Editorial: Juicio a las superbacterias: ¿Culpables o inocentes?

Editorial: Juicio a las superbacterias: ¿Culpables o inocentes?

Por Jorge Barrón (Osalde)

Podía ser el título de un comic: “Superhéroes contra superbacterias: ¿Podrán Batman y Spiderman acabar con las superbacterias resistentes a los antibióticos? Podía ser, pero no es para tomarse la cosa a broma. Porque mientras que los superhéroes son personajes de ficción, las superbacterias resistentes a los antibióticos son seres reales, verdaderas amenazas para la vida humana contra las que no conocemos remedio alguno. En 2050 se estima que 10.000 personas podían morir víctimas del problema.

Emergencia sanitaria mundial

Explica la OMS que la resistencia a los antibióticos es hoy “una de las mayores amenazas para la salud mundial, la seguridad alimentaria y el desarrollo”. “Que puede afectar a cualquier persona, sea cual sea su edad o el país en el que viva, prolonga las estancias hospitalarias, incrementa los costos médicos y aumenta la mortalidad.,” Y añade “que es un fenómeno natural, aunque el uso indebido de estos fármacos en el ser humano y los animales está acelerando el proceso”. O sea, todo es normal, nada de microbios con superpoderes. ¿Cómo ha surgido entonces esta nueva amenaza a partir de un fenómeno normal?

La realidad es que estos microorganismos tan desafortunadamente calificados como “superbacterias” por algún sabio probablemente norteamericano no tienen ninguna característica exótica o sobrenatural que les diferencie de las demás especies del planeta. Simplemente son, como las mismas criaturas humanas, meros supervivientes, mutantes resistentes que aparecen como respuesta a los vertidos de antibióticos al medio ambiente.

Las compañías farmacéuticas productoras y distribuidoras de antibióticos han logrado inundar el mercado y de paso el medioambiente con antibióticos. A más marketing, a más sobornos (más o menos disfrazados de formación, investigación) a médicos prescriptores, agencias reguladoras y sociedades científicas, más ventas. Antibióticos a troche y moche, no solo para tratar infecciones en humanos y animales, también administrados con excesiva frecuencia indebidamente, como “profilácticos” o “por si acaso”, también añadido a los piensos para aumentar el peso del ganado, en acuicultura o para prevenir daños por bacterias en cultivos vegetales. Como resultado, una gran cantidad y variedad de antibióticos van a parar a los ecosistemas acuáticos de todo el mundo, alcanzando incluso aguas subterráneas y potables. Y es la presencia generalizada de antibióticos en el medio la que selecciona las cepas resistentes que suponen una nueva amenaza para nuestras vidas, ya que una infección por bacterias resistentes tiene mayor potencial de causar daño y muerte que la producida por una bacteria sensible, simplemente porque con nuestra torpeza hemos destruido la posibilidad de superar la infección, regresando a una era pre antibiótica que creíamos olvidada para siempre.

¿Estamos ante el monstruo del Dr. Frankenstein, o es el Doctor el monstruo?

Como microbiólogo que soy, harto de ver como se atribuye a las bacterias daños a menudo causados por la mala práctica, la ignorancia o los intereses, y ante la imposibilidad de defenderse por sí mismas, me veo en la obligación moral de recordar a favor de las bacterias en general que con la inmensa mayoría de ellas compartimos hábitat sin problemas. Unos 100 billones de microorganismos se alojan en nuestro cuerpo en régimen de mutuo beneficio, colaborando en funciones vitales como la intervención en la expresión de genes y prevención de enfermedades. Con más frecuencia de lo que se cree, las personas albergamos en nuestro organismo, como “portadores sanos” bacterias que en determinadas circunstancias y en pocas horas podrían acabar con nuestra vida (meningococos, neumococos, bacilos diftéricos, salmonellas, etc.). Que solo unas pocas especies bacterianas se relacionan con enfermedad, y solo “en determinadas circunstancias”. Es decir, lo normal es el equilibrio biológico incluso con bacterias potencialmente muy peligrosas. Estamos en una especie de “guerra fría” con buenos resultados. Una paz que se mantiene a base de mutuas amenazas, pequeñas incursiones, tientos. Nada definitivo.

Nada nuevo de lo que sabemos sobre el equilibrio de los ecosistemas, en los que cohabitamos una diversidad de seres muy diferentes, solo ocasionalmente alterado por un evento que llamamos enfermedad, pero podríamos llamarlo conflicto, encuentro desafortunado o falta de entendimiento por debilidad, inmadurez o decrepitud. Una circunstancia en gran parte previsible y evitable por el ser humano.

Cuando tal cosa ocurre solemos atribuir toda la culpa a la bacteria, a la que atribuimos malignos poderes como “patogenicidad”, “virulencia” o “resistencia a los antibióticos”. Características que solo son recursos naturales para defenderse en ocasiones de conflicto entre vecinos. ¿Acaso no tiene nuestro organismo otras características similares? Todo un sofisticado ejército inmunitario humoral y celular capaz de desintegrar a millones de microorganismos ante un lamentable desencuentro que nunca es bueno para nadie.

Con frecuencia olvidamos que para que ocurra la enfermedad infecciosa, para que se desate la guerra entre el hombre y las bacterias, hace falta la concurrencia de múltiples factores. Centrar la atención causal en supuestas superbacterias significa sufrir el riesgo de minimizar muchos otros factores a tener en cuenta y combatir. Concurren factores biológicos debilitantes del huésped humano, factores sociales, económicos, psicológicos, etc. Algo que, aun sabiendo, con frecuencia ignoramos en la práctica. Pero otros incluso se encuentran epistemológicamente ocultos, bien sea por las limitaciones de un conocimiento parcial, sesgado y en continuo desarrollo, bien por las limitaciones del propio método científico, por nuestra tendencia al reduccionismo e incluso por nuestros prejuicios e intereses de todo tipo. Por poner un ejemplo muy simple: Si el bacilo de Koch fuera el único agente causal de la tuberculosis, ¿Por qué se ceba en la pobreza, el hambre, el hacinamiento y la suciedad? ¿Porqué los bacilos multirresistentes han aparecido en África, donde menos acceso hay a las drogas antituberculosas?

Para dar una respuesta a estas simples cuestiones, hay que considerar una multicausalidad que se olvida porque compromete fuertemente al statu quo de la sociedad humana hegemónica. Compromete, por ejemplo, a una ciencia al servicio de los intereses económicos de unos pocos.

Los cambios originados por la presencia de antibióticos en el medio se suceden con demasiada rapidez como para lograr una respuesta adaptativa a tiempo en el ser humano. Por eso nos encontramos en una encrucijada en la que no se vislumbra la salida. También las bacterias vecinas se adaptan a nuestros mecanismos defensivos (inmunitarios), pero lo hacen mediante un proceso mucho mas lento, mas “natural” en el que digamos que ambas partes se van adaptando lentamente a través de sucesivos conflictos infecciosos de los que ambos “aprenden”, manteniendo el equilibrio ecológico, esa guerra fría en la que nadie gana y nadie pierde, permitiendo la supervivencia y la cohabitación en el nicho ecológico.

Pero si nos armamos en exceso (sin una amenaza verdadera), si sacamos las armas a la calle, si tenemos armas en la casa, o nos hacemos del club del rifle, estamos provocando en nuestros vecinos el desarrollo de elementos defensivos complementarios capaces de neutralizarlas. Es algo tan simple como la 3ª Ley de Newton, de la acción y la reacción: Si un cuerpo actúa sobre otro con una fuerza (acción), éste reacciona contra aquél con otra fuerza de igual valor y dirección, pero de sentido contrario (reacción)”. De forma que cuando estalla ese conflicto ocasional, inevitable por puro azar o fallo circunstancial del equilibrio del sistema, o sea, cuando enfermamos, nuestro exceso armamentístico expuesto más por interés que por necesidad, se vuelve contra nosotros.

Más que de superbacterias habría que hablar de los super sinvergüenzas que con sus negocios aceleran el desarrollo y la propagación de las bacterias resistentes a los antibióticos, promoviendo con su marketing disfrazado el uso de antibióticos cuando no están indicados, el uso contraindicado de antibióticos reservados para infecciones graves en infecciones banales, induciendo a tener prácticas ineficaces y peligrosas para la prevención y el control de infecciones, añadir antibióticos a los piensos animales y a los alimentos, manipular alimentos de manera incorrecta.., y otras prácticas que resultan en la contaminación generalizada del medio ambiente con estas substancias que provocan la multirresistencia bacteriana.

Otro chivo expiatorio: la víctima.

Con frecuencia los manuales al uso, no solo centran el problema en el surgimiento de “superbacterias” surgidas como rayo de Zeus, también cargan las culpas a las víctimas, o sea, a los pacientes. Se les acusa, por ejemplo, de padecer estas infecciones por uso inadecuado de los antibióticos, cuando son medicamentos que no se dispensan sin prescripción médica. Se les acusa de no completar el tratamiento, cosa que ocurre sistemáticamente en los países más empobrecidos y sin financiación farmacéutica. O se les acusa de carecer de hábitos saludables, de seguir dietas adecuadas, manipular con torpeza los alimentos, no hacer actividad física ni adoptar buenos patrones de sueño para reducir el riesgo de contraer enfermedades. Ignorando los determinantes sociales y económicos de estos factores.

¿Estamos en un callejón sin salida?

Parece que ha terminado la era antibiótica y volvemos a la casilla de salida sin que nada haga pensar en el surgimiento de un cambio de paradigma que recupere la confianza en el desarrollo científico, ya que hemos alterado los medios naturales de adaptación y sería demasiado lento esperar a dios al borde del abismo.

Hay propuestas que plantean novedosas estrategias para enfrentarse a este problema, como los estudios realizados en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC mediante tratamiento combinado de antibióticos con estatinas, los fármacos generalizados para bajar las cifras analíticas de colesterol. Se trabaja en la hipótesis de que estas combinaciones atacarían las zonas de las bacterias donde se ensamblan las proteínas formando los complejos que se relacionan con la resistencia a los antibióticos.

Funcione o no, no hay que desesperar. Como en otras crisis de desarrollo evolutivo y científico, múltiples opciones se ponen a prueba y en algún momento surgirá el rescate en forma de cambio de paradigma. Se abrirá una puerta por donde escapar de nuestros cabreados vecinos. Pero seguramente otros problemas vendrán si no logramos escapar de los idiotas que con su estúpida obsesión de acumular riqueza son capaces de alterar el orden del universo. Y como dice Ferlosio “Vendrán años más malos y nos harán más ciegos”.

Jorge Barrón Fernández


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