Cinco razones para aumentar nuestro consumo de alimentos ‘kilómetro cero’
El consumo de productos de proximidad puede aportar beneficios tanto al medio ambiente como a las economías de escala que nos rodean. Fuente: eldiario.es Jordi Sabaté
La alimentación de ‘kilómetro cero’ es aquella que se basa en la adquisición preferente de productos cuya materia primera procede de un radio inferior a 100 kilómetros de distancia respecto al consumidor. Es una tendencia que nació en Estados Unidos en los años setenta y que entró en Europa a finales de los ochenta desde Italia. Su objetivo no es tanto luchar contra los grandes grupos de distribución alimentaria, como favorecer las economías locales y los cultivos variados y de temporada, que no impliquen grandes extensiones de cultivo.
La alimentación de ‘kilómetro cero’ no pretende, por otro lado, ser una imposición para las y los consumidores y mucho menos limitar su dieta a una serie de productos. Más bien busca instarse en nuestra conciencia como una norma por la cual, cuando sea posible, indagaremos el origen de los productos que adquiramos y escogeremos siempre los que tengan un origen local respecto a ubicación. De todos, modos, se trata de una revolución progresiva y, de momento, parcial.
Es obvio, por ejemplo, que si hablamos de los productos de mar, más de una cuarta parte de los españoles no debería comer pescado o marisco, algo difícilmente concebible hoy y que incluso podría ser contraproducente. En consecuencia, hay que incentivar este tipo de alimentación de un modo realista. Por otro lado, debemos exigir garantías de que los alimentos de proximidad que adquirimos cumplen todas las normas sanitarias y ambientales vigentes.
Dejan una huella ecológica mucho menor
Camiones congeladores, aviones, trenes y barcos pueden ser excluidos de la cadena de distribución. Al ser producidos en un radio no mayor a los 100 kilómetros, los alimentos ‘kilómetro cero’ no precisan recorrer grandes distancias para llegar a su punto final de consumo. Con ello se produce un ahorro muy considerable de la energía necesaria para transportarlos. Esto es así especialmente en el caso de los combustibles fósiles, que son uno de los mayores contribuyentes netos al aumento de la contaminación y la emisión de gases de efecto invernadero.
Por otro lado, al no precisar de condiciones especiales de envasado destinadas a la durabilidad en el transporte, se reduce el desperdicio final en productos no biodegradables como plásticos o bandejas de poliestireno expandido (porexpan). Finalmente, al conocer su origen garantizamos que se producen de acuerdo con la normativa vigente en Europa, mucho más estricta en materia medioambiental que la de algunos país actualmente productores.
Reducen el desperdicio alimentario
Otra ventaja de la alimentación de ‘kilómetro cero’ es que al acortar sensiblemente la cadena de intermediarios, se reducen las pérdidas por deficiencias en el transporte y almacenamiento, los descartes innecesarios, etc., con lo que se limita el desperdicio de alimentos que son aptos para son consumidos. Tal como señalaba una resolución del Parlamento Europeo en 2012, la cercanía en el consumo es una de las medidas fundamentales para reducir el desperdicio.
Adicionalmente, en su libro ‘ Waste: uncovering the global food scandal ‘, el activista Tristram Stuart, uno de los líderes contra el desperdicio alimentario global, calculaba que cerca de dos terceras partes de los productos se desperdician antes de llegar al consumidor por culpa de la cadena de intermediarios.
Además, la cercanía con el productor nos permite a veces un mayor control sobre el producto de modo que podamos evitar la exclusión de la comercialización de productos aptos para ser comidos simplemente por razones de estética o marketing. En general, los pequeños productores no desperdician apenas restos, sino que los suelen reciclar en forma de abonos, harinas para piensos o subproductos elaborados como embutidos.
Consumiremos menos productos elaborados industrialmente
Al no exigir condiciones de larga conservación, normalmente adquirimos muchos de estos productos en forma de materia prima sin tratar, también conocida como alimentos orgánicos, que podemos cocinar nosotros mismos y consumir cuando consideremos oportuno, ya sea inmediatamente o tras un periodo de congelación. Esto es así sobre todo en el caso de las carnes, hortalizas, legumbres o frutas.
Con ello nos ahorramos la inclusión de elementos potenciadores del sabor como los azúcares añadidos, espesantes como las grasas hidrogenadas o estabilizantes como el aceite de palma, que no son precisamente saludables. Es decir que la materia prima nos permite mayor control sobre las sustancias que ingerimos y con ello podemos sortear el sobrepeso y el riesgo cardiovascular.
Nos hacen ser conscientes de nuestras limitaciones ambientales
Si consumimos alimentos de ‘kilómetro cero’ no podremos acceder en la mayor parte de España a las ciruelas en febrero ni las cerezas en diciembre, las alcegas en julio o las alcachofas en agosto, etc. Deberemos regirnos por el calendario de verduras de temporada, lo que nos hará ser conscientes del coste que supone disponer de todo tipo de alimentos todo el año, tal como sucede hoy en día.
No obstante estas limitaciones pueden obligarnos agudizar el ingenio y la curiosidad por aprender a cocinar los productos de modo que aumentemos su vida útil, por ejemplo salándolos, congelándolos, en forma de conservas o secándolos, como se puede hacer con diversos tipos de frutas.
Potenciamos la economía enraizada en nuestro entorno
La externalización de la producción en busca de mayor competitividad en los precios, ha llevado a situaciones tan rocalmbolescas como la de encontrar en un lineal de un supermercado español etiquetas de «Espárragos de Tudela» que en realidad han sido cultivados en China o Perú. No es el único ejemplo del traslado de los productos de proximidad a países donde las condiciones laborales son más precarias y las exigencias medioambientales más laxas, lo que permite ofrecer mejores precios.
Ante esta situación aberrante, los alimentos de ‘kilómetro cero’ pueden ser una solución que no solo corrija los impulsos de la globalización neoliberal, sino que también potencie la conservación de nuestros entornos rurales y paisajes agrícolas al facilitar las economías de escala y acordes con la sostenibilidad del ecosistema.