La lucha por el significado de la salud: ¿salud integral o manejo de la enfermedad?
El creciente nivel de insatisfacción y preocupación ciudadana, inquieta a gestores de Osakidetza, quienes han comenzado una intensa campaña. Destacan sus esfuerzos por blanquear su responsabilidad en la actual crisis, y por cambiar el significado de el concepto de salud integral, transformándolo en salud entendida como manejo de la enfermedad. Por ello estamos asistiendo al goteo continuado de noticias en las que se ensalza la salud y se vincula con situaciones relacionadas con el manejo de enfermedades.
Una estrategia basada en la salud integral tiene en cuenta la persona en su contexto bio-psico-social-espiritual, e incluye medidas para el manejo de la enfermedad y acciones concretas e inversiones en prevención de la enfermedad, promoción de la salud y manejo de otros determinantes de la salud como la dieta, precariedad económica, estrés, entorno educativo, la actividad física, factores de riesgo como la hipertensión arterial…
Voy a utilizar la recientemente comunicada Estrategia de Salud Mental de Euskadi (ESME) 2023-2028, como ejemplo para ayudar a entender la diferencia entre Salud Integral y salud centrada en la enfermedad. Todas las ESME elaboradas hasta ahora, incluida la ESME 2009-2013 en la cual participé, coinciden en los objetivos genéricos: «avanzar en la mejora de la atención y la prevención de los trastornos mentales, así como en la promoción de la salud mental en el ámbito de la CAV». Lamentablemente, coinciden también en que las concreciones y las inversiones van destinadas a manejar la enfermedad, y esto no es suficiente para generar salud. En esta ocasión la medida estrella difundida por los medios es la de la creación de unidades específicas para algunas enfermedades serias y en aumento, y de plazas de personal sanitario necesarias para atenderlas. No dudo de la necesidad de estas inversiones, y del beneficio que supondrá para pacientes y familiares, y todas nos alegramos por ello. En lo que insisto es en que, actuando como siempre, los casos de enfermedad mental (EM) seguirán aumentando como hasta ahora, con lo que seguiremos necesitando crear más unidades específicas y más plazas de especialistas en enfermedades. Es preciso transformar esta estrategia basada en la enfermedad, en una estrategia basada en la salud, y enriquecerla con el abordaje de los determinantes sociales de la salud mental: precariedad laboral, pobreza, dificultades para emanciparse…, y pasar de las palabras a los hechos en las imprescindibles labores de prevención, promoción y detección precoz de EM, violencia de género, ideas de suicidio… Quién mejor para hacerlo que el tándem referente y de confianza de los pacientes, formado por la médico / enfermero de familia de los centros de salud, máxime cuando muchas veces los primeros síntomas de las personas en esas situaciones son físicas, como mareos, fatiga, malestares…Esto requiere de consultas siempre con la misma médica / enfermera, por supuesto presenciales y con tiempo suficiente.
Para trabajar la salud integral se creó en 1978 la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria. Una especialidad nueva, que carecía de un cuerpo propio de conocimientos y experiencia previa. Por ello la formación de los nuevos especialistas dependía de los especialistas hospitalarios, especialistas de órganos. Con esta imprescindible formación en atención a la enfermedad, acudimos los nuevos médicos de familia a los centros de salud, donde no disponíamos de estrategias de prevención, promoción, atención holística… y había que desarrollarlas. Las décadas de los 80 y los 90 fueron un periodo de trabajo intenso en el desarrollo de la especialidad, y avanzamos mucho en la salud: orientación familiar, comunitaria, comunicación, duelo, paliativos…, pero a finales de la década de los 90, nos sorprendió el cambio en el lenguaje de los gestores de Osakidetza. Los pacientes pasamos a ser clientes y los profesionales de Osakidetza nos convertimos en «sus activos». Estaban preparando la hoja de ruta para pasar de un sistema público de salud «integral» a un sistema de salud público-privado centrado en la enfermedad. Necesitaban desprenderse de la salud, y con este objetivo se crearon estas OSI que cambiaron nuestra función, y nos convirtieron en especialistas de enfermedades, pero de segunda categoría, con el objetivo prioritario de ordenar el flujo de pacientes enfermos a los especialistas de primera, los hospitalarios.
Es preciso reorientar el sistema sanitario y la Atención Primaria hacia la Salud Integral, y enriquecer el manejo de la enfermedad con el manejo del resto de los factores determinantes de la salud, y con propuestas concretas e inversiones en la prevención y la promoción de la salud. Necesitamos también recuperar la atención a la persona en sus múltiples dimensiones, biológica, psicológica, social y espiritual, y trabajar en estrategias para conseguir, a través del empoderamiento de la población en el cuidado de su salud, pasar de consumidores de salud a adultos responsables de nuestra salud. La «salud integral» exige crear una estructura en Atención Primaria que lo posibilite. En concreto resulta imprescindible invertir, además de en tecnología e instalaciones, en personal sanitario en APS, con contratos estables que permitan recuperar la figura referente del médica / enfermera, incorporando luego los perfiles profesionales que se consideren oportunos, pero sin cuestionar que el tándem médico / enfermero es quién mejor puede orientar al paciente, y ser su referente de confianza durante toda la vida. Imprescindible también el blindaje del número de consultas, no más de 20, casi todas presenciales, y con tiempo suficiente, no menos de 15 minutos por consulta, y tiempo en horario laboral para reuniones de equipo, docencia e investigación. ¿No es esto lo que ocurre en el resto de las especialidades?
Es imprescindible que la estrella que guíe nuestro camino sea la salud integral. Así remaremos todas juntas.