Fuente: ctxt.es
Un hogar acondicionado y en buen estado es uno de los aspectos más determinantes para gozar de buena salud, hasta el punto de que el 96,4% de las personas mayores prefiere vivir y envejecer de forma independiente en su casa.
Estas son algunas de las conclusiones el artículo Envejecer en casa ¿Mejor en el pueblo o en la ciudad?, de Irene Lebrusán Murillo, Profesora asociada en Universidad Carlos III de Madrid. La investigación señala, sin embargo, que es también fundamental que las viviendas deben cumplir unos requisitos mínimos para evitar vulnerabilidad residencial extrema, una situación que afrontaban 1,6 millones de personas mayores de 65 años en nuestro país durante los peores momentos de la crisis.
La investigadora, que usa datos del censo del INE de 2011, señala que los problemas de habitabilidad, de salubridad, de seguridad, de aislamiento o de dotaciones mínimas son algunos de los elementos que componen el riesgo para la salud que supone habitar una vivienda que no cumple con los estándares de calidad.
El indicador de vulnerabilidad extrema incluye carencias relativas al agua corriente –en España hasta 431.000 personas mayores de 65 años no tienen–, a la carencia de alcantarillado –358.000 mayores–, de ascensor –1,7 millones–, o calefacción –3,3 millones–, entro otros.
La combinación de estas privaciones, recogidas en el indicador, afectan al 20% de la población mayor de 65 años del país. Su impacto, sin embargo, es muy distinto si se tiene en cuenta el factor geográfico: los municipios más pequeños y las ciudades más grandes ofrecen mejores condiciones en las viviendas para envejecer, mientras que las ciudades medianas son las acumulan más problemas de habitabilidad. Concretamente, las ciudades de 20.000 a 50.000 habitantes son las más propensas a esta situación.
Esta circunstancia territorial se hace más grave al conocer que el 37,1% del total de mayores en vulnerabilidad extrema en España reside en ciudades de tamaño medio. Según reconoce la autora, “las personas mayores que residen en ciudades medias (de 10.000 a 100.000 habitantes) estarían experimentando un ‘envejecimiento de segunda’, de inferior calidad”. Esto se debe, como comenta la investigadora, a que en estos nucleos de población tanto el mantenimiento, como el acceso a la vivienda y la política pública están más limitados que en otras zonas.
Con un grado de preferencia tan elevado por envejecer en el hogar (96,4%), es fundamental prestar atención a las condiciones de las viviendas que ocupan los mayores de 65 años, un grupo cada vez más numeroso en el país: en 2011, ya eran casi una de cada cinco personas en los hogares.
Este artículo ha sido elaborado a partir de lo expuesto en el artículo Envejecer en casa ¿Mejor en el pueblo o en la ciudad?, publicado en el Observatorio Social de “la Caixa”.
Destacamos del artículo las conclusiones
Envejecer en casa conlleva muchos beneficios. Sin embargo, el indicador de vulnerabilidad de la vivienda permite comprobar que existe una elevada proporción de personas mayores que viven en casas que no reúnen los requisitos para permitir una vejez de calidad. Con esta constatación no se afirma la necesidad de un cambio en el comportamiento de las personas mayores ni se defienden formas de vivienda alternativas, sino que se reclama una mayor atención hacia estas situaciones que indican la existencia de infraviviendas.
Las viviendas con condiciones deficientes de habitabilidad no permiten el bienestar, independientemente de la edad de sus ocupantes. Sin embargo, los problemas detectados afectan especialmente a personas de edad avanzada, que pueden ver acelerada la vulnerabilidad generalmente asociada a la vejez por las malas condiciones o carencias de su vivienda.
Se trata de carencias que no solo impiden las actividades básicas de la vida diaria; combinadas, aun cuando no afecten a cuestiones básicas como el aseo o la seguridad física, impiden la participación de las personas mayores en sociedad. Para una correcta participación social es necesaria la cobertura de necesidades tan básicas como el aseo personal, la intimidad en la vivienda, o simplemente, la accesibilidad en la salida a la calle para poder establecer y mantener relaciones sociales.
En definitiva, una vejez autónoma y de calidad, pero sobre todo integrada en sociedad, comienza por la cobertura de necesidades básicas en las viviendas. Corregir estos graves problemas debiera ser una prioridad para los diferentes sistemas de intervención (residencial, social). Solo así se podrá hablar verdaderamente de un envejecimiento de calidad y, sobre todo, cumplir con los objetivos de integración e igualdad a lo largo de todo el ciclo vital.