Opinión: De sexo a género, un concepto construído

Opinión: De sexo a género, un concepto construído

por Iñaki Márkez, Psiquiatra y miembro de la Junta de Osalde

La liberación del cuerpo reprimido, posibilitaría la liberación de energías sexuales, la erotización de todo el cuerpo más allá de la genitalidad y la liberación de la sensualidad, insistiendo en llamar a erotizar la sociedad, por una liberación de la naturaleza, la recuperación de la fantasía y la imaginación, ahondando en la mayor expresión de la sensualidad y la rebeldía. Todo aquello que cristalizó en la revolución de mayo del 68, francés y en otros lugares, donde Herbert Marcuse fue, junto a otros nombres como Sartre y Marx, un referente fundamental. La esfera sexual está presente en la vida cotidiana, hoy y desde hace milenios. Esto implica la llamada erotización de la sociedad, más allá de la referencia marcusiana, pues hemos de asumir que la relación interpersonal entre hombres y mujeres no lo es en base a relaciones totalizadoras -de conjunto de la persona- sino sobre el carácter específicamente sexual de las mismas. La liberalización social no se ha visto acompañada de la deserotización, aún a sabiendas de tratarse de una imposible satisfacción plena.

Hace un siglo el movimiento feminista se orientó hacia lograr la igualdad a partir del reconocimiento de los derechos civiles. Pero si retrocedemos solo unas décadas, recordaremos que los movimientos contraculturales de los años 60 y 70, aquellos años de la llamada “revolución sexual”, algo muy alejado de la realidad si nos atenemos al significado semántico, si bien eran tiempos en los que en el espacio universitario se seguía a Wilhelm Reich y a Michel Foucault, como líderes que hablaban de revoluciones de la sexualidad en sus doctrinas, aunque fueran esencialmente masculinas. Después impactó Simone de Beauvoir, aquella ilustre escritora de “no se nace mujer, se llega a serlo”, pues el cuerpo tiene características específicas distintas, señalando que el sexo es biología pero que el género es cultura. Con El segundo sexo, uno de los libros que más han influido en el desarrollo del feminismo moderno, y con sus muchas obras que fueron una lectura obligada para los sectores progresistas durante varias décadas en la segunda mitad del siglo XX, siempre con las banderas de la igualdad de derechos de las mujeres, las relaciones sexuales, la despenalización del aborto, así como otras cuestiones políticas y sociales.

El feminismo más próximo, a partir de las décadas de los 70 y los 80, tuvo como señas de identidad, la reivindicación de la sexualidad en su diversidad, contemplando dos perspectivas, la necesidad de separar la actividad sexual de la reproducción y, así mismo, explorar y aumentar el conocimiento de la sexualidad de las mujeres y el derecho al placer sexual tras largo tiempo de pobreza sexual, represiones e inhibiciones de todo tipo, un territorio íntimo y silenciado. Sin olvidar otras situaciones de precariedad que favorecen la 2 desigualdad. Fueron años que, ahora tras los logros alcanzados, parecen inimaginables. Se exigía la legalización de los métodos anticonceptivos, prohibidos por el franquismo, y una larga lista de reivindicaciones asociadas a la formación social y a favorecer mejoras en el cuerpo de las mujeres: creación de centros de planificación, educación sexual en los centros de enseñanza y en los barrios, el derecho a la interrupción libre de embarazos no deseados, acceso a las nuevas técnicas de reproducción asistida, etc., etc. Había mucho por aprender por cuenta propia (Esteban, 2001), a través de las propias experiencias, con frecuencia con ausencia de comunicación verbal. Años en los que las mujeres más entregadas y reivindicativas participaron en muchos cursos, conferencias, talleres, congresos y actividades de calle, o elaboraron numerosos artículos, folletos y libros, siendo la sexualidad desde la óptica feminista el tema hegemónico, en ocasiones con la denuncia de la heterosexualidad obligatoria hasta la rotura de esa norma, defendiendo el lesbianismo como una opción, igualmente legítima.

Entonces había que buscar, como hoy día, el lugar adecuado para la dependencia, que ata o autoafirma, y genera la autonomía en ese amplio camino de gratificaciones afectivas y vitales. Saltando por encima de la errónea identificación de sexo y género que equipara macho/masculino y hembra/femenino con sus códigos de conducta respectivos, inmerso todo ello en una ideología dominante donde el sexismo (crear identidades diferenciadas con pautas de comportamiento y roles sociales y sexuales específicos) y el machismo (establecer una jerarquía en esas identidades, comportamientos y roles, sobrevalorando la identidad masculina sobre el resto) forman parte del ideario en porcentajes muy elevados de la ciudadanía. Y donde aún perdura una masculinidad hegemónica (demostraciones de fuerza, virilidad, sin expresiones de debilidad, dolor, llanto o vulnerabilidad) junto a una feminidad hegemónica (identificación con los cuidados, respeto, sensibilidad, expresión de debilidad y vulnerabilidad) en muchos ámbitos cotidianos.

¿Qué decimos sobre sexo y género?

El sexo nos diferencia en función de características biológicas, anatómicas y fisiológicas de nuestros cuerpos inmersos en nuestra cultura y con sus significantes, y que diferencian a las personas según sus variadas dimensiones (órganos genitales, características sexuales, hormonas, cromosomas…) lo que nos lleva a la imposible determinación de un criterio fiable del “sexo verdadero”. Serán hembras, intersexuales o machos, una distinción que es en realidad un resultado cultural.

El género, en cambio, como concepto construido socialmente, ha ido cambiando con el paso de los tiempos, según unas u otras culturas y según quienes sean quienes observan o valoran situaciones y comportamientos de diferentes sectores sociales. El término género viene del latín genus y se refiere al género gramatical, muy vinculado con el lenguaje; el término anglonormando gender está asociado a los determinantes socioculturales de los roles masculino o femenino. Los biologicistas, en su discurso, consideran inmodificables las diferencias entre hombres y mujeres, de ahí aquello de que “los hombres son más agresivos por naturaleza y tienen tendencia a dominar. Por eso el patriarcado es la traslación de las capacidades de hombres y 3 mujeres en el nivel social”, una explicación que lleva a no reconocer nuestra responsabilidad en el mantenimiento de las diferencias y desigualdades entre las personas, atribuyéndolo a la biología de cada cual. Pero ¡ojo! hemos de evitar el reduccionismo de que sexo es lo natural y biológico mientras género es lo social y cultural. En esta sociedad sexista se nos clasifica como hombre o mujer según los caracteres sexuales, como algo unívoco, cuando en realidad estamos situados en una amplia estructura desigual donde lo masculino está más y mejor valorado en los diferentes ámbitos de la vida, sean los lugares de poder (económico, político, institucional, cultural, etc.), en el espacio laboral con la desigual división sexual del trabajo, en los momentos y espacios de ocio e interrelación social, o en la propia relación sexual que tampoco es igualitaria, ni siquiera en sus concepciones. Desigualdades que son la base de la incomunicación y las violencias entre las personas y también de la violencia de género.

El género designa los roles asignados en su socialización a las personas en función de su sexo y es quien dice como se han de leer nuestros cuerpos. Sexo y género siguen siendo confundidos en unas sociedades sexistas donde la bipolaridad de sexos y géneros está presente. Hombres y mujeres son clasificados como categorías fijas, mientras los roles masculinos y femeninos son la representación de un modelo binario, ficticio hay que decir, donde el peso de lo biológico y cultural de los varones sesga y quiebra la práctica social. Un modelo que, por otro lado, no llena las expectativas de todos sus miembros, ni tan siquiera reconoce a sectores importantes de esa sociedad donde acontece la construcción social de la sexualidad. Como también acontecen el ocio y el trabajo, las artes y las relaciones interpersonales, el avance científico, la cultura, la política, la economía y las ciencias sociales. O, dicho de otro modo, todo el acontecer de las personas.

Ante las desigualdades ya existentes en muchas áreas (economía, política, medio ambiente, cultura, relaciones sociales, etc.) habrá que ver por donde realizar rupturas en los idearios y comportamientos dominantes en torno a las sexualidades diversas, convertidas muchas de ellas en desigualdades sexuales.

Tenemos que aprender a reflexionar, a dudar, a hacernos preguntas sobre esos discursos tan cerrados y rimbombantes que oímos en ocasiones, que nadie quiere creer mientras nadie quiere que se vean cuestionados. Así iremos aprendiendo. Hablar, reflexionar sobre el cuerpo y la sexualidad es lo que tiene, que es difícil aceptar cuadraturas del círculo en cuestiones tan cambiantes con el conocimiento y el creciente debate. Cuerpos diversos y sexualidades diversas que precisan de caminos diversos. Y en ellos, más diálogo porque no existe un discurso, como tampoco existe un cuerpo determinado ni un comportamiento sexual uniformizado, ni conformidad de género pues las disidencias son muchas y de ellas seguimos aprendiendo y aumentando el conocimiento sobre el deseado empoderamiento.

El género nos desvela la discriminación hacia las mujeres y también la discriminación hacia quienes adoptan formas, sentimientos, deseos o comportamientos del género no asignado, especialmente si se trata de formas, 4 sentimientos, deseos y comportamientos ‘femeninos’. El patriarcado sustenta las relaciones de poder entre mujeres y hombres, así como las relaciones de poder entre las sexualidades normativas y las no normativas, esas existentes entre personas del mismo sexo, fuera de la pareja, etc. Y es que, si desde la comprensión del género como construcción social hemos cuestionado las masculinidades y las feminidades aprendidas para reconstruirlas, desde la comprensión del sexo como construcción social podemos entender y deconstruir las identidades sexuales aprendidas.

La incorporación de la perspectiva de género en la atención a la salud, exige una relectura del conocimiento que facilite identificar, analizar y documentar esas desigualdades de género. La meta es lograr la transformación social necesaria para vivir en el mejor estado de salud y bienestar posible. Con equidad de género que en Salud Pública significa lograr la ausencia de diferencias evitables e injustas entre las personas. El género como categoría de análisis es asumido como determinante de salud. Debiera serlo en clave de diversidad tanto en la sexualidad como en un género no binario que trascienda unas categorías tan limitantes, para tantas personas, de hombre / mujer.

 

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