Medidas contra el coronavirus: ¿Nos hemos arrojado al abismo?
Fuente: Naiz.eus Gontzal Martinez de la Hidalga Pediatra de Osakidetza, Máster en Enfermedades Infecciosas y Medicina Tropical, Diplomado en Salud Pública
De lo que sí hay cada vez más evidencias es de que la reclusión de niños no ha tenido ninguna justificación. Así apuntaban los estudios desde el inicio y parece confirmarse.
2020/05/19
Aunque parezca que esta crisis lleve años, hace menos de cinco meses que comenzó. En este corto espacio de tiempo, las vidas de la práctica totalidad de la población mundial han dado un vuelco. Una epidemia de un nuevo virus ha hecho parecer este año el del inicio del apocalipsis. ¿Realmente se trata de eso?
Todo comenzó con un brote en una ciudad china y se ha extendido por el mundo provocando una pandemia. Según datos de la OMS a mediados de mayo de 2020 cerca de 290.000 personas han muerto con coronavirus. En ese mismo lapso de tiempo también han fallecido alrededor de 25 millones por otras causas. Aunque la palabra pandemia haya pasado a formar parte del vocabulario habitual hace poco, no es un término ni un hecho nuevo. Sufrimos pandemias desde el inicio de los tiempos. De manera estacional padecemos varias como la de la gripe, que se cobra entre 290.000 y 650.000 muertes cada año. Así mismo, existen otras pandemias perennes como la tuberculosis (10 millones de enfermos y 1,5 millones de fallecidos anuales), el SIDA (38 millones de infectados y un millón de muertos al año) o la malaria (casi 500.000 fallecidos, de los que dos tercios son menores de cinco años). También hay otras causas de mortalidad a las que aplicamos el término de pandemia: las enfermedades cardiovasculares (18 millones de muertos), el cáncer (10 millones de muertes) o el tabaco (9,2 millones de muertos).
Esta nueva enfermedad, la Covid-19, afecta principalmente a la gente de más edad. Es un hecho evidente que las personas fallecidas en el Estado Español, según datos del Instituto Carlos III, son en su mayoría gente mayor (una mediana de 83 años) y con patologías crónicas previas. Además, cabe resaltar que el 67% de las muertes ha sido en personas que vivían en residencias de mayores. Quizás en estos casos el problema no sea únicamente el coronavirus, si no tal vez las condiciones en las que tenemos a nuestros mayores en esta sociedad: residencias privatizadas, con escasez de medios, muchas veces en malas condiciones, trabajadoras precarizadas… ¡Un negocio redondo para algunos!
Las causas de esta pandemia no están aun claras. Podemos descartar las hipótesis conspiranóicas que afirman que se trata de un virus creado artificialmente, pues no hay ninguna evidencia para poder afirmarlo. Nuestro modelo de explotación de la naturaleza y el sistema de globalización capitalista sí parecen haber contribuido. Quizás sea el momento de replantear nuestro modo de vida e intentar superar el modelo actual.
Debido al desconocimiento y al miedo que se propagó desde un inicio, se han tomado medidas muy drásticas no basadas en evidencias y sin tener demasiado en cuenta sus consecuencias. La agenda de salud pública se ha visto totalmente desbordada por miedos irracionales, falta de datos y evidencias científicas, y presiones mediáticas muy fuertes. En estos tiempos de afirmaciones y discursos fugaces de cara a la galería es dudoso que sea posible hacer políticas de salud pública con racionalidad científica. Una mayoría de la población y de sus dirigentes ha sucumbido a una ola de histeria colectiva.
Se han decretado severos confinamientos (de los que el Estado Español es un claro ejemplo), se han prohibido las relaciones sociales en persona, se han paralizado casi todas las actividades, se ha recluido a las niñas y niños… Dado el desconcierto inicial, es comprensible tomar decisiones que en ocasiones no pueden ser las más adecuadas, pero es importante evaluarlas para superar los errores. Ahora estamos empezando a notar y a cuantificar los efectos de las medidas contra el coronavirus.
En el plano socioeconómico, la Organización Internacional del Trabajo, organismo de Naciones Unidas, ya espera en este trimestre una caída del trabajo en el mundo de más del 10%, equivalente a la pérdida de 300 a 365 millones de empleos. No hace falta recordar que el empobrecimiento derivado de ello acarrea enfermedades y aumento de la mortalidad.
El Center for Economic Policy Research con sede en Washington DC calcula que un 1% de caída en empleo provoca un aumento del 2% en enfermedades crónicas.
En el plano sanitario, nuestros sistemas sanitarios se han volcado en la contención de la nueva epidemia, paralizando la mayoría del resto de actividades. Se han suspendido cirugías de toda índole, incluyendo las oncológicas. Se han dejado de hacer seguimiento de muchas enfermedades crónicas, responsables de la mayoría de los fallecimientos. Se han parado todo tipo de consultas, etc.
En muchos países de África se han suspendido las campañas de vacunación por indicaciones de organismos internacionales y por falta de abastecimiento de vacunas.
Médicos Sin Fronteras afirma que más de 117 millones de niños en 37 países se pueden quedar sin vacuna contra el sarampión debido, en parte, a las medidas de contención contra la Covid-19. El sarampión es responsable de 140.000 muertes anuales, casi todas en niños.
Un informe de la prestigiosa Escuela de Medicina Tropical e Higiene de Londres revela que, tan solo en África, por cada muerte de Covid-19 que se pueda evitar se calcula que se darán entre 34 y hasta 1.247 muertes futuras como resultado de la suspensión de las vacunaciones masivas. Se atribuirán a una variedad de enfermedades que incluyen sarampión, fiebre amarilla, poliomielitis, meningitis, neumonía y diarrea.
La OMS predice que este año las muertes de malaria posiblemente lleguen casi a duplicarse superando los 800.000 muertos, la mayoría niños.
En el plano social y humano, una gran cantidad de personas han fallecido por Covid-19 y otras causas en la máxima soledad y abandono por las medidas estrictas de aislamiento carentes de toda lógica humana. Por suerte, esto ha mejorado en parte a lo largo del tiempo.
La manera de relacionarnos ha sufrido un duro golpe, que dejará sus secuelas. El confinamiento de los más pequeños es uno de los capítulos más debatidos.
Los mecanismos de vigilancia y represión se han incrementado de manera exponencial instaurando un estado policial de facto con apenas oposición. Algunos analistas acusan al estado de haber utilizado la crisis como un laboratorio social para implementar medidas que serían duramente rechazadas en otras condiciones. Vivimos una situación distópica, que recuerda a la peor de las pesadillas. Hemos perdido grandes espacios de libertad y derechos que tendremos que recuperar luchando.
Aunque los medios de comunicación afirmen sin rubor que el confinamiento ha parado la epidemia, de momento no parece haber diferencias significativas en los datos de los diferentes países en función de las medidas adoptadas. Habrá que estudiarlo para saber si es una herramienta útil o no. Posiblemente evitar eventos masivos tenga su efecto, pero no es tan seguro con la restricción de los contactos más reducidos.
De lo que sí hay cada vez más evidencias es de que la reclusión de niños no ha tenido ninguna justificación. Así apuntaban los estudios desde el inicio y parece confirmarse.
¿Realmente estamos frente al apocalipsis por el coronavirus? Rotundamente no. Todos nos vamos a morir en algún momento, pero muy pocos por el coronavirus.
Es un problema de salud pública importante que debe ser resuelto mediante medidas racionales basadas en evidencias científicas y teniendo en cuenta las consecuencias de nuestras decisiones. Dado que no parece que vaya a resolverse de manera rápida y existe la sospecha de que también pueda repetirse en el futuro, es importante desarrollar un discurso crítico para no aceptar cualquier medida que implique perder derechos, difíciles de recuperar después, y pelear para que las consecuencias económicas de todo esto no caigan sobre los más débiles.
Tal vez sea el momento de repensar nuestra sociedad y darle un vuelco. El sistema social en que vivimos no es el mejor ni el único posible. Además, la «nueva normalidad» (concepto que podrían haber acuñado George Orwell o Aldous Huxley) no será la solución. Quizás no haya que volver a la normalidad, pues la normalidad era el problema.