Malestares de la vida cotidiana en situaciones de crisis por el coronavirus
Fuente: Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria ‘Marie Langer’ Diversas autoras en blogs de Publico.es
El individualismo contra las cuerdas
Yo ya no veo la tele
Dolores y sentires sanitarios. Acompañando…
El torbellino adolescente en confinamiento, por Ana Sáenz Berbejillo
Estos días vivimos una realidad atravesada por el dolor, la tragedia y los mayores niveles de incertidumbre. Cuesta poner la mirada en aspectos cotidianos, como son algunas cuestiones de la convivencia con adolescentes, en tiempos de «quedarse en casa». Sin embargo, son temas que también preocupan y requieren de nuestra reflexión.
Al inicio del confinamiento, algunas madres y padres pensaron que podría ser la ocasión para compartir más con sus hijos e hijas adolescentes; otros se llevaron las manos a la cabeza, imaginando largas discusiones absurdas o, simplemente, el mutismo por respuesta.
¿Convivencia con adolescentes en el confinamiento? Igual, igual… o sea, poca«.
«¿Cómo lo llevamos? A punto de explotar».
«Pensé que no soportaría todo el día con mi madre, pero seguimos vivos«.
«Esto tiene su parte buena, mis hijos en casa, sin posibilidad de escape».
Un pequeño análisis sobre esta etapa de la vida, tan vilipendiada como idealizada, puede ayudarnos a evitar algunos malestares cotidianos con adolescentes, que se daban antes del encierro forzoso y que pueden darse exacerbados estos días.
Existe la idea bastante generalizada en nuestra sociedad de que la adolescencia es una mala edad, algo así como un sarampión que hay que pasar y aguantar. Al haber malestares en la mayoría de las familias, se normalizan como algo inevitable, cuando en realidad muchos de ellos son consecuencia del modelo hegemónico de familia. Este conlleva pautas de crianza encaminadas a generar más dependencia que autonomía y un desconocimiento de lo que significa esta etapa. La adolescencia no es una mala edad. Es un tiempo en el que ocurren procesos cruciales en la vida de una persona implicando cambios importantes en la dinámica familiar.
«¡Están insoportables!… ¡y ahora todo el día en casa!».
«No me cuenta nada. Parece que todo lo que le digo le molesta».
El despertar bullicioso de las hormonas sexuales en la pubertad anuncia, nada más y nada menos, que la adquisición de la capacidad de procrear y la habilitación de la sexualidad genital. Esto marca un cambio importante en la relación con adultas primordiales que acompañaron y guiaron los años de la infancia. Desde el modelo hegemónico de madre y padre, centrado en la vida de los hijos e hijas, cuesta despedirse del niño y la niña que fueron, aceptar que no controlan como antes y asumir el nuevo lugar, necesario por ambas partes. Es importante elaborar estos cambios, hacer el duelo de lo que ya no es y sostener los temores frente a lo adolescente. Así mismo, es imprescindible que los adultos centren la mirada en sus propios proyectos vitales.
«Solo lo veo en las comidas. No sale de su habitación-búnker».
A partir de la pubertad, SALIR del «adentro» familiar es toda una asignatura, tan importante como las matemáticas. Nuevos vínculos significativos, nuevos espacios donde aprender a tomar decisiones, a estar con otros/otras, «ligar», esbozar proyectos, entre otras cosas. De alguna manera, durante el confinamiento, ese «afuera» tan necesario en esta etapa, es esa habitación «búnker». Si se comprende esta necesidad, se evitarán reproches, se facilitará una mejor convivencia, el y la adolescente se sentirán comprendidos, y será también más fácil la puesta de límites necesaria en esta edad.
«Ahora sí, en el confinamiento, ¡deseando sacar la basura!«.
Compartir las necesidades del cuidado familiar es algo que se va construyendo desde la primera infancia. Pero este sistema social favorece generalmente que los adultos primordiales asuman las tareas domésticas y de cuidados, sobreprotegiendo y dificultando la autonomía y protagonismo de hijos e hijas. Paralelamente se reclaman «responsabilidades». Esto puede exacerbarse en la situación de confinamiento. Entender que hay que salir de la sobreprotección y la dependencia facilitará la comunicación y la posibilidad de compartir cuidados.
«No lo llevo mal, tengo suerte, mi hija me lo cuenta todo, somos muy amigas«.
Huyendo de modelos familiares autoritarios, muchas veces se da un lugar al adolescente que no corresponde, cayendo en situaciones de paridad que confunden y dificultan el crecimiento saludable. En ocasiones se plantean largas negociaciones cuando no se tienen claras cuáles son las necesidades en juego. Las y los adolescentes necesitan el lugar adulto como contención y referencia.
Las actuales condiciones de aislamiento implican grandes desafíos para toda la familia. No nos exijamos más de lo que era posible antes del aislamiento. Intentemos tener calma, sostener el lugar adulto y aprovechar las oportunidades que nos brinden las circunstancias para ir construyendo camino hacia la autonomía, en ambas partes del vínculo.
La dura experiencia de vivir una pandemia, por Elena Agulló, Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria «Marie Langer»
Solo ha pasado poco más de una semana desde que anunciaron el cierre de los colegios en distintos puntos del país, y en estos pocos días parece que hubiera pasado un siglo. Nuestra vida cotidiana ha cambiado por completo, nuestras rutinas y modos de vida se han desbaratado, el dolor entra por nuestras TV y teléfonos, contamos los días de aislamiento, tratamos de saber, comprender y adaptarnos. Nos enfrentamos a una pandemia, algo impensable para cualquiera.
El confinamiento en un principio pudo parecer una medida exagerada, «no me lo creo», «se están pasando», «no es para tanto» … Pero el número de casos e ingresos iba creciendo. Cuantos más contactos, más contagios. Pronto nos dimos cuenta de la necesidad de la medida para evitar la saturación de los hospitales. Ya estábamos inmersos en una crisis.
Una crisis de salud pública no es sólo el problema concreto de salud. Implica muchas otras cosas, entre ellas la emergencia social, cuyos efectos se encuentran muchas veces invisibilizados.
La sanidad pública, muy castigada por los recortes en los últimos años, tiene que adaptar su funcionamiento a las nuevas circunstancias. Las decisiones de organización del sistema sanitario han de tomarse en el marco de una crisis, lo que implica una gran incertidumbre ante un devenir poco previsible, y sin que pueda contarse con todos los datos ni recursos que se necesitan. A su vez, la situación de grave peligro, de sentirnos en riesgo, nos impulsa a pedir soluciones mágicas.
Nos van pasando cosas, vamos enfrentando muchas situaciones en el día a día, sentimos miedo, inseguridad. Incertidumbre. Nos preguntamos ¿Cómo saldremos adelante?
Es necesario contar con espacios de reflexión sobre estas cuestiones para afrontar de forma comunitaria esta crisis. Pensar en la vida cotidiana de las familias, de los equipos profesionales, de forma particular de los y las sanitarias y de las personas que tienen que trabajar en condiciones muy difíciles. Reflexionar también sobre las implicaciones emocionales que todo esto conlleva y sobre nuestro lugar de responsabilidad en la comunidad.
Los profesionales de la salud sienten malestares. En estos momentos pueden sentir confusión y vivenciar intensas emociones, miedos, frustración, ira, ansiedad, tristeza. Emociones que tienen que disponer de canales de reconocimiento y elaboración para poder continuar con una tarea que requiere serenidad para actuar.
En lo cotidiano también se vivencian malestares «los niños/as no paran», «tan pronto estoy triste, como me cabreo», «no me aguanto», «todos tenemos los nervios a flor de piel» «¿cuánto queda para salir?», «el listillo del perro baja ocho veces al día», me enfada que la vecina salga a comprar a diario cuando yo como de congelados para salir una vez por semana…». Este conjunto de malestares que afloran a cada paso de nuestra vida cotidiana no se analiza ni se cuestionan, es como que «las cosas son así», es cuestión de aguantar, se traducen en quejas, ansiedad.
La crisis que vivimos pone más al descubierto dichos malestares. Estos se relacionan con la crianza, los límites, los vínculos en tiempos de febril velocidad. El parar hace que todo aflore con más virulencia.
Frente a ello se reciben mensajes con un mandato idealizado, que los ocultan más: «aprovecha el estar en familia», «ahora tienes tiempo», «tienes que ser fuerte»; como si fuese fácil. Hay que dar espacio a la expresión y elaboración de lo que se siente.
Sin embargo, la expresión y gestión emocional se encuentra dificultada. Socialmente no se consideran los procesos de duelo ante los cambios. La inmediatez, la prisa y la negación juegan en contra. Se exige tener siempre un pensamiento positivo.
Ahora hay que atender lo más urgente y es importante tener tolerancia; ya habrá tiempo de trabajar otras cuestiones cotidianas. De todas maneras, en próximas entregas intentaremos centrar algunos criterios que puedan ayudar en este sentido.
La crisis del coronavirus nos desvela que las lógicas de mercado descuidan las necesidades humanas. Sin embargo, la solidaridad, lo comunitario, el cuidar lo colectivo, el reconstruir el tejido social, requiere de laboriosos esfuerzos. Hacerlo es tarea necesaria y urgente. Nadie puede atender sus necesidades, ni cuidarse o salvarse solo o sola.
Elaborar lo que está pasando. Aurora Chía Trigos. Especialista en Metodología ProCC. Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria Marie Langer.
«No duermo desde que nos enteramos que nos iban a mandar al IFEMA. Todos tenemos mucha ansiedad con dejar el Centro de Salud y vernos de un día para otro trabajando allí. Yo, la verdad, tengo temores».
«Tener que decir a una persona que no se puede despedir del familiar que acaba de morir, y contenerla cuando tú estás que no puedes más».
«Los entierros son en soledad. Es muy duro…».
«Lo único que sigue igual: el sol que sale y se pone todos los días…».
«Esto parece una peli», «estoy como en una nebulosa», «la intranquilidad es un peso que abruma».
¿Qué pasa con todas estas cosas que se expresan en la cotidianidad y que no son recogidas por demanda alguna, porque pasan a engrosar aquellos malestares que se sufren, pero que no se analizan ni cuestionan, porque se consideran normales?
Estamos viviendo una realidad excepcional para todos y todas. Nos cuesta salir del impacto emocional que supone. Tenemos las energías puestas en los cambios que se suceden y que, a su vez, se modifican por momentos. Todo esto nos requiere cierta lucidez para intentar comprender y actuar.
La situación exige un proceso de adaptación. Pero ¿cómo hacerlo? Frente a tanto dolor sin abrazos, con palabras que no alcanzan, se hace muy difícil tramitar las angustias personales, familiares, colectivas. Encontramos padres y madres desorientados e intentando reubicarse y, a veces, sin elementos para explicar a sus niños y niñas por qué no se puede salir. Les es difícil decir que no se puede salir a quien está en edad de salir o al anciano que se empeña en ir a la plaza, donde se encuentra cada día con sus amigos. Aparece un punto de pseudo-transgresión e irreverencia ¿y hasta dónde esto obtura el poder pensar la situación?: «Yo aquí no me quedo, me voy al pueblo, pero ya». Se suma a la dificultad tanto el desconocimiento como el exceso de información que generan más inseguridad, miedo y bloqueos. La incertidumbre económica, las prisas y las urgencias complican cualquier proceso de elaboración.
Pero pongamos nombres. ¿Qué es una emergencia social?
Las situaciones de emergencia social suponen alteración de normas y de marcos de referencia de las relaciones sociales; perturban la vida cotidiana, sus ritmos; generan situaciones de amenaza que provocan alto grado de incertidumbre y sentimientos de indefensión.
Al psiquismo le corresponde realizar un trabajo penoso de elaboración, que es lento, paulatino, y cargado de dudas y ambivalencias. Hablamos de proceso y tiempo. Hablamos de elaborar duelos, que es el proceso de transformación que permite al ser humano la adaptación al cambio.
El proceso de duelo es un trabajo interno con diferentes fases. Al principio haciendo intentos desesperados de negar lo que pasa y esperar que todo vuelva a ser como antes. Un segundo momento es el de la depresión o desorganización, con sentimientos muy encontrados. Implica pérdida de fines en el mundo externo, con vivencias de desorientación y apatía. Pero este momento cumple una función adaptativa necesaria para pasar a la tercera fase, la de reorganización.
En esta situación de emergencia social nos parece de suma importancia la comprensión del duelo como un hecho social.
Sin embargo, en nuestra sociedad hay desconocimiento y negación de los mecanismos del duelo. Todo lo que duele es fácil evitarlo, taparlo: «no queremos penas», «hay que mirar lo positivo», «venga, hay que tirar adelante…». Frente a un dolor interno, evitamos compartirlo por la idea de no entristecer a seres queridos. Cuántas veces, en la consulta, médicos y médicas escuchan: «no le he dicho nada a mi hija por no preocuparla…».
Este desconocimiento nos deja un tanto inermes frente al dolor intenso. Igual que nos faltaron mascarillas, nos falta el escudo protector de algunos recursos de un psiquismo más saludable. Nos falta fortalecer la capacidad de cooperar para enfrentar la nueva realidad.
Tengamos en cuenta que:
- Todo cambio conlleva pérdida y reorganización, pero lo primero es que duele.
- Para sostener este proceso es fundamental el reconocimiento de lo que está pasando.
- Se congregan sentimientos diversos y a veces contradictorios.
- Surgen sentires y vivencias dolorosas que necesitan ser expresadas, escuchadas, contenidas, evitando tanto la catarsis como el silenciamiento.
- Esta elaboración y reparación sólo puede hacerse con otros; somos seres sociales y esa es la fuente de nuestra esencia y nuestra esperanza.
- Es necesaria una elaboración social que repercutirá significativamente en la salud mental comunitaria.
Estamos ante una epidemia. Implica una situación de emergencia social. Requiere de una participación social activa que sirva de soporte para la elaboración personal y social.
“Confinamiento, dulce confinamiento”
Quedarse en casa la familia, confinada durante días, puede ser un desafío donde se juegan la salud y el bienestar. Madres y padres enfrentan esta nueva cotidianidad preguntándose: ¿Seremos capaces de convivir en estas circunstancias sin tirarnos los trastos a la cabeza? Se
«No se puede estar tanto tiempo en casa con niños, es imposible. No aguantas».
Muchos de los malestares que se manifiestan estos días de reclusión están relacionados con problemáticas anteriores no resueltas, que trascienden a cada familia en particular, porque son inherentes al sistema social en que vivimos.
Antes de que el mundo se pusiera patas arriba, la convivencia familiar ya mostraba muchos malestares cotidianos que, naturalizados, se vivían con resignación, asumiéndolos como «lo que toca cuando tienes hijos». Esto es fruto, entre otras causas, del modelo de familia hegemónico del sistema capitalista. Los roles de género y los de madre y padre que de ellos se derivan, junto con los mensajes predominantes del neoliberalismo actual, dificultan construir una convivencia armónica y un crecimiento saludable. Sin embargo, en nuestras manos está cambiar el guion.
«Sé que hay que tener paciencia y todo eso, pero esto es realmente complicado».
Hoy se multiplican los mensajes, siempre bienintencionados, sobre pautas y criterios para la crianza: mantener horarios y rutinas, cuidar higiene, jugar juntos, hacer manualidades, leer, cocinar, gestionar emociones… Pero ¿cómo ponerlos en práctica? Será necesario tener en cuenta algunas cuestiones sobre el crecer saludable para no caer en la impotencia.
Entendemos el crecer como un camino de sucesivos desprendimientos hacia la autonomía. Este proceso siempre implica ambivalencias y contradicciones a resolver: «Qué alegría, ya voy a la escuela; qué penita que me despido de mi papá». «Qué bien, mi hija va de colonias; qué penita… ¿la cuidarán bien?». Siempre hay algo que se deja, por algo nuevo que se conquista, esto significa que hay una despedida o duelo a elaborar. Nuestra tarea desde el lugar adulto, es favorecer ese proceso, sosteniendo con firmeza el límite, que le dará seguridad: «Es normal que sientas pena, se te irá pasando, ahí estás bien cuidada». Implica procesar también la parte del duelo de la figura adulta.
En la práctica no es fácil. El sistema social en que vivimos dificulta este proceso, ya que, desde un modelo de sobreprotección y dependencia, se niega el dolor, imposibilitando hablarlo y elaborarlo, generando malestares que en la situación de «quedarse en casa» pueden verse exacerbados. Sin embargo, si comprendemos el valor de las sucesivas separaciones, será más fácil.
«Me noto que estoy más irascible. Es que no puedo ni ir al baño sola».
Niñas y niños no necesitan presencia adulta permanente a partir de cierta edad y en función de las necesidades. Es beneficioso dejarles espacios que posibiliten conectar con su imaginación creadora. El espacio propio de cada miembro de la familia es necesario y saludable; delimitarlo adecuadamente puede complicarse en estas circunstancias (no es lo mismo vivir en una casa con jardín, que en un piso de 40 m2), pero siempre es posible.
«Ahora me reclama más; tengo que hacérselo todo».
A veces cuesta no sobreproteger, y se le hacen las cosas, para terminar antes, desajustando los lugares donde niñas y niños ‘todo lo que quieren, pueden conseguirlo’. Si queremos construir una buena autoestima, es importante señalar que ‘todo lo que niñas y niños pueden, tienen que hacerlo’ (si pueden vestirse, bañarse, prepararse la merienda, hacer deberes…, deben hacerlo).
«Se lo digo mil veces, pero no hace ni caso».
El límite es imprescindible para crecer. No es un castigo. Es para que crezcan, no para que obedezcan o por disciplina. Sabiendo que, como proceso saludable del crecimiento, puede que vuelvan a probar, pidiendo la confirmación del límite, la persona adulta tendrá que evitar no justificarse, no entrar en paridad, y no repetir las cosas muchas veces.
La situación actual es totalmente extraordinaria, y es necesaria la contención, pero sin confundirla con sobreprotección y sin abdicar del papel adulto. Sabemos que cuesta, pero es posible ir dando pasos, que generarán mucho alivio, y con ello contribuiremos a cambiar el guion hegemónico.
Nota de Osalde: Los comentarios en el blog de público (Aqui)
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