ANTE TODO NO HAGAS DAÑO
HENRY MARSH, , 2016
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editorial: S.A. SALAMANDRA (PUBLICACIONES Y EDICIONES SALAMANDRA)
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788498387209
Fuente: culturamas.es
HENRY MARSH, , 2016
Fuente: culturamas.es
Tan solo una cita subrayada:
Debe de existir un sitio secreto en el hospital al que pueden llevar a los pacientes paralizados y en silla de ruedas a fumar un pitillo. Me alegró saber que el sentido común y los buenos sentimientos seguían reinando entre las enfermeras.
Henry Marsh (Oxford, 1950), un experto y cualificado neurocirujano, presta atención a la labor de las enfermeras, que incluso saltan por los aires las normas de educación, y no digamos ya las reglas de lo legal, con tal de dar un placer insano a un paciente. Porque sabe que son ellas, las enfermeras, las que resisten junto a los pacientes. Su especialidad le lleva a tratar con cerebros y médulas enfermas. Cuando atiende a los pacientes, estos ya están sedados y con frecuencia ya se les ha abierto la llaga y se ha limpiado de sangre la región donde serán operados. Luego se procede a un trabajo minucioso, en el que las reglas de la precisión son las mismas que las de un relojero. Pero Marsh no es sólo un neurocirujano que trabaja en el mejor hospital de Londres. Marsh se niega a considerar que su trabajo, por frío que resulte, sea meramente quirúrgico. De ahí que ponga su corazón al desnudo en este extraordinario libro de relatos verídicos. Al estilo de Oliver Sacks, pero con la dificultad añadida de que no trata tan directamente con el paciente, ni los casos escogidos son ya de por sí toda una novela, Marsh se cita con lo más importante de su biografía, que es lo vivido. Hay menos tiempo de trato con el paciente, y un poco más, eso sí, de entrega a las familias. Pero a partir de ahí reivindica o se reconoce como un ente sensible. Marsh no sólo humaniza lo quirúrgico: consigue también que sea una experiencia de aprendizaje, con el más puro sentido renacentista.
La felicidad personal, ese concepto confuso pero ese sentimiento tan claro, pasa por hacer felices a los demás. Esta afirmación solo pueden ponerla en duda los que carecen de sensibilidad, es decir, los idiotas. Pero Marsh sabe que durante las horas que pasa en el quirófano tiene que pensar en el paciente como objeto, aunque solo sea para mantener el pulso. De ahí surgen momentos divulgativos acerca de su labor –nos da a conocer toda suerte de tumores en el cerebro-, que no pierden su toque gore para los vientres blandos. Esas regiones de cada relato están en función de la memoria, de la necesidad de expresar por qué es tan importante el resto de cada episodio. Y aquello que es tan necesario como para llevarle a la literatura, es la dificultad de tomar una decisión. Al fin y al cabo, de eso se trata este libro. De las decisiones impuestas, las imposibles, los riesgos en cada decisión, la entereza para sostenerla, la aceptación de los errores y las limitaciones de lo humano. Por mucho que haya estudiado, por mucha experiencia que tenga en ser el mejor en su oficio, un trabajo frío, de precisión, en el que la ciencia es la madre de todas las batallas, Marsh sabe que no domina las certezas de la ciencia. Porque nada es predecible.
Marsh reivindica formar parte de la humanidad, pese a dedicarse a salvar vidas, y para ello quiere sentirse uno más de la familia de los hombres. Al igual que a cualquiera de nosotros que tenga un poco de compasión, le afecta más un error que cien aciertos. Pues se supone que nos hemos preparado para no fallar nunca. No cabe ser más honesto de lo que lo es Marsh, expresando pasión por la neurocirugía como algo puesto al servicio de la gente humilde. Este anciano médico, a punto de jubilarse, que se pasea por Londres en una bicicleta pleglable, nos da toda una demostración, en este libro fantástico, de lo que es la alegría de vivir. O al menos la alegría de querer vivir o de haber vivido. Y para nuestra sorpresa lo hace con la convicción de quien conoce mejor que nadie no ya el oficio de la literatura, sino el placer del lector, pues quien comience a leer este libro no podrá soltarlo hasta la última página.
Fuente: sietediasmedicos.com
«No sé cómo será la medicina en 50 años, pero los pacientes serán iguales»
Mónica Lalanda
– ¿Cree que haber realizado diferentes estudios antes de empezar Medicina le ha hecho un médico más reflexivo?
– Sin duda. Creo que el sistema americano, con estudiantes de medicina que son postgraduados en otras materias, es muy bueno.
– ¿Qué le parece incluir aspectos no médicos en la formación de un médico?
– Creo que es más útil adquirir experiencias ajenas a la medicina, por ejemplo trabajando en algo no médico, es mejor que simplemente aprenderlas. Tengo mis dudas sobre el sistema americano de enseñar humanidades médicas en las facultades de medicina.
– En su libro trata mucho el tema del final de la vida. Con toda su experiencia acumulada, ¿se atrevería a definir lo que sería a día de hoy «una buena muerte»?
– Nunca es buen momento para morir, siempre parece demasiado pronto o demasiado tarde…
Una buena muerte es morirse sin tener que arrepentirse de demasiadas cosas o, en otras palabras, una buena muerte tiene que ver más con cómo hemos vivido y si estamos satisfechos con lo que dejamos atrás.
Si bien es cierto que deberíamos evitar el ensañamiento terapéutico en los ancianos, el cálculo de probabilidades entre riesgo y beneficio de seguir tratando y entre riesgo y beneficio de permitir que la naturaleza siga su curso, es muy difícil.
Creo que la eutanasia debería ser una parte importante de la práctica médica, pero atención, que me refiero al derecho de los pacientes a decidir cuándo acabar con nuestras vidas, no al derecho de los médicos a matarnos. Aunque creo que la mayoría nos echaríamos atrás a la hora de hacerlo.
– Si pudiera retroceder con una máquina del tiempo y rencontrarse con el joven Henry Marsh al principio de su carrera como médico, ¿qué consejo le daría?
– Le diría que no se precipite a la hora de tomar decisiones difíciles, que se tome su tiempo, que reflexione con calma.
– En su libro habla mucho sobre la toma de decisiones compartidas con los pacientes y sobre el consentimiento informado. ¿Cree que era más fácil para los pacientes cuando practicábamos una medicina más paternalista?
-Personalmente estoy totalmente en contra del paternalismo, pero acepto que algunos pacientes lo prefieran, aunque en los países más ricos probablemente cada vez son menos. También sé que como pacientes queremos que se nos guíe, apoye y aconseje y que no se nos dé solo una descripción abstracta o neutra de las opciones que tenemos.
– Es usted increíblemente abierto respecto a los errores médicos que ha cometido, algo que no es frecuente. En España vivimos aún inmersos en la cultura de tapar el error médico. ¿Existe una manera de cambiar esto?
– Solamente a través del ejemplo de los médicos más mayores.
– ¿Cree que en las últimas décadas han cambiado las expectativas que tiene la sociedad de la medicina y los médicos?
-Sí, al menos en Reino Unido los medios de comunicación son cada vez más críticos con los médicos y han dejado de mostrar una deferencia automática hacia nosotros.
– Si tuviera que volver a empezar, ¿volvería a ser neurocirujano?
– Esta pregunta es siempre de difícil respuesta. La neurocirugía ha cambiado mucho en las últimas cuatro décadas y yo he cambiado mucho también. Teniendo en cuenta todo eso, diría que sí.
Sin embargo dudo que volviera a estudiar medicina teniendo en cuenta los problemas actuales del mundo. Deberíamos gastar mucho menos dinero en mantener vivas cada vez más y más tiempo a las personas mayores (¡como yo!) y ese dinero se debería invertir en mayor educación y mejor crianza para los niños, que son nuestro futuro. Creo que ahora los niños están tremendamente descuidados.
– En el libro menciona sus trucos para “separar” el procedimiento y el paciente antes de operarle. ¿Realmente funciona?
-En parte sí. Uno no podría, y tampoco debería, deshacerse del todo de la ansiedad que se siente, pero sí es importante poder controlarla.
– No parece muy aficionado a tener médicos en formación en quirófano. A pesar de esto, ¿es usted popular entre ellos?
No, espero que se equivoque. Valoro muchísimo la relación con los médicos residentes y me siento muy orgulloso de ser, según dicen, un buen profesor. Me mantengo en contacto con muchos de ellos aquí y en Estados Unidos. Y mi trabajo en Nepal, Ucrania, Albania, etc. es sobre formación.
– ¿Tiene algún hobby especial que le haga abstraerse del trabajo?
-Sí, fabrico muebles y soy un manitas en casa con los arreglos y el mantenimiento, además me dedico a la apicultura. Procuro salir a correr todos los días, unos 40 Km a la semana, también hago pesas, etc. Claro que cada vez es más difícil según uno se hace mayor.
– ¿Cómo cree que será la medicina en 50 años?
– No sé cómo será la medicina, pero los pacientes serán iguales.
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