Vivienda y Salud: La vivienda es un derecho

Vivienda y Salud: La vivienda es un derecho

El Movimiento de los Trabajadores sin Techo organiza a miles de familias por el derecho a la vivienda. Ese derecho no está garantizado por el Estado ni aquí ni en casi ningún sitio. Se queda en manos del mercado, y en manos del mercado la vivienda es tratada como valor de cambio, como una mercancía. Quien no tiene plata no tiene vivienda. Y en el marco de especulación inmobiliaria, con la revalorización del suelo, se han creado situaciones dramáticas en términos de desalojos o de encarecimiento de los alquileres… (Guilherme Boulos, Brasil)

 

Fuente: elsaltodiario.com  Entrevista TER GARCIA 

Organizar la movilización por el derecho a la vivienda, siguiendo el ejemplo de la lucha del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST). Así nació hace ya 20 años el Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST), una organización que comenzó con ocupaciones de tierra y que fue creciendo hasta convertirse en el principal movimiento urbano de Brasil, con presencia en doce Estados de este país, y con una base social que agrupa a alrededor de 45.000 familias y a más de 150.000 personas. Hablamos sobre el MTST con Guilherme Boulos, su coordinador nacional y uno de los posibles candidatos a la presidencia de Brasil en las próximas elecciones de 2018 por el PSOL.

Comenzasteis con el MTST hace ya 20 años, ¿ha habido cambios en todo este tiempo en las estrategias tomadas para luchar por el derecho a la vivienda?
El Movimiento de los Trabajadores sin Techo organiza a miles de familias por el derecho a la vivienda. Ese derecho no está garantizado por el Estado ni aquí ni en casi ningún sitio. Se queda en manos del mercado, y en manos del mercado la vivienda es tratada como valor de cambio, como una mercancía. Quien no tiene plata no tiene vivienda. Y en el marco de especulación inmobiliaria, con la revalorización del suelo, se han creado situaciones dramáticas en términos de desalojos o de encarecimiento de los alquileres… Por eso, en Brasil por ejemplo, las personas cada vez más no tienen otra alternativa que no sea ocupar. La ocupación no es una decisión, la ocupación es falta de alternativa. Hoy hay 5,8 millones de familias sin vivienda en Brasil. Más de 20 millones de personas sin acceso al derecho a la vivienda.

En algunos lugares también se han ocupado edificios vacíos, pero la táctica principal del MTST no ha cambiado desde el principio y son las ocupaciones de tierra. ¿Por qué? porque estas nos permiten un proceso de movilización mayor, más expresivo. Un edificio grande puede albergar a cien o 150 familias. En cambio, en la mayor ocupación de tierras que hemos hecho hemos llegado a tener 9.000 familias. Es un proceso de movilización con capacidad de presión al Estado mucho más fuerte y nos permite reforzar los vínculos de solidaridad con más facilidad, porque las personas, en las ocupaciones de edificios, cierran su puerta, están en su apartamento. Es más difícil traerlos para el espacio comunitario, y hay menos espacios comunitarios. Se favorece la individualización. En el terreno es más fácil organizar el espacio y construir viviendas desde un punto de vista comunitario, que el centro de la ocupación sean los espacios comunitarios.

¿Cómo afecta el tipo de viviendas o la organización de espacio para esta creación de vínculos comunitarios?
Las ocupaciones que hacemos en general son muy grandes. Principalmente son en terrenos desocupados en los que las personas se organizan y construyen sus barracas, sus casas precarias. En una ocupación reciente en Sao Paulo entraron 1.000 personas. Cuatro semanas después ya vivían 6.000 personas en ese terreno.

¿Y dónde entra tu pregunta aquí? La ocupación no es solamente un espacio de lucha por la vivienda. La ocupación es también, y yo creo que sobre todo, un espacio de construcción de nuevas relaciones comunitarias, sociales, de redes de solidaridad, porque las personas van y construyen sus barracas, pero hay formas de organización que se hacen internamente en la ocupación.

Hoy, en las ciudades de todas partes del mundo, el vínculo comunitario y la solidaridad no existen en la dinámica urbana. Las personas están atomizadas, solas en la multitud, y esto incluso genera todo tipo de psicopatologías. Genera depresión, que es la enfermedad de hoy.

¿Cómo organizáis ocupaciones con tanta gente?
Por ejemplo, en una ocupación como la de Sao Paulo, con 6.000 personas, se dividen en grupos menores, de 200 o 300 personas. Cada uno de estos grupos elige a sus representantes o coordinadores. En cada grupo se construye un comedor colectivo, que funciona con donaciones, solidaridad y trabajo voluntario. Con eso se vence el primer problema: nadie pasa hambre en la ocupación, que ya es un gran paso, y, además, se reconstruyen otros tipos de relación. Están los grupos que llamamos de apoyo. Esos pequeños grupos hacen asambleas, casi diarias, en las que se ponen sobre la mesa cuestiones como el machismo. Lo que era natural en la lógica habitual, como la violencia doméstica, en la ocupación se desnaturaliza. Se convierte en un problema todos, en un tema colectivo. Todos tienen que participar.

¿Cual es la diferencia clave? Aquí no se paga, pero se exige participación. Acá es necesario que todos construyan y participen para que todos disfruten, y quien no contribuye en la cocina, contribuye en la limpieza, en la construcción o en ayudar a los más viejos, en el material, en las donaciones. Se recupera así un vínculo comunitario que estaba totalmente perdido.

Entonces, en este reparto de tareas, ¿también entra el cuidado de los mayores?
No es algo estructural, pero, en la práctica, esto ocurre. Nadie se queda desasistido.

¿Qué perfiles de gente participan más en las ocupaciones?
Cada vez hay más jóvenes. Yo estoy en el movimiento desde hace 16 años y he acompañado procesos diferentes en las ocupaciones. Históricamente había muchas personas mayores y de entre 40 y 50 años. Ahora, en las nuevas ocupaciones, hay muchos más jóvenes por el problema del desempleo juvenil.

¿Cuál es el papel de los coordinadores de grupo?
El papel de los coordinadores de cada grupo es resolver todo tipo de cuestiones que se presentan en el grupo. Este coordinador, en la ocupación, es al mismo tiempo el asistente social, el psicólogo, el político… es todo. Tiene que cumplir estas funciones, y con eso, más allá de esto, se generan militantes, cuadros. Se hace posible que personas que fueron a la ocupación para buscar su vivienda y nada más, incluso con una perspectiva individualista, en ese proceso se politicen. La mayoría de los referentes que organizan las ocupaciones del MSTS en Brasil son personas que poco tiempo antes fueron a una ocupación a buscar una vivienda y ahora van a otros espacios y a otras ciudades a coordinar ocupaciones.

Precisamente, el problema de la desvinculación de los militantes una vez que han conseguido superar el problema que afrontan, de vivienda por ejemplo, es una de las causas por las que se van vaciando las bases de los movimientos sociales.
El problema de que las personas, cuando consiguen su vivienda, se quedan conformes es obvio, ocurre en todas partes. Pero cuando el proceso de lucha es como una escuela, formativo, en esta lógica de la solidaridad y de la movilización… La clave de la movilización es fundamental. Una cosa es pensar que se ha conseguido una vivienda porque la ha dado el gobierno y otra cosa es conseguir una vivienda porque se ha conquistado en las calles, en luchas, en ocupaciones… La relación de pertenencia es otra. Es incluso más fácil que la persona que recibió su vivienda del gobierno la revenda después, pero cuando la persona la conquista es parte de un proceso de su vida y se queda también una relación con la lucha, con el método. Se interioriza que los derechos se conquistan a través de la lucha. Te doy un ejemplo: nosotros conquistamos una urbanización, con 400 familias, a través de una parte del programa Minha casa minha vida [programa estatal de acceso a la vivienda], en la que es el movimiento el que administra, hace el proyecto y coordina la construcción, pero con un subsidio estatal.

En Brasil, como en España, hay un problema de vivienda vacía a la vez que muchas familias no tienen acceso a una casa. ¿Cómo se puede combatir esto?
Sí lo hay, esencialmente edificios. En Brasil tenemos 5,8 millones de familias sin vivienda y 6,05 millones de viviendas vacías. Es consecuencia de que la vivienda es más un producto que un derecho. Ahora, ¿cómo combatir esto? No es una batalla fácil. Históricamente se ha creado la idea de que el Estado tenía que convertir al trabajador en propietario. En Brasil esta ideología se creó muy fuertemente tras el golpe militar de 1964. Entre las primeras medidas del gobierno militar estuvo la creación del programa del Banco Nacional da Habitaçao. En su discurso, el general que se hizo responsable del banco habló de cerrar las heridas nacionales convirtiendo al trabajador en propietario. Esa ideología se mantuvo durante décadas. Hay un tema más allá de la ideología: las personas tienen una vida muy inestable, muy precaria. En Brasil ha habido ciclos económicos de ascenso y después crisis muy fuertes, y la vivienda termina por ser una inversión, algo que se tiene y que, en un momento determinado, se puede vender.

Es evidente que nuestra lucha tiene que ser para fortalecer el carácter de la vivienda como valor de uso, combatir la vivienda como mercancía y convertirla en un derecho. Un derecho no se paga, no se vende, no se compra. Pero hay muchos obstáculos, tanto en la conciencia popular como en los marcos legales. La propiedad colectiva no está reconocida por ley. La única forma de propiedad es la pública o privada, y punto. Nosotros defendemos un modelo de propiedad pública.

Hay algunas experiencias, algo como el alquiler social, en las que el poder público construye un edificio y las personas que viven allí pagan un alquiler simbólico, muy bajo con respecto al valor de mercado. Nos parece una buena política, pero si se hace de forma masiva y en los centros de las ciudades.

La ciudad latinoamericana está profundamente segregada, hay dos ciudades en una: dos Sao Paulo, dos Rio de Janeiro, dos Buenos Aires. Las periferias son ciudades con viviendas precarias, sin servicios públicos, con una infraestructura urbana muy limitada, sin oferta de trabajo. La gente tiene que viajar una hora en bus para ir a trabajar y una más para volver. En el centro hay muchos edificios vacíos y el alquiler social debería centrarse ahí porque, al mismo tiempo que se trata el tema de la vivienda como derecho, también se trataría el problema de la segregación urbana. Es un modelo del que hay algunas experiencias aquí en Brasil

El régimen de alquiler social está muy extendido en Europa, aunque las cifras del parque de vivienda pública en España son ridículas comparadas con las de países como Holanda, Francia o Alemania. En Brasil entonces, ¿no es un régimen de vivienda habitual?
En Brasil se puede hablar de cinco experiencias de alquiler social. Es algo muy embrionario. No hay una política de alquiler social, solo hubo experiencias piloto.

Minha casa Minha vida es solo en régimen de propiedad entonces.
Sí, se da la propiedad de la vivienda. El programa Minha casa Minha vida tuvo muchos problemas, pero también un importante valor: el tema del subsidio. Históricamente la vivienda fue tratada en Brasil, incluso en los programas públicos, como un tema de crédito bancario. Los programas daban acceso a un crédito más fácil, pero eso no resuelve el problema ya que hay personas que no son sujetos de crédito.

La mayoría de los sin techo en Brasil no son sujetos de crédito, el 84% tienen ingresos por debajo de tres salarios mínimos [el salario mínimo en la actualidad en Brasil son 937 reales, 254 euros], y quien gana eso va a un banco y no consigue ningún crédito, ni en las financieras ni en los bancos públicos. Los programas acabaron sirviendo históricamente a los sectores medios.

Por contra, Minha Casa Minha Vida ha tenido una línea muy fuerte de subsidio. Las personas pagan un valor muy bajo, 50 o 100 reales al mes durante diez años, y quien no pagaba no perdida la vivienda. En total, unos 6.000 reales, menos del 10% de lo que el Estado invertía en la vivienda, que eran unos 76.000 reales. Ese es un punto positivo del programa que ha permitido que parte de las personas más necesitadas tengan acceso a una vivienda.

También comentabas antes de una parte de este programa en la que eran los movimientos sociales, el MTST en este caso, quien se ocupaba de la gestión, pero con financiación pública. Explícanos más sobre esta experiencia.
Uno de los condominios que conquistamos dentro del Minha Casa Minha vida Entidades [en 2014 se había construido 50.000 viviendas bajo esta modalidad de gestión popular, en 2016 las viviendas construidas ascendían a 61.000 y estaban planificadas 177.000 más] se llama Joao Candido, en la región metropolitana de Sao Paulo. Son seis edificios. Fue el pueblo quien luchó, hizo ocupaciones y participó en el proyecto. Ahora son los apartamentos más grandes del Minha Casa Minha Vida.

Con la misma plata con la que las constructoras hacen apartamentos de 39 metros cuadrados, que es el mínimo que exige el Gobierno, nosotros hicimos viviendas de 63 metros cuadrados con tres habitaciones, ascensor –fue el primero edificio del programa con ascensor–, área social y de convivencia. Este condominio es muy interesante.

Las personas consiguieron su casa, la conquistaron después de muchos años de lucha. Entregaron las viviendas en 2014 y el primer problema que apareció en el condominio fue que se rompió el ascensor. Se llamó a la empresa responsable, pero no fue. Se celebró una asamblea para decidir qué hacer, si ir a juicio, y llegó alguien a la asamblea y dijo: “¿A juicio? al carajo. Tenemos que ocupar la sede de la empresa”. Al día siguiente fueron a ocupar la empresa, y ese mismo día el ascensor volvió a funcionar.

Dos años después, cuando fue la huelga general en Brasil en abril, hubo también una asamblea en el condominio sobre el tema de las pensiones y Temer. Todas las personas bajaron y decidieron cortar la carretera como contribución a la huelga general. Hubo algo más que la conquista de la vivienda. Se construyó una nueva relación de solidaridad y una nueva comprensión del mundo.

Supongo que esta parte de Minha casa Minha vida ya no existirá con Temer.
No, con Temer casi no existe ya nada de Minha casa Minhai vida. Lo canceló [en mayo de 2016], pero este año el Gobierno se vio forzado a devolver el programa, aunque con una cuota mucho menor, por la fuerte presión de los movimientos. Cientos de sin techo nos quedamos 22 días acampados en la Avenida Paulista, en el centro financiero de Sao Paulo. Dijimos que nos quedábamos allí, en frente de la oficina de la Presidencia de la República en Sao Paulo, hasta que volviera el programa. Después de 20 días nos tuvieron que llamar para llegar a un acuerdo.

¿Habéis sufrido represión por parte de la policía en las ocupaciones?
El Estado, frecuentemente, trata el problema de la vivienda y las ocupaciones como un tema policial, no como un problema social. Eso se manifiesta especialmente en la forma en la que se hacen los desalojos. Los desalojos en Brasil históricamente son muy violentos, tanto en el campo como en la ciudad. Recientemente [24 de mayo de 2017] en el campo, en el Estado de Pará, en Pau-d’Arco, hubo un desalojo y mataron a diez personas. No es un caso aislado, aunque en este caso fue una masacre.

Hay una violencia extrema a nivel de matar, de detener, de herir, de todo tipo de abusos. Un desalojo que fue conocido internacionalmente fue el de Piñeiriño, en 2012, en Sao José dos Campos, en Sao Paulo. Fueron desalojadas cerca de 5.000 personas que vivían allí desde hace más de 10 años. La policía formó una operación de guerra y hubo todo tipo de violaciones, incluso casos de estupro. Hay una violencia muy fuerte del Estado contra las ocupaciones, y con el gobierno Temer está empeorando.

¿Con el Gobierno del PT también había represión?
Nunca dejó de haber represión, aunque ahora es peor. En el gobierno del PT había un grado mayor de diálogo. El problema también es que las policías no son a nivel nacional, son de los diferentes Estados, estaduales. El PT no tenía el control de todas. Optó por más diálogo, pero también fue represivo. Primero, no combatió estas formas de las policías estaduales, que son policías militares.

En segundo lugar, con el segundo Gobierno de Dilma, se aprobó una ley antiterrorista en Brasil que está siendo utilizada para combatir y criminalizar a los movimientos sociales. No se puede decir que el PT es igual a Temer, pero tampoco se puede decir que no ha hecho nada en cuanto a criminalización.

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