Editorial: «La soledad. Una epidemia de mucha importancia»
por Iñaki Márkez (Osalde/OME)
No es un fenómeno nuevo esto de la soledad, ni en las vivencias sociales ni en quienes han reflexionado sobre ello. Podríamos remontarnos al filósofo, político y escritor romano, Séneca, nacido en Córdoba en el año 4 a.C. que señalaba aquello de “La soledad no es estar solo, es estar vacío” que escribió en sus Cartas a Lucilio, con su contundencia diciendo también que “Nunca estamos solos”. Muchos escritores y pensadores han seguido opinando con el paso de los siglos.
Hoy podríamos aludir también a soledad crónica o bien a soledad no deseada como apuntan desde los medios de prensa. Es algo que va más allá de soledad en las personas mayores, como erróneamente se identifica, pues cualquiera puede padecer soledad crónica: una niña que va a un colegio nuevo; un joven de pueblo que se traslada a la gran ciudad; una ejecutiva muy ocupada con su trabajo sin tiempo para una adecuada relación con su familia y amistades; un anciano con mala salud, etc. El sentimiento de soledad está muy presente y hasta los estudios internacionales nos asustan con sus cifras: una de cada tres personas en los países occidentales se siente sola con frecuencia, en esta sociedad tan conectada entre gentes y redes sociales… La mayoría de estas personas quizá no son solitarias por naturaleza, pero se sienten aisladas, vacías con síntomas negativos emocionales (tristeza, frustración, vergüenza o desesperanza) aunque estén rodeadas de gente. Algo falla, entonces.
En las campañas electorales los partidos se comprometen a aprobar una Estrategia Nacional contra la Soledad: “luchar contra la soledad de las personas mayores”. Después… a casi todos se les olvida. Es más, incluso el gobierno de Rajoy del PP, en su primera legislatura, llegó a recortar 2.865 millones en dependencia. A pesar de que se dan cifras muy preocupantes que, en nuestro territorio, alcanza al 17 % de la población vasca, 104.000 personas mayores de 65 años, viven solas.
Claro que siempre podremos ilusionarnos con la Lotería Nacional o la de Cruz Roja que en estas fechas vende décimos con un gran lema impreso: Acabar con la soledad de las personas mayores no es cuestión de suerte. De preocupar la actitud institucional con lo relativo al juego de azar.
Sobre la salud
En edades avanzadas aumenta riesgo de padecer discapacidad, depresión o dolencias crónicas. En esas edades, más de 65 años, es una población gran consumidora de recursos sanitarios: llega hasta el 50% del tiempo de la atención médica, y supone casi el 60% del gasto farmacéutico.
Una persona que se siente sola está más angustiada, deprimida e irritable, con menor actividad física. Con afectación física: se eleva el nivel de cortisol –hormona del estrés-, o disminuye la inmunidad. Mayor frecuencia de microdespertares en el sueño, resultando no reparador por mal descanso, reducimos la protección y aumenta riesgo de enfermedades. La soledad aumenta la probabilidad de mortalidad. Es un gran problema ignorado desde las instituciones.
La soledad en personas mayores, un reto
Ante el aumento de personas que viven solas y el creciente envejecimiento urge tomar acciones. No podemos llegar a situaciones donde haya personas que mueren estando solas. Personas que han aportado mucho, a su entorno y a su familia, no deben pasar el final de su vida en soledad y mueran sin nadie cerca, es terrible. Es urgente la creación de recursos. Recursos institucionales, sean residencias, o sean de tipo intermedio como los centros de día, clubs, etc. Y otros recursos comunitarios que surjan de la iniciativa ciudadana.
Para la persona mayor, la familia es la mayor fuente de apoyo, teniendo el matrimonio (o pareja) un efecto protector en la salud física y psicológica. Además, las amistades tienen un papel fundamental y el tamaño de la red de amigos se relaciona con una mejor salud psicológica. A más red, más sanas las personas.
De ahí la importancia de crear y articular la intervención ante la soledad, en espacios naturales de encuentro (su calle, plaza, barrio) donde tienen un conocimiento de lo que sucede y ayudan a identificar a personas e informar sobre los recursos disponibles y lograr el sentido de pertenencia a una comunidad. Vecinos, amistades y familiares comprometidos entre sí creando redes vecinales contra la soledad, de protección de vecindario más vulnerable. Hemos de contribuir a identificar personas del barrio que pudieran verse afectadas por un sentimiento de soledad y sensibilizando sobre ello, para visibilizarlo y destacar los riesgos de sus efectos. Los vecinos, comerciantes, otros agentes del barrio de mirada comprometida con el reto de la soledad no deseada, entrarán a formar parte de una red de apoyo mutuo y ser colaboradores/as.
Tenemos que caminar a crear redes de apoyo, intervenir con las personas afectadas, ofreciendo oportunidades de encuentro y mejora de su bienestar, actividades de entidades públicas y privadas de los barrios. Facilitar vínculos de las personas que se sienten solas con la red social del barrio, promoviendo su participación en los recursos del barrio. Para convertir al barrio en lugar acogedor, donde las personas se sientan cuidadas. Precisamos de otro cambio cultural.
La gente mayor puede estar en los parques, en el barrio, en los centros de mayores y en muchas actividades ciudadanas sociales y culturales, de ocupación, ejercicio, comunicación, ocio… con sus familiares, vecinas o amistades. Y afinar iniciativas sobre la salud desde el municipio, desde los barrios, desde la cercanía.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional.