¿Y los servicios sociales…?

¿Y los servicios sociales…?

Fuente: Victoria Barjola Gómez Trabajadora Social. Especialista en Metodología ProCC. Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria ‘Marie Langer’. Ilustración de Maite Yurrebaso. Publicado en Blogs.publico.es

«No estamos preparados para afrontar los problemas que esta pandemia suma a las situaciones de precariedad social…», planteaba una compañera trabajadora social. Y… ¿entonces?

Además de los servicios sanitarios, los Servicios Sociales han tenido que hacer una «adaptación camaleónica» para hacer frente a las prioridades que se plantean hoy en la atención social en esta supuesta «sociedad del bienestar». Han tenido que priorizar unas necesidades sabiendo que otras quedarían relegadas. Si ya estaban acostumbrados a las precariedades sociales de las personas, a sus diversas demandas, masivas, y a cómo atender los pedidos económicos con las escasas ayudas sociales con las que se cuenta, y con toda una burocracia paralizada o ralentizada, ahora han tenido que enfrentar una reorganización importante.

Inicialmente, se dan situaciones caóticas y angustiosas con una sobrecarga extrema: «Vamos improvisando sobre la marcha». Los sucesos de personas afectadas por el virus en la población anciana han implicado poner la mirada en este sector de la población, que está requiriendo estrecho seguimiento y coordinaciones preventivas.

El Servicio de Ayuda a Domicilio, recurso humano fundamental para el apoyo de personas que viven solas o en situaciones de desprotección familiar/social, se ha mermado notablemente no solo por la escasez de medios de protección que ha generado abandonos, sino por una nueva organización familiar a causa del confinamiento o porque se rechaza este apoyo por miedo a que su familiar enferme. «De 60 auxiliares que había, hoy en activo han quedado 20», comentaba una compañera de Trabajo Social de un municipio de 1.150 habitantes.

La petición de ayudas alimentarias a los Ayuntamientos ha puesto patas arriba a los Servicios Sociales y, en muchos casos, han tenido que recurrir a instituciones privadas como Cruz Roja, Cáritas, hermandades, asociaciones y, en algunos casos, colaboraciones vecinales y otras organizaciones: «Estamos volviendo a la beneficencia», se escucha.

Hay toda una población vulnerable, dificultades económicas y consecuencias graves a nivel vincular y familiar. Precariedades laborales, económicas, endeudamientos con los bancos, alquileres o hipotecas, desahucios, enfermedades mentales y discapacidad, drogodependencias, violencias, problemas familiares… Hay demandas que quedan relegadas con graves consecuencias que «a ver cómo se enfrentan»: ‘Anciana dependiente hospitalizada sin que ningún familiar se pronuncie’. ‘Joven con discapacidad que no puede ser contenido en la familia precisando una residencia socio-educativa’…, situaciones de emergencia social que no pueden demorarse, pero que no tienen respuesta: «Me he visto sola ante situaciones de vulnerabilidad extrema y sin recursos, no sabía a dónde dirigirme», comenta una compañera.

Todo un malestar cotidiano callado que se desborda, un malestar social que requiere respuestas firmes y que den seguridad dentro de la incertidumbre.

¿Qué hacer? «Hacemos lo que se puede»; pero dar cobertura a las nuevas necesidades sociales no es cuestión de voluntarismo.

A menudo, la posición profesional instituida desde el sistema social actual se mueve entre la omnipotencia y la impotencia. Sostener la omnipotencia implica una posición ilusoria de aportar soluciones desconectadas de un análisis de la realidad y sus posibilidades. Esta posición lleva inevitablemente a la impotencia, que implica conformismo y dependencia.

Salir de esta posición permitiría rescatar la potencia profesional, no quedar atrapados y atrapadas en la encrucijada entre el mandato institucional y las demandas de la población, y evitar desgastes. Daría otro lugar al trabajo de equipo, interdisciplinar e interinstitucional, y potenciaría la capacidad de organización y el desarrollo de la población, como lo demuestran, en muchos casos, distintas formas de organización vecinal: «Algunos usuarios que viven solos están demostrando bastante autonomía»; «estamos viendo grupos sociales que elaboran medidas de protección creativas que aportan a los Centros de Salud«. Autonomía y participación social que no se esperaban muchos profesionales.

Esta situación de pandemia ha puesto aún más sobre la mesa la necesidad de retomar el verdadero sentido del Trabajo Social. La importancia de conocer la comunidad, sus problemas, sus potencialidades, sus recursos; la persistencia, imaginación, coordinación…, la búsqueda de alternativas desde un pensamiento diverso que enfoque a actuaciones con más sentido: ganar y generar protagonismo, acción participativa, autonomía.

Para comprender qué está pasando, qué nos está pasando, es necesario abrir la mirada teniendo en cuenta la lógica del capital, el neoliberalismo, los mercados…, que no están precisamente al servicio de cuidar la vida. Interpelar estas lógicas permite identificar las verdaderas necesidades y no normalizar las desigualdades sociales instaladas.

Es imprescindible trabajar por recuperar el lazo social rescatando el valor de lo grupal para desarrollar la capacidad instituyente, la participación social desde cada rincón, desde cada comunidad.

Es preciso que la Orientación Comunitaria sea el enfoque que direccione el quehacer profesional. Se trata de profesionales que trabajan en y con la comunidad. Y las circunstancias actuales les ponen frente a un gran reto.

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