Urbanismo feminista

Urbanismo feminista

Fuente: «Urbanismo feminista interseccional contra la ciudad del capital» mayo 2022

Las ciudades no son espacios neutros, son una producción cultural y como tales reflejan los valores hegemónicos de la sociedad en la que se sitúan.

Nuestra sociedad se rige por las normas y preceptos de un sistema económico capitalista y de un sistema social que es patriarcal y colonialista. Estos sistemas se retroalimentan entre sí, permeando en la configuración de nuestras ciudades que se basa en la división sexual del trabajo, en la acumulación de capital y en maximizar la obtención de beneficios privados.

El sistema patriarcal es universal e influye en todas las esferas y ámbitos de la sociedad y también en la producción del espacio. Como señala Jane Darke (1998):

El patriarcado adopta muchas formas y cambia con el tiempo. Coexiste con la mayoría de los sistemas económicos, incluido el capitalismo, y en muchos escenarios: en la familia, en el lugar de trabajo, en el gobierno, etc. Está tan profundamente arraigado en las relaciones sociales que mucha gente no lo identifica y considera la dominación masculina como algo natural.

Las ciudades modernas se han diseñado y ejecutado a partir de la división sexual del trabajo, reflejo de la naturalización del orden patriarcal y de la dicotomía público-privado. Esta construcción cultural se consolida a partir de la Revolución industrial en Europa y Estados Unidos y sitúa a los hombres y las actividades productivas en el espacio público, y a las mujeres y las actividades reproductivas y de cuidados, en el espacio doméstico. Esta división llevó a una delimitación de ámbitos espaciales masculinos y femeninos sobre los cuales se proyectó una serie de valores e ideologías que han reforzado la construcción cultural de las categorías hombre y mujer (Fernández, 1995). Según Mª Ángeles Durán (1998), con la división sexual del trabajo, enmarcada en el seno de la familia, los hombres se encargan de las tareas productivas, las relacionadas con el mercado, que se dan en el ámbito de lo público, mientras que las mujeres son las encargadas de las tareas reproductivas, que se dan en el ámbito de lo doméstico.

El inicio de la Revolución industrial no solo llevó a la separación del espacio público-privado y a la identificación de lo masculino-femenino y lo productivo-reproductivo con cada uno de los espacios, sino que también derivó en lo que Carrasco, Borderias y Torns (2011) señalan como la construcción social de la desvalorización de los trabajos domésticos y de cuidados que acompañó al desarrollo de la producción mercantil. La idea liberal y burguesa de familia que sitúa al padre como sustentador económico y a la madre como ama de casa se fue instituyendo como el modelo en el discurso dominante (Brullet, 2010).

Muchas historiadoras, geógrafas y urbanistas feministas han demostrado que esta dicotomía es una falacia y una noción profundamente eurocéntrica y clasista basada en la experiencia de las ciudades del Norte global, puesto que las mujeres de las clases populares siempre han estado involucradas en mayor o menor medida en la esfera pública, desempeñando labores en las fábricas, en el campo, como comerciantes, artesanas… Por otro lado, a partir de este dualismo se restringen las actividades relacionadas con lo reproductivo y los cuidados al ámbito doméstico, a pesar de que hay muchas actividades de la esfera reproductiva que se realizan en el espacio público: comprar, llevar a niños y niñas al colegio, acompañar a una persona enferma al médico, etc. Sin embargo, el hecho de que los espacios urbanos se hayan pensado desde esta concepción tan rígida ha provocado que en la actualidad nuestras ciudades no estén diseñadas para apoyar y acompañar el desarrollo de las tareas reproductivas.

La lógica androcéntrica que se desprende del dualismo público-privado ha llevado a que determinadas actividades sean consideradas socialmente más importantes. Esto se materializa en ciudades que jerarquizan unos usos frente a otros, dedicándoles más espacio, mejores localizaciones y conectividad. Se priorizan las tareas vinculadas con lo productivo, adaptando espacios y tiempos para servir al capital, y el resto de actividades que realizamos en nuestro día a día –de cuidados y afectivas, personales, comunitarias– queda relegado a un segundo plano. De manera simultánea, las políticas neoliberales y los recortes en gasto y servicios públicos provocan grandes desequilibrios sociales que se concretan territorialmente en fenómenos como la mercantilización del espacio público, la especulación, la gentrificación y/o la turistificación.

Desde Col·lectiu Punt 6 criticamos el urbanismo androcéntrico y capitalista ejercido como una ciencia de especialistas que no reconoce el conocimiento y la experiencia de las personas vecinas y está alejado de la realidad cotidiana del territorio y que se basa en la estandarización de necesidades a partir de un sujeto tipo universal, que es hombre, blanco y sin diversidad funcional ni personas a su cargo. El modelo de ciudad vigente promueve un crecimiento urbano sin límites, basado en la ruptura de cualquier vínculo con el entorno natural y con un impacto directo en términos medioambientales, con el agotamiento y destrucción de recursos energéticos, orgánicos y territoriales.

Nuestra propuesta de un urbanismo feminista interseccional y encarnado

El urbanismo con perspectiva de género ha vivido un desarrollo en los últimos años que se ha materializado en un aumento de las publicaciones y proyectos elaborados desde este enfoque. Sin embargo, en un contexto de crisis global de cuidados, feminización de la pobreza y violencia cotidiana hacia las mujeres, no es suficiente con acciones o miradas parciales y puntuales, sino que es fundamental un cambio de paradigma que ponga la sostenibilidad de la(s) vida(s) en el centro y cuestione los privilegios de una parte minoritaria de la población.

Desde Col·lectiu Punt 6 trabajamos por repensar los espacios comunitarios, públicos y domésticos y las redes de movilidad desde una perspectiva feminista interseccional. Tal como explican Patricia Hill Collins y Sirma Bilge (2019: 16-18), la interseccionalidad considera que:

Los principales ejes de las divisiones sociales en una determinada sociedad y en un momento dado, por ejemplo, la raza, la clase, el género, la sexualidad, la dis/capacidad y la edad, no funcionan como entes independientes y mutuamente excluyentes, sino que se construyen los unos sobre los otros y actúan juntos (…). También son categorías que adquieren significado a partir de las relaciones de poder del racismo, el sexismo, el heterosexismo y la explotación de clase.

Aplicamos una perspectiva feminista interseccional para no contribuir reproduciendo injusticias y desigualdades. Esta aproximación nos permite visibilizar que las mujeres no somos un colectivo social homogéneo, sino que estamos atravesadas por diferentes ejes de opresión y privilegios.

Desde este enfoque, para nosotras el urbanismo feminista pone la vida cotidiana de las personas en el centro de las decisiones urbanas, teniendo en cuenta la diversidad de experiencias y analizando cómo los roles de género influyen y tienen implicaciones directas en el uso y disfrute de nuestras ciudades y pueblos. Además, reconoce y visibiliza que las mujeres han participado siempre de una manera u otra en la esfera pública y reproductiva, que las tareas reproductivas y de cuidados no solo se dan en el interior del hogar, sino que se extienden al ámbito público; además, no tienen que ser responsabilidad exclusiva de las mujeres, sino una responsabilidad social y pública. Por último, desde nuestra mirada el urbanismo feminista tiene que tener una vocación transformadora para construir espacios que contribuyan a eliminar las desigualdades sociales, sin discriminaciones en el uso y el acceso en los espacios urbanos.

Identificamos tres ejes estratégicos que se deben trabajar en la conformación de la ciudad desde el urbanismo feminista: poner los cuidados en el centro desde una perspectiva ecofeminista, trabajar la seguridad urbana desde una perspectiva comunitaria y de justicia feminista y facilitar la participación de mujeres y sujetos no hegemónicos en la toma de decisiones sobre la ciudad.

  1. Poner los cuidados en el centro desde una perspectiva ecofeminista

Para promover territorios más justos en términos sociales y ambientales, es fundamental integrar los cuidados en el urbanismo, partiendo de que la vulnerabilidad es una característica innata de las personas, que nos sitúa en una relación de interdependencia con otras personas. El papel de las ciudades es proporcionar un soporte físico adecuado para satisfacer la red compleja de cuidados que es necesaria para sostener la vida.

Este soporte se puede materializar en estructuras e infraestructuras públicas o comunitarias que proporcionan condiciones materiales e inmateriales para el desarrollo de los cuidados favoreciendo la autonomía de las personas dependientes y apoyar a las personas cuidadoras.

Equipamientos (ludoteca, guarderías, casales de personas mayores, centros juveniles…).

Servicios y programas (servicio de ayuda a domicilio, servicios de tiempo libre para personas cuidadoras Respira, cesión de elementos de apoyo a la accesibilidad…).

Elementos urbanos (bancos, lavabos públicos, zonas de juego infantil, fuentes…).

Ayudas para la organización y gestión comunitaria de los cuidados (cesión de espacios, organización de bancos de tiempo).

Desde el ecofeminismo también se critica, por un lado, el modelo de producción y consumo que vive de espaldas al equilibrio natural y al bienestar humano y, por otro, el sistema patriarcal que supedita la libertad y los derechos de la mitad de la humanidad. Ante la crisis ambiental (pico del petróleo, crisis climática, crecientes problemas de acceso al agua, las sustancias químicas artificiales de efectos desconocidos en los seres humanos) y la crisis de cuidados (translimitación de tiempos humanos, muy especialmente de los tiempos de las mujeres) se identifica al sistema capitalista y patriarcal como productor de insostenibilidad y de injusticia y causante del deterioro de las condiciones y la calidad de vida (Grupo de Ecofeminismo, Ecologistas en Acción, 2011).

En este sentido, Herrero, Pascual, González y Gascó (2018) enfatizan que la vida humana se desarrolla inserta en un medio físico natural, del que dependemos para existir y reproducirnos, que tiene límites físicos y se autoorganiza en ciclos naturales y cadenas tróficas para poder mantenerse y perdurar.

Además, haciendo referencia a la noción de ecodependencia, es indispensable enmarcar los entornos urbanos en un contexto natural que ya ha rebasado sus límites, por lo que planificar la ciudad incorporando los cuidados no puede basarse en el actual modelo de consumo de recursos (económicos, territoriales, ambientales, energéticos). Es necesario promover un cambio radical de modelo de ciudad que incluya los límites naturales en aspectos como la movilidad, la infrautilización residencial, la gestión de residuos o la provisión de servicios energéticos.

Nuestras ciudades son la materialización territorial de un modelo social y económicamente injusto, por lo que para acabar con las desigualdades sociales y económicas es imprescindible un cambio estructural de paradigma. Repensar la ciudad desde una perspectiva feminista es dejar de crear espacios con una lógica productivista, social y políticamente restrictiva, y empezar a pensar en entornos que prioricen a las personas que los van a utilizar.

Poner a las personas en el centro de las decisiones urbanas significa hacer ciudades cuidadoras que tengan en cuenta la diversidad de experiencias, necesidades y deseos. Definimos la ciudad cuidadora como una ciudad que te cuida, te deja cuidarte, te permite cuidar a otras personas y cuida del entorno.

  1. La seguridad y la autonomía

Construir espacios y ciudades seguras para todas y todos, libres de violencias machistas y hacia las mujeres.

La seguridad urbana en las ciudades continúa enfocándose, sobre todo, en los crímenes, excluyendo de su análisis la violencia machista (Wekerle y Whitzman, 1995) y sin tener en cuenta que la percepción de seguridad también es diferente entre mujeres y hombres. La mayoría de medidas de los gobiernos locales sobre prevención y control del delito provienen del ámbito de la justicia y la criminología, enfocadas en estrategias restrictivas, como incrementar la presencia de la policía y el control en el acceso a los espacios públicos.

La percepción de seguridad condiciona los movimientos de las personas, y muy especialmente de las mujeres. Sentirse segura es tener autonomía y libertad para usar los espacios públicos. Muchas veces las personas, y especialmente las mujeres, restringen sus desplazamientos cotidianos porque perciben ciertos espacios como inseguros. Esta percepción está estrechamente ligada con el proceso de socialización que hemos tenido las mujeres, en el que constantemente se nos victimiza y se nos trata como sujetos frágiles en constante situación de vulnerabilidad, especialmente por la noche.

Desde el movimiento feminista, el trabajo que se ha hecho en relación a la seguridad desde la perspectiva de género siempre pretende ir más allá de lo que se entiende por crimen, y se analiza la seguridad desde la perspectiva de género diferenciando y complejizando qué se entiende por violencia machista, seguridad o percepción de inseguridad, e ir más allá de lo que se tipifica como crimen y, por lo tanto, de lo marcado por ley. Porque, como dice Anne Michaud (2005), si en una calle donde el 100% de las personas que viven son mujeres y a una de ellas la violan, las consecuencias no son solo sobre el 1% de la población (la mujer violada), sino sobre el 100% de las mujeres, ya que ese hecho aumentará la percepción de inseguridad y el miedo de las mujeres que viven ahí, porque sienten que les puede pasar a ellas también.

La percepción de seguridad está condicionada por la diferencia que existe entre el tipo de violencia que pueden experimentar las personas dependiendo de su sexo, género, edad, origen, etc. Tal como dice Teresa del Valle (2006), el miedo, lo mismo que la seguridad, tiene referentes y significados distintos para hombres y mujeres. El miedo o la percepción de inseguridad de las mujeres está marcado por la violencia ejercida sobre nuestro cuerpo sexuado y determina en gran medida cómo las mujeres viven los diferentes espacios, ya sea domésticos, comunitarios o públicos. Como señala Ana Falú (2009), las violencias que se ejercen tanto en los espacios públicos como aquellas que tienen lugar de puertas adentro avasallan los cuerpos de las mujeres. El cuerpo de las mujeres es el territorio que está en juego, para ser ocupado, concebido como mercancía apropiable, percibido como disponible; pero también como categoría política, como lugar para ejercer los derechos y resistir las violencias: el cuerpo como resistencia (Falú, 2009).

En este sentido, si bien hay mucho trabajo que hacer desde un punto de vista social, hay algunas características físicas que pueden mejorar la percepción de los espacios (Col·lectiu Punt 6, 2011):

Espacios vitales.

Espacios en comunidad.

Espacios señalizados.

Espacios equipados.

Espacios visibles.

Espacios vigilados.

Es imprescindible tener un enfoque integral de la seguridad. Desde el urbanismo se ha trabajado muchas veces el tema de la seguridad, pero siempre muy relacionado con todo aquello que es considerado delito por el Código Penal; sin embargo, otro tipo de violencias como el acoso sexual que sufren muchas mujeres en el espacio público, o la violencia institucional no son tenidas en cuenta. Además, dentro la mayoría de los trabajos no se considera otro tipo de inseguridades como la que puede sentir una persona mayor al cruzar una calle cuando el semáforo se pone en rojo antes de que le dé tiempo a cruzar.

  1. La participación y la experiencia de las mujeres

La perspectiva de género interseccional aplicada al urbanismo solo puede enfocarse desde la experiencia y, por lo tanto, desde un análisis de escala próxima a la comunidad y al barrio que permita hacer una posterior lectura analítica interescalar (ciudad, región). La experiencia de un territorio solo puede recogerse mediante la participación activa de las personas que habitan una comunidad o barrio, ya que son ellas las máximas expertas en esos territorios y saben qué cosas necesitan en su día a día, cuáles existen y si funcionan o no. Además, es a estas personas a quienes afectará directamente la transformación (Col·lectiu Punt 6, 2019).

A partir de estos aprendizajes Col·lectiu Punt 6 apostamos por tres estrategias para cambiar las ciudades desde la base y más allá de las instituciones: desjerarquizar, despatriarcalizar y territorializar.

Desjerarquizar, poniendo en valor el conocimiento situado y encarnado que tienen las personas vecinas de sus territorios y quebrando las fronteras del urbanismo como disciplina hermética. Hay que romper con la jerarquía entre profesionales y personas vecinas, ya que son las personas que habitan un territorio las que tienen un mayor conocimiento de las dinámicas que se dan y de cuáles son sus necesidades, reconociendo también que estas necesidades son heterogéneas y cambiantes. En este sentido, también es fundamental restringir el poder de las instituciones y de los lobbies económicos en la toma de decisiones en la ciudad y que los temas de la agenda urbana no estén marcados por intereses partidistas o económicos, sino que se configuren a partir de las necesidades de las personas que habitan los territorios.

Despatriarcalizar el urbanismo, visibilizando el papel de las mujeres en la construcción de las ciudades, tanto en la práctica profesional como en las luchas sociales, ya que ambos han sido ámbitos muy masculinizados y han imperado las lógicas y dinámicas patriarcales. Para ello hay que incorporar las reivindicaciones feministas a las luchas y actuaciones urbanas de manera transversal, visibilizando a las mujeres y sujetos no normativos como agentes políticos protagonistas para la transformación social y valorando la reproducción social y la sostenibilidad de la vida.

Territorializar, integrando el factor espacial y territorial en las luchas feministas. Las diferencias entre contextos y escalas (la urbana-rural, la de centro-periferia) son imprescindibles para comprender los distintos fenómenos sociales y cómo se concretan en el espacio y todos los temas abordados desde el feminismo, la economía, la salud, el ecologismo, las violencias, tienen un componente territorial. Además, la misma lucha por el territorio tiene que ser una reivindicación transversal del feminismo.

El urbanismo feminista no es un tema ni un ámbito de conocimiento, es una mirada compleja hacia nuestros territorios que nos permite comprender cómo capitalismo y patriarcado interactúan generando desigualdades e injusticias en nuestros espacios cotidianos de vida. Pero el urbanismo feminista también nos proporciona criterios, estrategias y herramientas para hacer un cambio radical que ponga la vida de las personas en el centro. Porque es un mundo cada vez más urbano, es fundamental cambiar la ciudad para transformarlo todo.

Col-lectiu Punt 6 está formado por Blanca Valdivia, Sara Ortiz Escalante, Roser Casanovas, Adriana Ciocoletto y Marta Fonseca

Referencias

  • Brullet, Cristina (2010) Temps, cura i ciutadania. Corresponsabilitats privades i publiques. Barcelona: Programa Nous Usos Socials del Temps-Ajuntament de Barcelona.
  • Carrasco, Cristina; Borderías, Cristina, y Torns, Teresa (2011) “Introducción. El trabajo de cuidados: antecedentes históricos y debates actuales”. En Carrasco, Cristina; Borderías, Cristina, y Torns, Teresa (eds.) El trabajo de cuidados: historia, teoría y políticas. Madrid: Catarata. Recuperado el 13 de agosto de 2018 de: https://www.fuhem.
  • Col·lectiu Punt 6 (2011) “Construyendo entornos seguros desde la perspectiva de género”. En María Freixanet (coord.) “No surtis sola”. Espais públics segurs amb perspectiva de gènere. Barcelona: Institut de Ciències Polítiques i Socials, Universitat Autònoma de Barcelona.
  • (2019) Urbanismo Feminista. Por una transformación radical de nuestros espacios de vida. Barcelona: Virus.
  • Darke, Jane (1998) “La ciudad, espacio de propiedad patriarcal” En: Chris Booth (ed. lit.), Jane Darke (ed. lit.), Susan Yeandle (coord.) La vida de las mujeres en las ciudades: la ciudad, un espacio para el cambio. Madrid: Narcea (pp 122-126).
  • Del Valle, Teresa (2006) “Seguridad y convivencia: Hacia nuevas formas de transitar y de habitar”. En Urbanismo y género. Una visión necesaria para todos. Barcelona: Ed. Diputación de Barcelona.
  • Durán, Mª Ángeles (1998) La ciudad compartida. Conocimiento, afecto y uso. Madrid: Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España.
  • Falú, Ana (2009) “Violencia y discriminaciones en las ciudades”. En Falú, Ana (Ed.) Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos. Santiago de Chile: Red Mujer y Hábitat de América Latina y Ediciones Sur.
  • Fernández Moreno, Nuria (1995) “Una aproximación antropológica al origen de los espacios segregados”. En Bisquert Santiago, Adriana (ed.), Actas de curso: Urbanismo y mujer. Nuevas visiones del espacio público y privado, Málaga 1993-Toledo 1994. Madrid: Seminario permanente Ciudad y Mujer, 99-106.
  • Herrero, Yayo; González Reyes, María; Pascual, Marta; Gascó, Emma (2018) La vida en el centro. Voces y relatos ecofeministas. Madrid: Ecologistas en Acción.
  • Hill Collins, Patricia y Bilge, Sirma (2019) Interseccionalidad. Madrid: Morata.
  • Wekerle, Gerda R. y Whitzman, Carolyn (1995) Safe cities: Guidelines for planning, design and management. New York: Van Nostrand Reinhold.

 

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