Pandemia: aumentan contagios, no el liderazgo ni el personal
por Iñaki Márkez, psiquiatra miembro de Osalde y OME
El aumento de casos hace complicado el control de los numerosos brotes que van apareciendo, porque no hay capacidad para estudiar los contactos. Habría que reforzar la organización y al personal en la atención primaria pues es sabido que sus profesionales son los principales detectores de casos de la infección, y tendrían que aumentar los gestores covid o con ese extraño nombre de rastreadores. Los expertos coinciden en que se ha sabido incrementar las pruebas diagnósticas lo que es de gran ayuda, pero el rastreo de los contactos de quienes dan positivo es uno de los problemas del sistema ante la escasez de personal para hacerlo. Los equipos de salud pública, escasos antes de la crisis, tras tantos recortes o por no consideración de su importancia, no se han visto reforzados. “¿Dónde está la Salud Pública?” se preguntan desde la ciencia, la epidemiología y también desde la Atención Primaria. No hay sorpresa al comprobar que no hay respuesta en las autoridades sanitarias. No hace mucho, un amigo se preguntaba en redes “¿Hay alguien al mando?” y no es de extrañar pues llevamos meses sin orientaciones, planes ni criterios sobre el qué hacer en la atención sanitaria. Cifras de personas afectadas, culpabilizar a jóvenes u hosteleros, y poco más. Como tampoco ha habido planes en las políticas de cuidados a las personas mayores ni en el ámbito escolar y académico, ni en otros muchos sectores, demasiados, de la política de un país. Autocrítica cero. Estamos ante una sanidad pública que, aunque haya recibido los aplausos de la ciudadanía, se admite que funciona con una financiación recortada, está centrada en el hospital, medicalizada y precarizada, con tendencias a su privatización, construida hace tres décadas en torno a la atención primaria y los servicios sociales, y apuntando modelos teóricos de atención integral y biopsicosocial, con la mirada hacia la comunidad y no en modelos biomédicos como en los últimos años. Era la mirada, no su desarrollo posterior pues, igual que los servicios sociosanitarios, se han orientado al negocio y los cuidados a nuestra gente mayor quedaron muy abandonados. Ahora hemos observado las consecuencias con expresiones trágicas en las personas residentes y desesperación de familiares y personal trabajador mientras el modelo sigue invariable.
La salud pública cuyo objetivo es prevenir la enfermedad, así como proteger, promover y restaurar la salud de toda la población; con recursos que no alcanzan al 2% del presupuesto de salud (y eso que las vacunas suelen ir en ese presupuesto), con débil formación, pocos especialistas, invisibilizada. Uno de sus objetivos fundamentales es analizar y prevenir problemas de impacto no inmediato. Con una oposición boicoteadora que impidió establecer un Centro Estatal de Salud Pública que coordinara y aportara orientaciones de la actividad salubrista de los servicios públicos de salud, como ha ocurrido, por ejemplo, en Alemania.
Con los nuevos brotes se tiende a generar acciones “curativas” y de huella social: aumentar el número de camas, plazas en las UCIs o crear algún innecesario hospital de campaña mientras cierran muchos centros de salud. Sin embargo, las acciones de salud pública no dan beneficios económicos, políticos o sanitarios tangibles, por lo que con frecuencia quedan en el olvido. Está claro que, como dice Joan Benach, sin invertir en Salud Pública, con acciones carentes de previsión y caracterizadas por la incapacidad de anticipación, sin liderazgo, difícilmente se podrá controlar la pandemia y seguirán los nuevos brotes. Los confinamientos extremos sirven como “solución” cuando la pandemia está fuera de control, pero no, como alternativa a tener una salud pública muy débil. Para hacer frente a una pandemia cuya evolución es imposible de prever, y a una grave crisis económica que tenemos encima, debemos utilizar los instrumentos de los que nos provee la salud pública: la planificación, la vigilancia y análisis epidemiológico, la educación sanitaria comunitaria, el análisis de los determinantes sociales y la equidad, entre otras muchas herramientas y estrategias.
Lo cierto es que hemos mejorado notoriamente en el conocimiento del virus y las infecciones que ocasiona con el paso del tiemp en este medio año.
-Aquellas muertes por neumonías de las primeras semanas, de los tres primeros meses, llevó a pensar que los ventiladores eran el modo de tratar a aquellos pacientes que no podían respirar. Ahora sabemos que el virus produce trombosis, coágulos en los vasos sanguíneos y eso reduce la oxigenación por lo que tenemos que disolver los micro coágulos, por eso se usan anticoagulantes. Sin olvidarnos de las afecciones neurológicas que no llegan a prevenirse.
-No había medicamentos frente al coronavirus y solo se trataban las complicaciones por la hipoxia y muchos pacientes se infectaron. Ahora hay antivirales no específicos frente a este coronavirus. Pero se puede prevenir que los pacientes se infecten antes de llegar a la hipoxia.
-También hay muertes por la respuesta del sistema inmunológico, de una manera exagerada -la tormenta de citoquinas- que mata al virus y a los pacientes. Ahora sabemos que los esteroides pueden prevenir esa tormenta en algunas personas. Al tiempo, desconocemos cómo generar inmunidad frente a este virus, debiendo prestar atención a otras células además de los anticuerpos.
-Conocemos mejor el “árbol genético” del virus desarrollado por el mundo pues conocemos el código genético donde está toda la información necesaria para conocer su replicación o su actuación sobre las células humanas. Claro que, como todos los virus, también muta despacio y variará la secuencia genética.
-Los brotes más documentados se están dando en lugares cerrados y con mucha gente y poco ventilados, con contagios asintomáticos en elevados porcentajes.
No olvido que esta pandemia nos recuerda, como nunca antes, y ya señalado desde la OMS, que la salud mental es fundamental para el bienestar de las personas y las sociedades. Vamos conociendo mucho más de nuestras reacciones y comportamientos. Hemos sentido miedo a la infección, ansiedad y estrés a enfermar; dolor al perder seres queridos; incertidumbres sobre el futuro, el trabajo, la economía o la vida tal y como la conocíamos; angustia por la insistencia de noticias y cifras junto a la falta de información real; soledad tras meses de distanciamiento social que, en algunos casos, estalla con pequeñas explosiones sociales. Y siguen sufriendo quienes están afectados por trastornos de salud mental preexistentes. Habrá más repercusiones en los tiempos venideros y tendremos que estar preparados para afrontar muchos malestares de diferente intensidad.
Tras un mayor conocimiento de la ciudadanía y del virus junto a las enfermedades que ocasiona, ante la carencia de vacuna y tratamientos específicos, nos falta una adecuada gestión de los recursos sanitarios, los actuales y los que se han de implementar, incluida la digitalización de la atención médica. Precisamos de normas y directrices comunitarias donde no haya confusión ni inseguridades en los espacios hosteleros, escolares o urbanos de cualquier tipo, sino que se establezcan círculos de seguridad en sus entornos.
Al margen de posiciones negacionistas de la pandemia tan alejadas de la realidad, las de los covidiotas, bien aprovechadas por esos sectores de la política “anti todo” lo sensato, que tanto han indignado al medio sanitario, científico y a centenares de miles que llevan afrontándola en primera persona durante todos estos meses, con muchos miles de personas afectadas y familiares entre ellas, precisamos de liderazgos con mensajes claros de las políticas de salud que ofrezcan caminos de normalización, sin términos retóricos confusos y vacíos de contenido, afrontando los retos que esta pandemia ha puesto en crisis, con decisiones y actuaciones de gobernanza y buenas prácticas que no logramos visualizar.
Iñaki Márkez
Ilustración: “Ocurrió en abril”. Óleo sobre lienzo, 90x60cm, por Iñaki Márkez