«Crítica de la razón puta» Cartografías del estigma de la prostitución

«Crítica de la razón puta» Cartografías del estigma de la prostitución

Fuente: Txalaparta.eus / Entrevista en Vientosur.info

Paula Sánchez Perera 2023

¿Qué es la prostitución? No resulta en absoluto fácil dar una respuesta válida para cualquier tiempo histórico o contexto cultural. ¿Dónde comienza y dónde termina eso a lo que llamamos «prostitución»? Muchas son las prácticas que incorporan de una forma u otra intercambios económico-sexuales y no a todas se reserva el mismo calificativo. Sin embargo, un elemento aparecerá siempre asociado a la prostitución, distinguiéndola del resto de instituciones patriarcales: el estigma. Un estigma que forma parte de la construcción del género femenino, articula su modelo desviado y establece el castigo por trasgredir sus normas. El insulto «puta» va mucho más allá del sexo y contiene un aviso aleccionador hacia quien pretende apropiarse de libertades masculinas y desafiar «la subjetividad sexualizada» del patriarcado.

Entrevista por 24/Mar/2023

Paula Sánchez Perera, titulada en filosofía, ha recorrido un largo camino de investigación sobre el genérico tema del comercio sexual. Activista feminista, su tesis doctoral es precisamente la base de este interesantísimo libro, en el que ha recurrido de forma importante a conocer y reconocer a las propias trabajadores sexuales, en diversos ámbitos geográficos del Estado y de Argentina.

Begoña Zabala- Para escribir el libro y realizar la tesis, además del evidente trabajo de investigación bibliográfica y teórica, que aparece muy potente, ¿cómo te has enfrentado al tema del trabajo sexual desde la práctica y el conocimiento de las condiciones concretas de las trabajadoras. Me gustaría que comentases lo que ha sido tu actividad de inmersión real en el tema, contactos, entrevistas, acompañamientos, conocimientos. Y claro, la importancia que tiene para ti esta metodología.

Paula Sánchez. Yo tenía una postura abolicionista cuando comencé a investigar la prostitución, entonces para un TFM (Trabajo Fin de Máster), en el que como buena titulada en filosofía me limité a la teoría. Ya para la tesis doctoral tomé la decisión de realizar trabajo de campo porque concedí que quizás la realidad social de la prostitución tenía algo que enseñarme; y así fue, lo cambió todo. Estuve casi 5 años como voluntaria de intervención social en zonas de prostitución callejera de Madrid. Por eso, en el libro las vulneraciones de derechos (tanto las derivadas de la criminalización callejera como las que son fruto de la clandestinidad forzosa) se exponen a partir de casos de estudio del trabajo de campo. Además, al cambiar de postura entré en contacto con trabajadoras del sexo activistas y me decidí a entrevistarlas porque me interesaba especialmente su historia de resistencia frente al estigma, que se produce en el contexto de la militancia. Tanto para mi proceso de conversión personal como a la hora de privilegiar el análisis de las condiciones materiales esta metodología fue crucial, pero también el comprometerme con una epistemología feminista. Solo esta entiende que las trabajadoras del sexo no son sujetos de estudio, sino agentes de conocimiento sobre su realidad.

BZ. El estigma es el concepto estrella y central, si se puede hablar solo de uno, que atraviesa el libro y así aparece. Además de entrar en el concepto mismo para entendernos y ver de qué estamos hablando, ¿nos puedes contar cómo opera el estigma en lo concreto? ¿Deriva de la criminalización, de la marginación, de la estrechez moral y la doble vara de medir? Sí sería interesante ver cómo se pueden aminorar los efectos del estigma, mientras no desaparezca, si es que ello es posible.

Paula Sánchez. Un estigma no es un atributo concreto, sino un proceso social que surge cuando se interrelacionan varios componentes, como la marginación, el etiquetaje o la ausencia de poder social. Tampoco es un asunto individual, porque para que se genere un estigma se precisa de una estructura que lo estabilice, que en nuestro caso convierta una actividad en una identidad prefijada. Todos los juicios esencialistas sobre la prostitución beben de su estigma y tienen su origen en códigos normativos que separaron a unas mujeres de otras tejiendo una jerarquía de género. El código de Hammurabi de la antigua Mesopotamia y los modelos jurídicos decimonónicos estabilizaron una red de significados (pecadora, infecciosa, delincuente y víctima) que hoy perviven y se yuxtaponen, que incluso podemos rastrear en la prensa.

Ahora bien, en todas las sociedades patriarcales aparece como constante lo que las antropólogas han llamado el intercambio económico-sexual, que se produce en modalidades mistificadas como el matrimonio y otras que no, que son estigmatizadas. En otras palabras, lo que define y distingue a la prostitución del resto de instituciones del patriarcado es el estigma, por eso lo utilizo como hilo conductor a lo largo del libro para proponer una agenda alternativa para el debate, identificando las cuatro dimensiones de ese estigma. Una de ellas es la semántica, el significado de ese estigma y por qué tiene tanto que decirnos a todas las mujeres. En el patriarcado, mientras los hombres deben demostrar que son hombres, lo que a las mujeres cis se nos exige probar es que somos buenas. Esto lo vemos cada vez que salta a la palestra pública un caso de violencia sexual: para que la víctima resulte creíble se le exige probar que su reputación moral está intacta. Por eso digo que el estigma forma parte de la bipolaridad del género femenino, para el que dibuja un modelo de desviación social que desde la adolescencia aprendemos a rechazar porque sabemos que de lo contrario todo lo que nos ocurra será justificado como “culpa nuestra”. El estigma se constituye desde la antigua Mesopotamia hasta nuestros días como un dispositivo de control patriarcal de la reputación femenina, dividiéndonos en buenas y en malas para favorecer el control del trabajo reproductivo a través de la violencia simbólica y sexual. En síntesis, diría que ese estigma deriva de la moral patriarcal y su consiguiente institucionalización normativa a lo largo de los siglos.

¿Cómo reducir este estigma? Primero se debe de erradicar su dimensión estructural, es decir, su institucionalización normativa. Al igual que con el colectivo LGTBI, para poder trabajar en la reducción del estigma social antes debemos de eliminar la criminalización y el tratamiento legal discriminatorio. Entonces ya se puede trabajar en la dimensión social del estigma desde la educación en diferentes niveles y desde un enfoque multifactorial. Sin embargo, la dimensión semántica del estigma está instalada en el patriarcado mismo y requiere de un trabajo coordinado de los feminismos para derrocarla. Mientras haya guerra interna, habrá estigma, porque el estigma es una división de mujeres y requiere para su disolución que abracemos una sororidad radical en el movimiento. Es decir, que conquistemos la igualdad política entre las mujeres, reconociendo a la otra con capacidad de tomar decisiones responsables para su vida, aunque no fuesen las que tomaría una para sí misma.

BZ. Y hablando del estigma podemos ahora entrar también a ver si los clientes están también estigmatizados, o cómo están, y por qué los hombres que ejercen la prostitución tienen más disminuido los efectos negativos del estigma.

Paula Sánchez. Los clientes no tienen ni pueden llegar a tener ese estigma. Lo que ocurre es que, al relacionarse con trabajadoras sexuales, uno se contamina momentáneamente de su estigma, pero con dejar de consumir o confesarlo ese supuesto estigma se disuelve. Los clientes no pueden ser estigmatizados porque son hombres y la doble moral patriarcal dicta que los hombres, mientras se mantengan en la heterosexualidad, lo que hagan con su sexualidad no les marca ni les devalúa. Por esa misma razón el estigma que sufren los trabajadores sexuales es de otra clase, porque lo que a ellos les estigmatiza es principalmente la homosexualidad, más que la prostitución, que a menudo se intersecciona con otros ejes de opresión como la clase y la raza. De ahí que cuando el trabajador sexual sea un gigoló o un actor porno que solo realice prácticas heterosexuales es visto incluso como un arquetipo envidiable. En nuestra cultura los insultos característicos para cada género (puta para las mujeres, maricón para los hombres) ilustran perfectamente las raíces de los estigmas vinculados al género, pero no son intercambiables.

BZ. Un tema que me parece interesante para analizar en la actualidad es el de la legislación sobre la prostitución, en todos los campos y para todas las personas que resultan afectadas por ellas. Es decir, no solo las mujeres que ejercen la prostitución, sino las personas que tienen clubs y los regentan, o las personas que pueden alquilar pisos. Si se organizan en cooperativas las trabajadoras sexuales, ¿se verían afectadas de alguna forma las participantes? ¿Qué supone en términos legales y prácticos que no puedas montar un sindicato?

Paula Sánchez. Es importante tener en cuenta que la legislación ha sido siempre bien diferente para la patronal, que ha estado reconocida por el Tribunal Supremo desde 2004, a partir del caso Mesalina, y que suele tener a las asalariadas trabajando en sus clubes como falsas autónomas. Esto lo explico en el libro a través de un caso de estudio, el de los procesos judiciales que emprendió Evelin Rochel contra su club de alterne y que nos permite entender toda la gama de derechos vulnerados a consecuencia de la clandestinidad forzosa en la que se ejerce.

Con respecto a las cooperativas de trabajo asociado, si bien son una solución para una minoría que reúne las condiciones, siempre que se han intentado conformar la administración, que tiene la última palabra, las ha obstaculizado. De todas formas, aunque es una vía interesante, desresponsabiliza al Estado de las protecciones laborales que quienes ejercen precisan.

Por otro lado, el sindicato OTRAS es perfectamente legal y así lo ratificó el Tribunal Supremo en 2020. El problema es que la relación laboral en prostitución continúa siendo ilegal, aunque sí esté reconocida en otras modalidades como el alterne o el porno. Llegamos así a una situación paradójica porque la actividad sindical está legitimada en la prostitución por cuenta propia, mientras que quienes estén por cuenta ajena carecen de herramientas para limitar el poder del empresario, hacer valer sus intereses, garantizar condiciones de trabajo, salud y seguridad mínimas e incluso denunciar la explotación laboral.

BZ. Con esta reciente ley de la libertad sexual, hubo unos momentos terribles y muy negativos para los derechos de las trabajadoras sexuales cuando, en fase de debate, se metió la tercería locativa como delictiva. Ya todas las discusiones que siguieron se fijaron ahí, exigiendo la eliminación de tal propuesta puesto que ninguneaba totalmente la voluntad y la capacidad de agencia de las trabajadoras, pues se introducía la coletilla de considerarlo delito «aunque se produzca con el consentimiento de las mujeres». ¿Qué opinas de esta penalización? Precisamente una ley que llaman del sí es sí, resultaría que sí se afirma la asertividad, pero no si es trabajadora sexual.

Paula Sánchez. Puede resultar paradójico que una ley que pretende afirmar y garantizar el consentimiento de las mujeres acabe anulando el de otras, pero no es ninguna paradoja: es una contradicción. Una contradicción perenne en el discurso abolicionista que pasa por encima de la mujer de carne y hueso en aras de la defensa de la mujer simbólica. Porque si la prioridad fuesen las mujeres reales que ejercen la prostitución no se aprobaría ninguna medida que aumentase su vulnerabilidad como esta, que las estaba desahuciando. Las trabajadoras sexuales en España tienen restringido de base el acceso a la vivienda, porque carecen de nómina para alquilar y eso beneficia a los empresarios, que solo les piden el pasaporte para alojarlas en los clubes. La ilegalización del alquiler de habitaciones que pretendía Podemos y que ahora está demandando el PSOE con su reforma del Código Penal, con toda la derecha a favor, complica todavía más este derecho. Gracias a la investigación de campo en países como Argentina o el informe de Amnistía Internacional en Noruega sabemos qué ocurre cuando se aplican estas políticas: incrementan los pisos clandestinos y los desahucios.

Una voluntad política a la que de verdad le importe la seguridad y el bienestar de las mujeres que ejercen la prostitución estaría favoreciendo sus derechos sociales, en lugar de dinamitarlos y, desde luego, derogaría la Ley mordaza que lleva siete años sancionándolas por desobediencia a la autoridad y exhibición obscena. En cambio, para esta falsa izquierda la prostitución es una cuestión recurrente con la que arañar votos, por las ansiedades sociales que vehicula, y librar la batalla por el liderazgo del movimiento feminista; es un símbolo. Mientras tanto, las trabajadoras sexuales organizadas siguen tejiendo alianzas con los movimientos sociales y con otras mujeres precarias, dando ejemplo de lo que es el activismo: de base y colectivo.

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