Diversidad sexual en la infancia

Diversidad sexual en la infancia

por Iñaki Márkez, Psiquiatra y miembro de la Junta directiva de Osalde

La sociedad actual sabemos muy poco de este amplio campo de la LGTBI+1, que se vuelve famoso con muchas portadas en la segunda quincena de junio y explota el día internacional del Orgullo, tangencialmente el 8M o quizá tras alguna agresión con violencia directa o bullying en cualquier época del año contra personas adultas o escolares. Nuestra sociedad sabe poco sobre sexualidad, es más, hay poca gente que sabe lo que significan estas siglas o tiene información de los colectivos, porque sabemos muy poco sobre identidades y construcciones sociales. Solo hay un puñado de gentes expertas en estos temas, de ahí la insistencia en continuar aprendiendo sobre estas cuestiones.

Vamos aprendiendo poco a poco en la vida. Ocurre lo mismo con otros muchos temas que saltan a los medios de comunicación: la tortura, el racismo, las cárceles, el feminismo y la cultura, la pobreza y las grandes fortunas, nuestra salud, con virus o sin ellos, los plásticos y el reciclaje, algunas guerras y deportes, la educación de menores o la marginalidad… O tantos temas que ocupan muchas páginas y horas, día tras día, durante muchas semanas, pero que a esta sociedad nos viene bien “no saber” de todo aquello que cuestiona la ética, los derechos o la vida misma. No queremos saber porque ser consecuente significaría un cambio de estilo de vida, asumir principios y responsabilidades, reivindicar derechos y exigir modificar muchas estructuras. Y eso nos plantea otros modos de funcionamiento social.

Se han llegado a debatir en los parlamentos propuestas de ley específica sobre los derechos de las personas LGTBI a iniciativa de algún partido y, sobre todo, con propuestas provenientes de colectivos expertos en el tema. Apoyándose en la pretensión de alcanzar todos los derechos para todas las personas, también para quienes participan de sexualidades diversas. También situándose en la necesidad de voltear algunas realidades sociales: numerosas agresiones registradas, estigma social, homofobia muy presente desde los partidarios de la extrema derecha, discriminación laboral, atención desigual en la sanidad pública, o la aún patologización de la transexualidad -gran tema emergente- utilizando de modo explícito los términos de trastorno y de enfermedad, con sus protocolos de reasignación sexual, hormonal o quirúrgica, los riesgos de esterilización, etc. es urgente basarse en la orientación sexual o de género, la expresión de género o las características sexuales de una persona, todo un avance en el quehacer de estos colectivos pues supone mayor protección legal y de justicia social.

Estamos en una época donde se ha puesto el foco en cuestiones como la prostitución con toda su amplitud y la maternidad subrogada, entre otros temas. Sí subyace que hay quienes niegan a las mujeres trans su condición de mujeres, que es por la que participan en el movimiento feminista. Sí se trataba de potenciar diálogos sobre sexualidad, de romper los silencios también en los estudios académicos, al tiempo, tenemos que caminar hacia la despatologización de la diversidad sexual y de género. Durante muchos años, desde los campos que intervienen en la psique, han surgido investigaciones con sesgo heteronormativo dirigidas a determinar la causa de la orientación sexual no heterosexual o del género no conforme con el asignado al nacer. Estudios cuyos objetivos han ido encaminados a desprestigiar la diversidad sexual y de género, reunir las evidencias suficientes para contribuir a su erradicación, así como regular y controlar las sexualidades y los géneros que disienten de las normas culturales. Significa trabajar en consulta para que las personas LGTBI+ se reconozcan y puedan ser reconocidas como sujetos activos con capacidad para decidir sobre sí mismas. La Salud mental tiene que hacer suyas las reivindicaciones para las personas LGTBI+, su autonomía y la responsabilidad sobre sus propios procesos, algo difícil si está bajo la influencia de modelos teóricos, hoy posiblemente dominantes en nuestra sociedad que, desde hace tiempo, nos llevan a interpretar la realidad de forma heteronormativa, ya se sabe, esas opiniones y creencias donde nos dicen que la heterosexualidad es la norma adecuada.

La población infanto-juvenil

Hay una creciente pretensión en sectores sociales y en el campo de la Salud Mental y la Atención Primaria, ante sus intervenciones con los menores, sobre cómo ayudar a estos niños y niñas, adolescentes o sus familias cuando se acercan con cierta confusión para poder hacer un “cambio de sexo” o ante el temor sobre una actuación inadecuada en las relaciones familiares o escolares. Esto a pesar de reconocer un notorio desconocimiento sobre lo que acontece en estas jóvenes personas. Si la máxima de “nacido en un cuerpo equivocado” aporta desconcierto, tendremos que estar por el cambio de esa situación, para favorecer el mayor conocimiento comunitario con información y cercanía adecuadas. Cambios en los comportamientos, en los modos de relación, el apoyo en el camino de normalización, en suma, que deberán visualizar su diferencia, y su entorno vivirlo con total respeto. En la adolescencia, cuando la ambigüedad hegemoniza el crecimiento emocional, con frecuencia se ha recomendado que limiten su desarrollo hormonal a la espera de decidir el sexo que quieran ser, se les invita a realizar cambios sexogenéricos cuanto antes, favoreciendo la confusión en estos menores y en su entorno, sin ofrecer espacios y tiempo para la elaboración psicosocial. Ocurre que orientar a la realización de tratamientos, hormonales o quirúrgicos, posiblemente innecesarios, se acompañan de riesgo y no se ofrecen espacios de acompañamiento y elaboración de acontecimientos vividos como conflictivos.

Mencionaré una realidad que ha acontecido con una niña y que he conocido recientemente. Tuve una conversación con su madre:

…En casa le veíamos triste, más cuando supimos que oía comentarios sobre que al tener aquel diminuto pene de niño de 9 años, si le gustaban otros niños sería porque, sin duda, era homosexual…

No salía y no se expresaba como quería… hasta aquel día que me dijo en casa: “yo no soy homosexual, me gustan los chicos, pero soy como tú, soy una niña…”. Como siguió oyendo aquello de como tienes un pito, si te gustan los chicos eres homosexual, volvió a ser tajante: “¡Que no!, ¡que me gustan los chicos porque soy una chica!”…

Escuchado esto, hemos de recordar que la ley exige el diagnóstico psicológico para iniciar los procedimientos médicos, lo cual ha cambiado en algunas Comunidades Autónomas. Si deja de considerarse “la disconformidad de género” como una enfermedad mental, como señalan los manuales diagnósticos de la OMS y de la APA, carecerá de sentido ese requisito clínico. Con el activismo del Orgullo, con la mayor presencia social de diferentes sectores LGTBI+, con el asociacionismo familiar, esto va cambiando, si bien queda pendiente un importante recorrido.

Si las personas trans adultas forman parte de un sector que ha estado invisibilizado hasta hace muy poco tiempo, la infancia trans ha sido ignorada, salvo unos pequeños colectivos que comienzan a ser escuchados por la ciudadanía y reconocidos institucionalmente. Nos cuesta cambiar nuestro patrón de identidad: hay niños con vulva y niñas con pene, y son “normales” salvo que con desafortunados idearios y actuaciones les mal aconseje y les hagamos sufrir (ansiedad, conflictos afectivos y de identidad, duelo, frustración…) y es que resulta un problema obligarnos desde la niñez a clasificarnos de forma binaria.

Entre los padres y madres es oportuno recordar que desde la infancia se les empuja a través de los regalos, juguetes, ropa y comportamientos a dedicarse a actividades muy diferentes. En ese camino, nuestro cerebro se va modulando según transcurre el aprendizaje, determinando las decisiones y acciones posteriores. No obstante, hay un importante desconocimiento, rechazo, prejuicios, ideas de que es una enfermedad e incredulidad de la identidad que expresa el menor. Se recurre al medio sanitario (aún carente de la formación adecuada) pero no al campo social, siendo posible intervenir con iniciativas psicoeducativas en las familias, en los menores (educación en la diversidad afectivo-sexual en edades tempranas) o en la comunidad fomentando el asociacionismo. Es muy importante la educación sexual para que ya desde la infancia las personas respeten sus cuerpos y los de los demás alejándose del goce machista, ese que está presente en la pornografía de Internet y de quienes negocian con personas. Educación e información veraz sobre nuestros cuerpos es justo lo contrario a lo planteado por quienes desde posiciones intransigentes extremas trataron hace pocos meses de institucionalizar el llamado “pin parental”, una propuesta de veto o censura hacia los programas educativos, ya existentes en los países desarrollados de Europa, imponiendo que padres y madres tengan que autorizar la asistencia de sus menores a las actividades en los centros escolares. En esta Europa, la ley sanciona a padres o madres que impidan que hijos e hijas accedan a la escuela. En el Estado español la ley es clara, aunque su cumplimiento es más turbio.

A nadie se le ocurriría cuestionar que la población menor de edad, niñas, niños y adolescentes tienen sus derechos, máxime cuando nos apuntan que hace 30 años ya lo sentenció Naciones Unidas y aprobó la Convención sobre los Derechos de la Infancia. Pues bien, los hechos no siempre caminan por esos senderos del sentido común. En estos últimos años hemos observado campañas, incluso apoyadas o no criticadas desde algunos partidos políticos que se autodenominan democráticos pero de dudosa de ética, donde atacaban a niños y niñas en situaciones vulnerables porque son pobres, migrantes o de alguna sexualidad no comprendida desde la ignorancia. En nuestra sociedad rica, pero con elevadas tasas de pobreza, donde encontramos niños y niñas discriminadas y sin protección o adolescentes que no son atendidos ni escuchados adecuadamente.

La libre expresión de las identidades de género y de la sexualidad ha de entenderse como un derecho fundamental, por lo que no puede estar sujeto a condicionamientos de índole clínica. Que haya leyes que no exijan ningún requisito diagnóstico ni terapéutico para solicitar el cambio de sexo y de nombre en los documentos y registros oficiales, ni extrañas terapias de reconversión de la orientación sexual para enfermedades inexistentes. La clínica debe basarse en el principio de autodeterminación de la sexualidad y el género y en el derecho a la integridad corporal de cualquier persona. Así, cualquier persona, sea transgénero o intersexual debe tener la opción de poder acogerse a lo que desee sin necesidad de un tener que pasar por un obligado diagnóstico de disforia o incongruencia de género ni tratamiento médico que no precisa o terapia de conversión inútil.

Los modelos sanitarios y administrativos implementados en nuestro país, no reconocen la libertad que emana de los Derechos Humanos. A menudo el reconocimiento del género no se realiza a partir de la voluntad de las personas trans, sino a partir del reconocimiento administrativo de un diagnóstico médico que en muchos casos las personas trans no reconocen como válido. La falta de libertad en la identidad de género se traslada en forma de diagnóstico y tutela, y muchas de las evaluaciones a las que están sometidas las personas trans (test de la vida real, cuestionarios, entrevistas, etc.) lesionan directamente su dignidad, suponen una intromisión arbitraria en su vida privada y familiar, y atacan su honor y reputación.

El discurso biomédico socialmente hegemónico está inserto en un modelo científico, sobre la sexualidad, donde el cuerpo y el género se perciben como único y universal. Apoyado por instituciones, profesionales de la salud, educación y ciencias sociales que intervienen, de un modo u otro, con la población, así como los medios de comunicación, anulando otros que surgen de forma crítica y en donde los factores culturales, sociales, históricos y contingentes son tenidos en cuenta en la construcción de las identidades sexuales y de género. El relato biomédico, además, se presenta y se defiende como despatologizador.

Por esto es necesario implementar un nuevo modelo de atención a las personas con identidades de género no normativas (personas trans) que no vulnere ni la dignidad ni los derechos humanos. Habría que optar por un modelo sanitario que respete estos derechos, que evite actitudes y conductas discriminatorias en la atención a la salud, que se trabaje desde la experiencia trans. Necesitamos un cambio de paradigma en contraposición a la visión basada en concebir la transexualidad como una enfermedad; un paradigma que conciba la vivencia de las personas diversas, también las trans, como un proceso que, en algunos casos, requiere de atención y cobertura sanitaria pública.

(1) Acrónimo que va más allá, a LGTBIQA (Lesbianas, Gays, Trans, Bisexuales, Intersexuales, Queer, Asexuales), y quizá con otra identidad que quede en ninguna parte, de ahí el signo +.

 

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