Gladis del Estal, la mártir de la lucha antinuclear
Fuente: Elsaltodiario.com
Despunta la mañana del 3 de junio de 1979. Se escucha arrancar el motor de un coche en el barrio donostiarra de Egia. En el asiento trasero va sentada una chica de 23 años. Está contenta e ilusionada. No se puede imaginar que en pocas horas va a morir.
El coche tiene como destino Tudela, a unos 200 kilómetros. Sus ocupantes son miembros del Grupo Ecologista de Egia, uno de los muchos colectivos por el medio ambiente que han surgido en los últimos años en Euskadi, en pleno clima de efervescencia política. En esta época ecologista es casi sinónimo de antinuclear. Todavía no ha llegado Chernóbil, pero tres meses antes se ha producido el accidente nuclear de Three Mile Island (Estados Unidos), que ha aumentado la conciencia sobre los riesgos que conlleva esta energía.
Precisamente los viajeros se dirigen a la localidad navarra para protestar contra el Plan Energético Nacional, que contempla la construcción de tres centrales en la costa vasca y otra en Navarra. Una de ellas, la de Lemoiz, lleva años en desarrollo y ha suscitado grandes manifestaciones en su contra e incluso atentados mortales de ETA. La protesta tiene también carácter antimilitarista, concretamente contra el polígono de tiro de las Bardenas, cercano a Tudela.
La chica que no sabe que va a morir se llama Gladys del Estal. Nació en 1956 en Caracas, donde sus padres, refugiados antifascistas, habían ido a parar tras la Guerra Civil. Cuando Gladys tenía cuatro años, regresaron y se instalaron en Donostia. Allí creció Gladys y se licenció en Informática. Ahora trabaja como programadora, mientras estudia Química.
Tras cumplir parte de la condena, Salas se reintegró al servicio sin problemas. No solo eso. El Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo le otorgó la Cruz del Mérito de la Guardia Civil
En Tudela, Gladys se junta con miles de manifestantes. Ella corea las consignas de la multitud. Llega la hora del almuerzo y la protesta se toma una pausa. En un parque, Gladys se dispone a devorar su bocadillo cuando ve que dos filas de ‘grises’ (la Policía Armada del régimen franquista, ahora en reconversión) avanzan hacia las personas concentradas. “Ya estamos”, piensa Gladys, y no se equivoca. Antes de que le dé tiempo a dar tres mordiscos al bocata, ha llegado la carga. La gente huye en desbandada.
Unos 50 jóvenes, entre los que se encuentran Gladys y sus amigos, se reúnen junto al puente del Ebro. Hacen una sentada. La Guardia Civil llega para disolverles. Entre ellos está José Martínez Salas y su subfusil Z-70, que se acerca a Gladys, a quien increpa. Cuando esta se levanta, la golpea en el costado con la culata del arma. El subfusil dispara y la bala entra por el cuello de Gladys. La joven pierda la vida instantáneamente.
Salas será condenado en diciembre de 1981 a 18 meses de prisión por un delito de imprudencia temeraria con resultado de muerte, lo que motivará una huelga general en el País Vasco y Navarra. Tras cumplir parte de la condena, Salas se reintegró al servicio sin problemas. No solo eso. El Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo le otorgó la Cruz del Mérito de la Guardia Civil poco después de la sentencia. En 1992, recibió la Cruz del Mérito Militar por parte del Gobierno de Felipe González. José Luis Corcuera, ministro de Interior, destacó su “conducta intachable”.
La central nuclear de Lemoiz, prácticamente acabada, nunca llegó a ponerse en marcha. Gladys, si se lo hubieran permitido, habría sonreído.
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