Cuidadoras, una realidad invisibilizada y una deuda extraordinaria
La sociedad asume el cuidado de otros como un rol femenino, totalmente naturalizado dentro del reparto de tareas y responsabilidades. Así, las mujeres, cumpliendo su rol de género, deben cuidar a las personas dependientes.
Podemos reflexionar sobre esta realidad y discutir si nos corresponde a nosotras como mujeres, o al conjunto de familias o al Estado, como responsable y garante del bienestar general.
En ese contexto, me interesa abordar la problemática del cuidado como una de las tareas femeninas fuertemente invisibilizada y que, al mismo tiempo, provoca la invisibilización de las mujeres, la apropiación de sus experiencias y la negación de la complejidad de este universo.
La cuidadora (en femenino) generalmente es responsable del bienestar del otro, lo que implica un abanico de actividades y responsabilidades, debe estar en permanente disponibilidad, ser soporte emocional, afectivo, relacional, organizativo, físico, mental, amoroso, y un sinfín de etcéteras.
Por lo general, las mujeres representan cerca de un 90% de los cuidadores. El perfil es de mujeres de entre 50 y 60 años, sin ocupación laboral remunerada y cuya relación con la persona cuidada es familiar, hijas, también esposas, madres. En caso de tener un trabajo fuera del hogar, a falta de otras mujeres al interior de las familias, se suelen buscar ayudas en redes de amigas, vecinas, cuñadas, etc. Y también, muchas veces, se recurre a una cuidadora que generalmente es una mujer inmigrante cuyo trabajo de cuidadora es habitualmente en condiciones precarias.
¿Se trata de una división sexual del trabajo “lógica y natural”?, ¿de decisiones personales y/o familiares? ¿El sistema patriarcal refuerza este ordenamiento? Más allá de las ideologías y representaciones personales sobre el género, el cuidado es representado socialmente como inherente a los roles del género femenino, sin olvidar que en el mercado laboral la mujer gana menos y, por lo tanto, el sistema condiciona la toma de decisiones y el reparto de tareas al interior de las familias.
Desde una perspectiva de género y al interior de las familias, ¿se trata de un acuerdo entre las partes?, ¿de un consenso en igualdad de condiciones o se puede pensar que es un falso consenso producto de relaciones asimétricas de poder entre los géneros que lleva a las mujeres a asumir la responsabilidad del cuidado con todas las sobrecargas, las responsabilidades, las renuncias que ello implica?
Podemos deducir que esta forma de entender y abordar la realidad esconde una división sexual del trabajo que discrimina, somete, infravalora, encierra y limita al género femenino dentro de un orden establecido y tácito. Considero que debemos entenderlo como un problema individuar y/o familiar, pero sobre todo como un problema de género, estructural.
Además, tradicionalmente, en cuanto a la separación dicotómica del espacio en público/privado hay mucho que pensar. Me pregunto si esta representación de la realidad simplemente es entendida históricamente desde las categorías del género masculino. Es una representación de los espacios socialmente aceptada en la cual el género masculino ha ocupado la esfera pública para su trabajo, sus relaciones, y la privada es un espacio de recogimiento, su refugio, su descanso, de tiempo propio, de ocio, de desarrollo personal, intelectual, etc.
Desde una perspectiva de género, la esfera privada representa todo lo contrario para las mujeres, es un espacio para la atención de lo ajeno y el cuidado de los otros. Es importante reflexionar profundamente sobre el espacio y el tiempo para desmontar esta falacia: para las cuidadoras la esfera privada no representa ni un espacio ni un tiempo de recogimiento, ni de descanso, ni de ocio, ni de desarrollo personal. Muchas veces, se trata de un espacio que esclaviza, limita, empobrece, que no es solo personal, familiar, sino también social, político, económico e institucional. El espacio “privado” y el tiempo son muy diferentes según el género.
Ahora bien, el “compromiso de cuidados” comprende un amplísimo abanico de tareas que contienen altas dosis de estrés, de cansancio, de miedos, de sentimientos encontrados, presiones sociales, sentimientos de culpa, renuncias, sacrificios, abandonos personales y tiempo. Las mujeres como responsables de los cuidados están faltas de tiempo propio, son donantes de prácticamente todo su tiempo.
A nivel institucional y saliendo de los marcos familiares, pensemos lo que sucede cuando alguien ingresa al hospital: es acompañado por un familiar que brinda cuidados y casi siempre es mujer. Cuando le dan el alta no es porque ya está totalmente recuperado, lo envían a casa a continuar un tratamiento o un reposo pero aún requiere de cuidados sanitarios que Sanidad delega y traslada a la familia y recae generalmente en una mujer.
Podemos pensar que no solo se trata de sostener y ayudar a quienes necesitan cuidados, que es mucho más que eso; desde una perspectiva de género, estos trabajos son un soporte para las personas y las familias, pero sobre todo es vital para el funcionamiento del sistema capitalista y patriarcal.
El carácter doméstico de los cuidados es un pilar fundamental y fundante del sistema patriarcal que refuerza la desigualdad y las relaciones asimétricas de género
Imagino a muchos hombres y mujeres diciendo al leer estas líneas: “no todos los hombres…”, “esto no es así…”, “yo conozco a un hombre que cuida a su madre…”, etc. Por supuesto que existen, claro que sí, y agrego que en esos casos, tan escasos como bienvenidos y necesarios, siempre se glorifica, se exalta y se torna visible la labor de esos hombres que realizan tareas consideradas “femeninas”, fuera de su ámbito, acciones que generalmente se llaman “ayudas” y que, dicho sea de paso, habitualmente son escasas, insuficientes y puntuales.
Además de todo ello, hay que sumar el vacío existencial que sufren las cuidadoras cuando la persona que cuidaban muere, especialmente si era un progenitor al que cuidó durante años o décadas. Cuidados que consumieron su juventud, su tiempo, su atención, embargando su futuro por ayudar a los suyos, exponiéndose a situaciones de extrema vulnerabilidad. Suele ocurrir que las cuidadoras se quedan literalmente solas, sin un oficio, sin estudios, sin experiencia laboral, sin cobertura social, sin ingresos, pasando los 50 años, sin relaciones socio afectivas, sexuales, emocionales, familiares, sentimentales, sin redes sociales ni amistades, y sin nadie que las necesite, sin proyectos. SOLAS.
Necesitamos un nuevo paradigma que priorice la sostenibilidad de la vida a la acumulación del capital.
Nos falta una Ley de Dependencia efectiva, resolutoria, seria, real, responsable y justa. ¿Por qué? Porque como ciudadanos y como sociedad tenemos una deuda extraordinaria con las CUIDADORAS.
*Julieta Olaso es autora de numerosos artículos en revistas científicas de España y Argentina, colabora con la Asociación de Familiares de Alzheimer AFA Costa Dorada, es coordinadora, autora y docente del taller “Recuperem junts la memòria de la nostra comarca” y fue finalista en el I Premio Internacional Joaquín Ruíz Giménez, al mejor trabajo en lengua castellana sobre Filosofía Jurídica y Política o sobre Concepto, Fundamento o Historia de los Derechos Humanos, de la Fundación Gregorio Peces- Barba para el Estudio y Cooperación en Derechos Humanos. Sus principales líneas de investigación y análisis son la recuperación de la memoria, el patriarcado, las relaciones de género, los derechos humanos, los movimientos sociales, etc.