La necesidad de dejar de entender ETA en blanco y negro
Fuente: diaridebarcelona.cat Por Gerard Comas Robert , Nura Portella Genestar y Silvia Vega Publicado el 02 de mayo de 2020 Colaboración de Anna Miñarro y Iñaki Márkez (Osalde)
«ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él». Con estas palabras, en boca del histórico dirigente de la banda terrorista Josu Ternera, Euskadi Ta Askatasuna (ETA) anunciaba hace dos años el «final de su trayectoria», y confirmaba que se disolvía. La banda dejaba atrás seis décadas de actividad, y se convertía en uno de los actores más influyentes de la agenda política y social tanto del País Vasco como de España.
Sin embargo, el anuncio fue recibido con cierta apatía por parte de una mayoría social que ya había desconectado de la realidad de ETA desde hacía siete años, con el anuncio del «cese de su actividad armada». Públicamente, ETA desaparecía de la noche a la mañana, aunque puertas adentro surgía la evidencia de un conflicto con heridas que aún tenían que cerrar.
El desconocimiento juvenil: del silencio al trauma
Un estudio de la Universidad de Deusto , encargado por el área de Convivencia del Gobierno vasco y publicado en 2017, exponía que aproximadamente la mitad de los universitarios del País Vasco desconocían elementos tan importantes del marco histórico de la violencia en el conflicto vasco como el atentado del Hipercor de Barcelona, la figura de Miguel Ángel Blanco o la existencia de los GAL, como grupo parapolicial que atentó contra ETA.
Este desconocimiento social entre los jóvenes ha estado acompañado durante décadas de una nula presencia en los libros de texto y currículos escolares de ETA, de la violencia de Estado y de la represión franquista. Una concepción que ha comenzado a cambiar en los últimos años a través de iniciativas como el ‘Programa de Víctimas Educadoras Adi-Adian’ , basado en una serie de charlas por parte de víctimas del terrorismo en los centros educativos, o ‘Herenegun’ ( ‘Antes -d’ahir ‘), una propuesta educativa impulsada por el Gobierno vasco y apoyada sobre una serie documental emitida a EiTB .
Según Anna Miñarro , psicóloga clínica y psicoanalista especializada en experiencias traumáticas derivadas de la violencia social y de estado, este desconocimiento ha sido introducido, en parte, por el Estado, a través de un silencio inducido que ha creado «un vacío imposible de llenar «, no sólo en los jóvenes, sino también en toda la sociedad. Es una concepción que se ha conformado a partir de aquel antiguo mantra de ‘no remover el pasado para no generar más malestar’ -muy utilizado en temática de memoria histórica- y que ha provocado «una disociación entre lo que pasó y lo que hemos acabado percibiendo «.
«Parece que ETA saliera como una seta, cuando en realidad el nacimiento se da a consecuencia de traumas no elaborados vinculados a violencias anteriores -el maltrato y la represión de la guerra, la dictadura y la transición-, sin las cuales es imposible de entender «, explica Miñarro.
También apunta que ha habido un «silencio voluntario», vigente en el entorno intrafamiliar y constituido como un elemento de autoprotección. Con todo, el silencio ha terminado ocupando todo el espacio, explica, y ha derivado en un contexto de bloqueo: «Muchos ciudadanos pueden pensar que les falta recursos para gestionar».
Este estado ha acabado derivando en «situaciones traumáticas que, por la magnitud y la extensión del conflicto, han sido más persistentes y de mayor entidad, y han marcado un punto de inflexión en la vida de los pueblos y de su gente», comenta Miñarro. Son heridas abiertas que han perdurado en el tiempo y que no se han quedado en la primera generación -coetànies del conflicto-, sino que se han transmitido a terceras personas.
El apoyo social a ETA
Otro de los ejes a los que hace referencia el estudio que ha llevado a cabo la Universidad de Deusto es el apoyo que daban a los jóvenes a la violencia de ETA. Así, el 79% se muestra «bastante» o «totalmente» en contra de su actividad armada, mientras que sólo un 2% se muestra a favor. Se trata de un paisaje bastante similar al que muestra el Euskobarómetro de mayo de 2018 , en el que el 81% de la población percibía la trayectoria de la banda como «negativa», y sólo el 4% como «positiva».
Una clara tendencia contraria a ETA, especialmente desde finales de la década de los noventa, con una minoración progresiva de los apoyos sociales. Una fotografía totalmente diferente de la que se había dibujado durante décadas anteriores, en la que existía una clara legitimación a la actividad de la banda armada en la sociedad vasca. Iñaki Markez , psiquiatra y terapeuta, apunta que esta «aceptación, más o menos resignada, se hacía evidente con la ocupación de espacios públicos, ejemplificado con la presencia de fotografías y pancartas en apoyo de la banda en las fiestas mayores de pueblos y ciudades de todo el país «.
«En Euskadi mucha gente no dudaba en hablar de los asesinatos de los GAL, de la tortura, de la represión policial o de la derecha fascista, pero se resistía a hablar de las acciones terroristas de ETA. Una doble moral propia de una subcultura de la violencia «, comenta Markez. Se trata de una aceptación implícita de la actividad violenta de la banda terrorista que significaba que las consecuencias eran aceptadas como si fueran parte del paisaje tradicional.
Los presos, el conflicto entreabierto
La política de dispersión de los presos de la banda terrorista sigue siendo una de las principales vías por las que se mantiene el conflicto de ETA vigente. Según datos del 2019 , hay 243 presos dispersados fuera del País Vasco, 205 en España y 36 en Francia. En este sentido, el centro penitenciario que alberga más presos es el de Cádiz, a 950 kilómetros del País Vasco, y es el segundo más lejano después de Algeciras.
Distribución de presos de ETA a fecha de enero de 2020
«Tenerlos aislados tiene como único objetivo mantener un clima social dominado por el miedo, la ansiedad y el trauma», comenta Anna Miñarro, que asegura que lo único que consigue es «victimizar familiares que no han cometido ningún delito» . De hecho, los familiares de las víctimas son los grandes perjudicados de esta situación, porque se ven obligados a recorrer cientos de kilómetros. Unos viajes que en 2015 ya habían costado la vida de 16 personas en las carreteras . «Es una cuestión de derechos humanos. Mantener la dispersión sólo dificultará superar el trauma que tienen los familiares, aumentará la sensación de injusticia y facilitará la perpetuación de la violencia «, concluye la psicóloga.
Esta postura es compartida por gran parte de la población del País Vasco. Según el Euskobarómetro de octubre de 2018 , un 74% de los vascos están a favor del acercamiento de los presos, mientras que sólo un 10% se muestra en contra. En este sentido, un 66% también querría favorecer las reinserciones y un 55% quisiera mejorar las condiciones de prisión, incluidos los beneficios penitenciarios. En cuanto a la amnistía, el porcentaje a favor se sitúa en el 26%.
La polémica de los ‘ongi etorri’
En relación a los presos de ETA, uno de los aspectos que ha generado mucha polémica en los últimos años entre las asociaciones de víctimas -especialmente AVT y Covite – han sido los ‘Ongi Etorri’ ( ‘bienvenido’, en vasco). Se trata de recibidas a presos de la banda en el momento que salen de la cárcel, que organizan amigos y familiares en las calles. Se trata de una situación que ha generado un fuerte debate político y público en cuanto a la licitud.
El pasado mes de septiembre, varios partidos políticos pidieron que los ‘Ongi Etorri’ se dejaran de celebrar , ya que dificultaban la convivencia en las calles del País Vasco. Así, el PP en solicitó la prohibición al gobierno vasco, mientras que el PNV y el PSE instaron a los organizadores a dejarles hacer. Podemos, por su parte, pidió a los familiares que los limitaran al ámbito privado. Finalmente, EH Bildu instó a buscar maneras para poder recibir los presos con normalidad, al tiempo que criticó el circo mediático que se había generado a raíz de este debate.
En esta línea, Markez avisa que estos actos pueden tener un trasfondo de «política sucia» en la que el objetivo no es resolver el conflicto sino incentivarlo. «Podría haber otra elección de espacios, mediaciones, encuentros entre víctimas y victimarios u otras iniciativas de reconciliación que caminen hacia la búsqueda de la verdad y la reparación, pero hay una voluntad política por parte de gobiernos y autoridades que ayuden a superar estereotipos, dignificar a las víctimas y superar la violencia del pasado «, apunta el psiquiatra.
Asimismo, cabe destacar que «es importante tener en cuenta que por aquel que vuelve a casa es terapéutico recibir una acogida solidaria y afectiva, lo cual no tiene nada que ver con el enaltecimiento del terrorismo», explica Markez, que añade que los presos deben insertarse socialmente, acceder a una sociedad que desconocen, encontrar el equilibrio entre el poder, recibió una bienvenida y no hacer apología del terrorismo.
Las víctimas olvidadas
«Es una injusticia flagrante. Son víctimas que no fueron consideradas. Al contrario, fueron aisladas y estigmatizadas, y se permitió que aparecieran duelos difíciles y, a menudo, patológicos «, asegura la psicóloga Anna Miñarro con respecto a las víctimas de los GAL y otros grupos ultraderechistas, que hoy en día todavía no son consideradas víctimas del terrorismo en el conflicto vasco.
La principal razón recae en el hecho de que se considera que estas víctimas habían formado parte de la estructura de ETA, aunque este vínculo no hubiera sido demostrado en ningún momento por una sentencia penal. Esta situación ha sido denunciada desde hace años por círculos de víctimas del País Vasco, pero el resultado ha sido nulo. De hecho, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) avaló hace un año esta decisión , y rechazó la posibilidad de indemnizar a los familiares de víctimas de los GAL como víctimas de terrorismo.
Como se encara el futuro?
Hoy, ya sin la acción armada, es más fácil el debate social. Iñaki Markez argumenta que «la perspectiva de una sociedad más sana y sin ETA es posible, pero se necesitan gestos públicos y creíbles, que ayuden a dignificar a las víctimas, enterrar a los muertos y superar la violencia del pasado». Se trata de un camino que implica hacer cambios en la cultura política, que supere estereotipos y actitudes excluyentes entre diferentes grupos.
«Hay que dejar atrás toda la bipolarización que tanto ha caracterizado estas décadas, y que ha sido la base del conflicto», apunta Markez. Asimismo, explica que «si el trauma psicosocial fue, o sigue siendo, un elemento determinante para ciertos sectores que sufrieron hechos traumáticos -como asesinatos, torturas, secuestros, explosiones y seguiments-, no puede ser que en el momento de dar información éstos queden excluidos de cualquier registro «.
Esta es la tarea de cara al futuro: ser capaces de instalar este debate en los ámbitos académicos e institucionales. Hablar más y adentrarse en el dolor. Asumir que a pesar de ser una fase superada, ETA, el conflicto vasco y sus heridas no son en blanco y negro. Que no son hechos del pasado, sino aún heridas por curar.