Investigación médica: Entre la necesidad y el despilfarro.
Abel Novoa (nogracias.eu): (…) «Hoy sabemos que el 85% de los recursos económicos utilizados cada año en generar todo este conocimiento está siendo desperdiciado por cuatro razones no mutuamente excluyentes: no responde a preguntas relevantes para los enfermos, no se ha obtenido mediante una metodología adecuada, no ha sido publicado o ha sido publicado de manera engañosa.,»
Neopaternalismo y neotecnocracia cientificista contra pacientes y poblaciones. Ideas para un debate. Por Abel Novoa
Hace casi cuarenta años, un cuarto de siglo después de que los ensayos aleatorios se hubieran aceptado ampliamente, Archie Cochrane reprochó a la profesión médica no haber conseguido organizar un “resumen crítico, por especialidad o subespecialidad, adaptado periódicamente, de todos los ensayos controlados aleatorios relevantes.
Desde el último tercio del siglo pasado se ha producido un crecimiento sorprendente en el número de ensayos clínicos publicados pasando de una media de 2.500, en los años 80, a más de 20.000 a principios de esta década.
Más de 2.000.000 de personas participan cada año en ensayos clínicos en todo el mundo.
El número de meta-análisis ha pasado de menos de 500 al año, a mediados de los años 90, a más de 3.000 a principios de esta década.
Actualmente, cada día se publican 11 revisiones sistemáticas y 75 ensayos clínicos.
Con esta brutal inflación de evidencias, el adjetivo “relevante” que utilizó Cochrane como criterio para incorporar las evidencias a un resumen crítico, cobra especial importancia.
Hoy sabemos que el 85% de los recursos económicos utilizados cada año en generar todo este conocimiento está siendo desperdiciado por cuatro razones no mutuamente excluyentes: no responde a preguntas relevantes para los enfermos, no se ha obtenido mediante una metodología adecuada, no ha sido publicado o ha sido publicado de manera engañosa. [Destacado de Osalde]
La mayoría del conocimiento que hoy en día genera la biomedicina es basura científica que hace inútil la generosidad de millones de pacientes que aceptan participar de forma altruista en los experimentos, el esfuerzo honesto de miles de investigadores básicos y clínicos, y el dinero invertido de los contribuyentes en infraestructuras y personal de investigación y fondos de apoyo a las empresas privadas, que son las que desarrollan fundamentalmente las tecnologías sanitarias, en forma de desgravaciones fiscales y ayudas directas.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
(1) Privatización del conocimiento: la revolución tecnocientífica, es decir, el cambio de contexto político y económico acaecido a mediados de los años 80 para introducir los valores del capitalismo en los procesos de promoción, producción, difusión y aplicación del conocimiento. El mercado de la investigación, la marketización de la ciencia o el monopolio que establecen las patentes, junto con el debilitamiento progresivo de los instrumentos públicos, académicos y profesionales de salvaguarda, se han mostrado sumamente tóxicos para el conocimiento biomédico.
(2) Desprofesionalización: debido a razones como, (a) la (necesaria) crítica a la tecnocracia, de los años 60 y 70, que derrumbó el mito del profesionalismo al servicio del bien común, y señaló el autointerés de los expertos (protección del monopolio y de su rol exclusivo en la cadena de producción) que se esconde tras la retórica de la buena intención; (b) la transformación de los profesionales y científicos en funcionarios y empleados con nuevos roles económicos y organizativos ajenos a sus tradiciones y (c) el empobrecimiento intelectual de la actividad práctica experta debido al solucionismo tecnológico (que desresponsabiliza y despolitiza a los profesionales), la saturación de la atención, la segmentación del saber y su estandarización
(3) Pérdida de los fines de la medicina: una institución aprisionada entre el poder del mercado y el de los sistemas políticos y modelos gestores organizativos, incapaz de gobernar el conocimiento que fundamenta su rol social.
(4) La salud como nueva moral y objeto de consumo: con una demanda ilimitada incentivada, por los mecanismos de consumo y la falta de grandes narrativas filosóficas, políticas o religiosas que den sentido a las sociedades modernas.
La prevención tecnológica
La prevención de la enfermedad clásicamente ha sido una asunto político: la pregunta no era cómo evitar enfermedades sino cómo conseguir mejores condiciones de vida.
La tecnociencia ha hecho de la prevención un problema tecnológico que, de forma no esperada, ha puesto en evidencia una anomalía del paradigma científico moderno basado en el establecimiento de relaciones causales simples y la amplificación e intervención sobre fenómenos biológicos aislados en categorías temporo-espaciales desconectadas de su contexto: el sobrediagnóstico y su consecuencia lógica, el sobretratamiento.
Neopaternalismo y neotecnocracia cientificistas
Saturación del saber, solucionismo tecnológico, segmentación del conocimiento y estandarización de la práctica, junto con la credulidad voluntaria, el analfabetismo estadístico y los sesgos cognitivos de los profesionales, han conducido a una situación de neopaternalismo cientificista donde las guías de práctica clínica, sesgadas por intereses económicos, académicos y profesionales, trasmiten una idea de “todo o nada” que impide la individualización de los procesos de toma de decisiones en el ámbito clínico.
Los mecanismos de hegemonía política basados en el poder económico y las agendas neoliberales tecnocientíficas también están impidiendo procesos de toma de decisiones públicos verdaderamente democráticos con la imposición de una neotecnocracia cientificista
Las consecuencias del neopaternalismo clínico y la neotecnocracia política cientificistas son varias:
(1) Impedir las decisiones autónomas de las personas en cuestiones de salud cuando éstas son interpretadas como no basadas en las evidencias Por ejemplo, abandonar quimioterapias, rechazar la dictadura biométrica, dudar sobre las vacunas, buscar el empoderamiento de procesos vitales como el embarazo y parto o el final de la vida, acudir a terapias no convencionales sin evidencias científicas, pero que las personas interpretan como sanadoras, son acciones atacadas durisimamente por medios de comunicación, sociedades científicas, colegios profesionales y pseudoescépticos en las redes
(2) Persecución de cualquier intervención clínica no basada en evidencias científicas; desprecio de la experiencia personal y la intuición relacional profesional.
(3) Imposición de un ideal reduccionista de salud entendida como ausencia de enfermedad y cumplimiento de los protocolos tecnológicos preventivos y terapéuticos, en vez de una condición para la emancipación a la que debe contribuir una atención profesional sanitaria
(4) Falta de crítica a la ciencia basura que domina la medicina desde los artefactos estadísticos, el fraude y las campañas de marketing
(5) Decisiones antidemocráticas en las políticas de salud pública impuestas “por las evidencias” que son interpretadas como un producto genuino de las sociedades que se autodenominan libres de supersticiones y mitos espirituales. La supuesta verdad científica interpretada como un criterio determinista político.
¿Qué podemos hacer?
(1) Buen gobierno del conocimiento: para garantizar la mejor metodología científica, la priorización adecuada de la investigación y la colaboración público-privada productiva. Este buen gobierno requerirá transparencia, rendición de cuentas, independencia de intereses políticos y económicos o participación.
(2) Reprofesionalización democrática: asumir el rol mediador y modulador de expertos e instituciones profesionales entre mercado, gestión y política en nombre del beneficio de personas y poblaciones. Se trata de rehabilitar la alianza moral entre medicina y sociedad realizando su labor más importante: adaptar los avances científicos y tecnológicos a las necesidades de personas y poblaciones.
(3) Recuperar la práctica médica como una relación de ayuda que adapta ciencia y tecnología a las necesidades y características de los enfermos, con sabiduría, empatía y equilibrio
(3) Desarrollar una democracia del conocimiento que permita tanto aprovechar el saber experto como generar espacios deliberativos para la toma de decisiones políticas, con la participación de una ciudadanía informada, crítica y no sometida ni a populistas tecnológicos ni a utopías holísticas que prometen eliminar la incertidumbre mientras atemorizan, manipulan y distorsionan, aprovechando las inevitables insuficiencias tanto de la ciencia como de la interpretación espiritual, filosófica y estética del mundo.