su familia para que sean informados de su estado y puedan acompañarla, me contestan con una negativa, no pueden entrar en el país, están pendientes de ser devueltos.
No puedo pelear más, tengo que hacerle un legrado y luego una transfusión.
Antes de anestesiarla comienza a llorar, Fátima le da la mano y así se duerme. Mientras descansa en reanimación, Fátima y yo descargamos nuestra angustia, es injusto, sola y sin contacto con la familia. En ese momento, recuerdo que, hay asociaciones muy activas de amigos del Sahara y seguro que están al tanto de la situación en el aeropuerto.
Me avisan de que, una periodista y una abogada quieren hablar conmigo. Informar a la prensa me preocupa, no creo que pueda hacerlo sin autorización de la paciente. La abogada me explica de que la situación es grave y que están intentando que la ONU medie para que no sean devueltos, además tiene derecho a estar acompañada de su familia.
Un rayo de esperanza, no están solos, pero yo sigo aquí, la mujer está despertando y tenemos que informarla de su estado.
Entro en la habitación con Fátima, se dirige a ella y comienza a traducir mis palabras, le digo que ha tenido un aborto completo, que le he tenido que hacer un “raspado” y ponerle una transfusión porque su estado era grave. Pronto se recuperará y podrá tener más hijos en el futuro. Me mira y me pregunta por su familia, le digo que no les han dejado venir pero que están informados de todo
y que pronto podrá volver con ellos, en ese momento, un silencio amargo se establece entre nosotras, volver al aeropuerto y luego en avión al Sahara y quizás a la cárcel…
Intento prologar el ingreso 24 horas para que se recupere un poco. Me llama la dirección del hospital para transmitirme la orden del Ministerio de Interior, debe ser dada de alta inmediatamente y devuelta al aeropuerto.
Firmo el alta y la ambulancia aparece con una celeridad inhabitual. Fátima y yo nos quedamos mirando como la meten en camilla y no podemos evitar las lágrimas.
Dos horas más tarde, vuelven la periodista y la abogada. Me piden información completa, el informe médico si es posible. Se lo he entregado a la paciente, no puedo hacerlo público sin su consentimiento. El derecho a la confidencialidad cuando se le están vulnerando todos sus derechos como persona.
Un gran dilema ético, en mi interior crece la angustia y la rabia. Les pido si tienen algún teléfono para comunicarse con ella, la abogada me lo da y miro a Fátima, también está mal, es una situación muy injusta y ella como emigrante las ha vivido de todos los colores cuando llegó, siendo niña, con su familia a España.
Conseguimos hablar con ella, Fátima le pregunta cómo se encuentra, dice que está mejor, que ya casi no sangra, pero está cansada y preocupada. Le informo de la presencia de la prensa y la abogada de ACNUR y de su necesidad de acceder a su informe médico para difundir y preparar su defensa. Se oye que consulta con su familia y el resto de los retenidos, al final accede, tiene la esperanza de que les ayude con sus peticiones.
Tengo el informe en mis manos, borro aquellos datos de su historial que considero que son confidenciales y dejo el diagnóstico, la analítica y el tratamiento, así como la recomendación de quedar ingresada un día.
No puedo olvidar la persistencia con la que, a pesar de su mal estado, insistía en enseñarme el libro de familia y el DNI español de su abuelo, el salvoconducto que ella creía que le iba a garantizar su acogida en España.
Son los otros españoles, los que dejamos abandonados a la merced de la ocupación de su país por Marruecos y al que el gobierno sigue apoyando por encima del derecho internacional y los derechos humanos.