Editorial : Hambre y obesidad en el mundo. El abismo de la desigualdad alimentaria
por Jorge Barrón (Junta Directiva de Osalde)
El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible. Objetivo 2: «Necesitamos una profunda reforma del sistema agrario y alimentario mundial si queremos nutrir a los 815 millones de hambrientos que existen actualmente en el planeta y a los dos mil millones de personas adicionales que vivirán en el año 2050.»
Los buenos deseos y recomendaciones de la Asamblea General de la ONU no parecen ser suficientes para lograr el objetivo: Según los últimos datos de la FAO el hambre, lejos de disminuir, sigue en alza. Hoy son 820 millones los hambrientos. El abismo de la desigualdad se ensancha.., ¿Y qué tenemos en la otra orilla? en la de la opulencia?
El lado privilegiado de la desigualdad, lejos de gozar de una alimentación saludable en cantidad y calidad que le permitiría su capacidad adquisitiva, sufre de sobrealimentación, dietas hiper-calóricas, con altos contenidos de azúcares refinados, grasas, sal y productos cárnicos elaborados. Todo ello combinado con una vida sedentaria ya ampliada a la población infantil, atrapada en la fascinación por la tecnología digital, está dando lugar a una epidemia de obesidad y diabetes: Más de 600 millones de adultos y 120 millones de niños son obesos. 40 millones de niños tienen sobrepeso. En España, los estudios «ALADINO» de 2011 a 2015 , muestran que la tendencia de la prevalencia de obesidad en niños y niñas de 6 a 9 años se ha estabilizado, y la de sobrepeso ha sufrido una disminución.
Algo no funciona en nuestro mundo cuando, produciendo más alimentos que nunca hay más hambre cada año, y al mismo tiempo, más obesidad. Cuando la ciencia ha revelado las claves de una alimentación saludable y el mercado promociona verdadera basura alimentaria, y las autoridades sanitarias apenas tienen poder de influir en tamaño desastre. Basura que se produce, por ejemplo, deforestando el Amazonas brasileño y reduciendo la inmensa riqueza natural de la biodiversidad, a menudo introduciendo alimentos transgénicos, según los intereses de un mercado que lo sacrifica todo a obtener el máximo beneficio. Mientras antiguas culturas, como la de Tihuanaco, al sur del Perú, conocen desde hace miles de años multitud de variedades de papas que han asegurado la sostenibilidad del recurso, hoy en día, solo nueve especies de plantas representan el 66% de la producción total de cultivos. El mercado sustituye las variedades naturales por trasgénicos patentados para su explotación.
Amartya Sen ganó su premio Nobel por demostrar que pocas veces el hambre viene causado por la escasez de alimentos. El mundo ya produce más que suficiente para alimentar a unas 3.000 millones más de las que somos actualmente. Sin embargo, las hambrunas no cesan. Hace más de diez años nos dijo magistralmente Raj Patel en su libro «Obesos y famélicos«: el hambre y la obesidad son «… consecuencias graves de un sistema globalizado en el que unas pocas pero enormes empresas han obtenido un poder casi absoluto sobre el ciclo de la alimentación, desde las semillas (a menudo transgénicas) hasta las tiendas de comestibles, pasando por los maizales mexicanos o las inmensas zonas deforestadas de Brasil».
Las recomendaciones de la FAO a los gobiernos para que aborden estos problemas se traducen en tímidas acciones que se enfrentan con poco éxito a los poderosos lobbies de las grandes empresas multinacionales de producción de alimentos.
La manera en que se cultivan los alimentos en explotaciones de monocultivo con un uso intensivo de productos químicos, está destruyendo literalmente la base de recursos –suelo, agua, clima– de la que depende la futura producción de alimentos. La llamada “apocalipsis de los insectos”, por uso intensivo de insecticidas supone la pérdida de polinizadores cruciales para los cultivos. El excesivo vertido de fertilizantes produce nubes de óxido nítrico, que es más potente que el dióxido de carbono. La producción de soja no sirve para alimentar a los hambrientos, pues se emplea sobre todo para piensos en explotaciones de ganado porcino.
El sistema mercantilista basado en una brutal competitividad, produce excesiva cantidad y escasa calidad, y acumula riqueza a base de una creciente desigualdad, está amenazado con una nueva crisis, quizás mayor que las más recientes. Y es sabido que en las crisis son los grupos más vulnerables, los que hoy padecen hambre, subnutrición y malnutrición, los que con más crudeza padecen sus efectos desastrosos. En este contexto, la emergencia socio-alimentaria del hambre y la obesidad no parece albergar buenas perspectivas.
Hace falta más calidad que calidad, mas distribución que despilfarro. El aumento de la producción industrial de mercancías agrícolas y el mercado de la alimentación no contribuyen a reducir el hambre en el mundo o a promover una alimentación saludable. Por un lado hay que reducir el despilfarro de alimentos, que malgasta un tercio o más de los alimentos producidos en todo el mundo. Habrá que dejar de apostar por el actual modelo de agricultura industrial, dedicada a producir piensos para una excesiva industria cárnica y dejar de destinar cosechas y tierras a la producción de biocombustible. Hay que legislar para educar en alimentación saludable, venciendo los intereses de la industria alimentaria, que se resiste a informar a los consumidores, de una forma facilmente comprensible para todas, sobre la calidad alimentaria de sus productos. Especialmente en la información de los etiquetados, relativa, por ejemplo a los contenidos excesivos de sal, azúcar o grasas saturadas.
NOTA
Una alianza para la Soberanía Alimentaria en Euskal Herria
«No estamos ante un problema de capacidad de producción, sino de acceso a recursos para garantizar el derecho de campesinos y campesinas a producir los alimentos básicos. A este problema debemos añadir nuestra escasa capacidad de decisión sobre los alimentos que consumimos: el acceso a alimentos saludables es, la mayoría de las veces, imposible….»
¡Es la hora de la Soberanía Alimentaria!