Malestares de la vida cotidiana en situaciones de crisis por el coronavirus

Malestares de la vida cotidiana en situaciones de crisis por el coronavirus

Fuente: Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria ‘Marie Langer’   Diversas autoras en blogs de Publico.es 

El individualismo contra las cuerdas

Mirtha Cucco Autora de la Metodología ProCC. Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria ‘Marie Langer’.

Ante el impacto de la dura realidad de enfrentar una pandemia se generan sentimientos inevitables propios de tan inédito proceso: miedo y sensación de peligro; incertidumbres frente a los cambios permanentes; impotencia al no poder medir consecuencias; desconcierto por informaciones ciertas que se entrelazan con falsas noticias.

Esto es así como parte de un proceso que hay que transitar. Y son de agradecer las informaciones sobre el virus y las medidas a tener en cuenta, las orientaciones para los difíciles momentos de pérdida de seres queridos, los cientos de consejos de rutinas necesarias para mantener la calma en el confinamiento, los links a películas y otros entretenimientos, los videos para mantenerse en forma.

Pero… aquí se pone en juego algo más profundo que se da por sentado y sobre lo que es importante reflexionar.

Se pone en juego la confianza en los y las demás; queda muy visible lo que en otros casos se soslaya, que es la interdependencia entre los seres humanos. Se pone en juego el bien común desde la responsabilidad colectiva, la cooperación, el abrazo social. Se requiere que seamos protagonistas activos en decisiones y acciones. Y podríamos decir que, en todo esto, la pandemia nos encuentra, como sociedad, un tanto «desnutridos» y urge fortalecernos.

En el sistema social en el que vivimos se plantea el progreso individual como fruto del desarrollo de un ser aislado, ajeno a las necesidades comunes. Sin embargo, se promueve su dependencia «natural» del mercado, cuya lógica impiadosa de acumulación, cargada de «recortes», no sirve para cuidar nuestras vidas. La contracara, que se hace más evidente en situaciones como esta es la soledad y los sentimientos de indefensión.

Una de las máximas del individualismo es que la felicidad consiste en «maximizar mi placer y minimizar mi dolor». Engañosamente parece adecuado, pero… ¿qué pasa si, en un momento de restricciones en el uso del agua, alguien llena su piscina y dice estar en su derecho, mientras una parte importante de la población, en el marco de las desigualdades, enferma de diarreas por falta de agua?

Algo parecido a cuando alguien se siente con derecho a dar un pequeño paseo, como si a nadir más se le pudiese ocurrir, pero ¿qué sucede si todo el barrio sale a pasear? Sencillamente se rompen los fines del confinamiento y perdemos todas y todos.

También lo podemos observar cuando se saltan las medidas de evitar desplazamientos: «había un control policial, pero busqué un camino secundario y conseguí llegar al pueblo»; o cuando se busca la rentabilidad individual vendiendo geles y mascarillas y tantas cosas más a precios exorbitantes. Esto, por poner ejemplos a pequeña escala.

Y lo peor es que solo reprochamos conductas individuales del vecino o vecina, sin reparar en que es un problema social.

Siendo individual es social, porque el sistema en que vivimos, en el marco del neoliberalismo, incide y hace «recortes» en aspectos de nuestra propia subjetividad. Se construyen vínculos más frágiles que nunca. La autoestima se juega en los «me gusta». Se nos empuja a ser seres «conectados-desconectados». Se exacerba la omnipotencia, se nos expropia la idea de proceso con la inmediatez del «todo ya». Una vulnerabilidad no consciente nos apega a nosotros mismos y se nos debilita el vínculo con el semejante. Esto nos hace más indefensos y es importante trabajarlo.

Ello implica desandar el individualismo, recuperar el lazo social como seres sociales que somos, no solo para enfrentar la pandemia, sino para recuperar humanidad. En el hacer con los demás está la fuerza del estar bien, del bien-estar.

Ese desandar no es tarea fácil. Podemos empezar por algo muy a nuestro alcance.

Vamos a recuperar autonomía. La fragilidad está en la dependencia que niega nuestras capacidades. Sin darnos cuenta hemos ido regalando nuestra capacidad de decidir, porque el mercado decide por nosotros y nosotras.

Sintámonos parte. No nos quedemos en la falsa sensación de «alivio» cuando decimos: «se tomarán medidas», «a ver los de arriba qué deciden». Rompamos la fantasía de que un criterio a tomar está ya construido en algún lugar. Cada persona contribuye a crear los criterios en un proceso y desde los saberes de cada una.

Filtremos la información. No nos quedemos sin ella por saturación, esto sería una forma de anularnos.

Entendamos las medidas. Asumirlas desde la comprensión hace que su cumplimiento no sea una sumisión obediente y «ajena», que nos hace sentir pasivos en el afrontamiento de la realidad. No es lo mismo decir: «a ver cuándo nos dejan salir» que «a ver cuándo podemos salir».

Trabajemos en la educación de niños y niñas. La sobreprotección, la paridad y la dejación del lugar adulto solamente generan dependencia. Contribuyamos a desarrollar autonomía.

Es con otros y otras con quienes nos salvamos. La verdadera fortaleza está cuando pensamos nuestras necesidades en colectivo y nos ponemos manos a la obra.

Yo ya no veo la tele

Inés Barbero, Rocío Tapiador y Susana Martínez,  Especialistas en Metodología ProCC. Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria ‘Marie Langer

Un móvil que no deja de sonar, una información que circula compulsivamente, consejos incesantes para sobrellevar los rigores del confinamiento, van dando lugar, días después, a noticias dolorosas sobre muertes sin acompañamiento familiar, abucheos desde los balcones, cómo abordar la necesidad de niños y niñas, preocupación sobre el futuro… Asistimos a un escenario de desbordamiento: «yo ya no veo la tele»; desorientación: «¿y este otro aplauso para quién es?», propuestas de evasión: «ocupa tu mente, escucha música, lee un libro, haz ejercicio».

Muchas preguntas quedan en el aire, obturadas, sin poder ser pensadas; no hay espacio para tanto dato, la información no se puede procesar. ¿Qué nos supone no poder salir de casa?, ¿cómo nos afecta esta situación de emergencia sanitaria?, ¿qué nos pasa con el trabajo asalariado y los cuidados?, ¿cómo lograr esa calma y serenidad que tanto se reclama ahora, frente a la complejidad de lo que estamos viviendo?

Algunas consideraciones a compartir.

¿Qué pasa cuando no están los otros y las otras?

La situación y su relato sacuden hábitos y formas de vida. También inciden internamente y esto necesita ser identificado, hablado, puesto en palabras.

La etimología de la palabra comunicación nos remite a la idea de poner en común, lo que implica un otro u otra, un ir y un volver, un salir de sí mismo, subrayando la importancia de tener en cuenta al interlocutor o interlocutora de esta ecuación, tan a menudo invisibilizada de la comunicación humana saludable.

La información genera emociones y las emociones son también información sobre quien habla y sobre quien escucha. Sin embargo, en la cotidianidad, muchas veces la información no se emite pensando ni en la necesidad de quien la recibe, ni en las consecuencias que tiene sobre las personas. Se emite de manera unidireccional. A menudo se limita a generar un clicaumentar el número de visitas, o como un escape a la tensión individual. Más que interrelación es inter-reacción. Se echa de menos la escucha y las preguntas «¿cómo lo llevas?, ¿cómo te sientes?», sin saltar a dar consejos, obviando las preguntas y las respuestas.

El niño o la niña dice: «tengo miedo», y el adulto le contesta: «no tienes que tener miedo»; los y las profesionales se reúnen telemáticamente, y de forma resolutiva toman decisiones sin expresar sus sentires, como si no pasara nada; los y las políticas se dirigen a la población sin contención de lo que su información genera.

¿Elaborar? ¿Eso qué es?

«¡Hay que ver! la vecina salió a comprar tres veces hoy».

«Se prestan perros para pasear, a 100 €».

«Dos semanas en familia, ¡qué bien! Pero…».

«Estoy agotada…, pero tienes que aguantarte, es tu profesión».

Elaborar lo que está pasando hoy conlleva poder encontrar un sentido a lo vivido, es como un proceso de «digestión», de «metabolización» que se activa a partir de las palabras, de la comunicación entre personas. Es trabajar internamente para evitar respuestas reactivas, impulsivas o automáticas que no satisfacen las necesidades.

Este proceso implica abrir un espacio intermedio entre lo vivido, lo escuchado y la respuesta a lo vivido. Se trata de escuchar, identificarse con el dolor del otro o la otra, validar todos los sentimientos sin censura, poder sostener lo que esto provoca, aguantar la propia movilización, tolerar el tiempo del llanto, la queja, la rabia, sin apresurar respuesta. Luego vendrán elementos para la comprensión. Es importante no abrir aquello que no se puede contener. Por ejemplo, hoy podemos elaborar informaciones que desbordaban al principio de la cuarentena. Conviene tener esto en cuenta para la contención en la comunicación del día a día, cuando preguntamos a alguien cómo está, cuando alguien pide ayuda o consuelo, cuando se recibe una información.

En esta situación de catástrofe social es necesario escuchar lo que la gente tiene que decir, cómo recibe la información, cómo la decodifica y digiere. Conseguir calma será resultado de un proceso, no es una cuestión voluntarista.

La confianza que genera elaborar la realidad juntos y juntas es fuerza y potencia para enfrentar los desafíos de estos duros momentos.

 

Dolores y sentires sanitarios. Acompañando…

Elena Aguiló Pastrana Médica de familia y comunidad. Especialista en Metodología ProCC

… Es como que te pones rápidamente en acción, aprendiéndote los protocolos y tal… Pero hay un montón de cosas que tienes ahí por dentro, como atragantadas, y te sale como enfado, o mucha tristeza…, de esto no se habla, o se explota… Pero haría falta…».

Es clara la necesidad de los equipos de protección, pero ¿qué pasa con la protección emocional? Ya están surgiendo iniciativas y preocupaciones por la salud mental de los trabajadores y trabajadoras de la salud. Jornadas extenuantes, estrés sostenido frente a situaciones cambiantes, gran exigencia en la toma de decisiones difíciles e implicación en el dolor de las personas, repercuten sin duda en la estabilidad emocional.

Estabilidad tanto más necesaria para enfrentar lo que hoy se está nombrando como una «medicina de guerra». Ello, en el marco de la contradicción interna entre el sentirse mal y lo asignado socialmente de vocación y entrega.

En estos momentos, los y las trabajadoras del sistema sanitario son el rompeolas del afrontamiento social de esta pandemia.

Primero fue la sorpresa; después la incertidumbre al ver «lo rápido que cambian las cosas» y estar esperando «a ver qué dicen los de arriba». Enseguida se toma conciencia de la gravedad. Se comprende que hay que cambiar la organización, los procedimientos y las prioridades de los equipos y centros sanitarios; se visualiza que se afronta un número altísimo de personas contagiadas, de pacientes enfermos en sus casas, de ingresos hospitalarios, de pacientes críticos, de bajas de profesionales, de fallecidos…

Se comprende que ya no se puede hacer «la misma medicina», ni seguir prestando la misma atención sanitaria, cuyas rutinas daban seguridad y percepción de eficacia, tanto a profesionales como a pacientes. Tener que prestar una asistencia sanitaria propia de una catástrofe, con recursos limitados de forma extrema, golpea las certidumbres en que se asienta la estima profesional.

También afecta a múltiples trabajadores y trabajadoras que realizan tareas auxiliares, sanitarias y no sanitarias Celadoras, limpiadores, personal técnico de diversa especificidad, tienen un contacto íntimo con la actividad y los pacientes, e indudablemente les llegan también sus dolores. La angustia se alimenta de conversaciones pilladas al vuelo, y discurre por canales informales y rumores con muy alto estrés emocional.

No estamos acostumbrados a esto. Nadie lo está.

El personal sanitario es un recurso humano cualificado y entrenado para afrontar incertidumbres y tensiones en su hacer profesional, pero es humano y le pasan cosas.

«Verlos ingresados allí, todo tubos, nosotros vestidos, y tener que pasarles el teléfono para que se pudieran despedir del familiar…».

«Se cierra el Centro de Salud, pero ¿quién seguirá haciendo todo lo que veníamos haciendo aquí? Yo no lo veo…».

«Tengo un amigo neumólogo del hospital… ingresado en la UCI… Y aquí, en el centro ya se han contagiado más de la mitad de las compañeras, menos mal que todas leves… No quieres ni pensarlo…».

«Esto es agotador. Quién sabe lo que durará todavía… Me gusta mi trabajo, pero estoy agotada física y emocionalmente. Tienes que aguantarte… es tu profesión…».

Las necesidades de la esfera emocional suelen quedar más invisibilizadas y es necesario darles entidad. Apenas hay canales de contención y elaboración. Es importante contar con algunos recursos.

El proceso de duelo es el mecanismo psicológico que permite al ser humano adaptarse al cambio. Implica una primera fase de incredulidad y negación; posteriormente se vivencia una tormenta de sentimientos, intensos, cambiantes y contradictorios que no deben interpretarse como defectos o debilidades personales. De hecho, identificarlos es absolutamente necesario para alcanzar la fase siguiente, de reorganización.

Es fundamental contar con el conocimiento de este proceso para identificar cada uno de estos tres momentos anímicos, y operar con ellos, legalizando y canalizando las emociones. No es lo mismo avalar la negación que ayudar a percibir la realidad. No es lo mismo tomar como negativos un cúmulo de sentimientos contradictorios promoviendo su silenciamiento, que ayudar a su expresión no catártica como algo necesario. No es lo mismo la resignación que la reorganización aceptando la nueva situación.

La urgencia con que se trabaja hoy no permite parar, sin embargo, es necesario ir encontrando espacios de contención emocional, «momentitos» y personas que proporcionen escucha para elaborar y no tragar lo que se vive. Es preciso no guardarlo para sí, silenciándolo, ni tampoco sacarlo en forma de catarsis. Es una medida básica de autocuidado en trabajos y situaciones de alto impacto emocional, que permite aligerar la carga sin negar ni disociar. Solo así se puede integrar la entrega y el compromiso profesional con los sentires propios de la catástrofe que socialmente compartimos.

Comprender el mecanismo de los procesos de elaboración, percibir los propios duelos y entender la dimensión social del duelo en una situación de catástrofe, facilita la distancia operativa, herramienta imprescindible para una intervención eficaz que, a su vez, protege la salud mental de los trabajadores.

Comunidad, participación y responsabilidad colectiva, claves necesarias para avanzar.

El torbellino adolescente en confinamiento, por Ana Sáenz Berbejillo

Estos días vivimos una realidad atravesada por el dolor, la tragedia y los mayores niveles de incertidumbre. Cuesta poner la mirada en aspectos cotidianos, como son algunas cuestiones de la convivencia con adolescentes, en tiempos de «quedarse en casa». Sin embargo, son temas que también preocupan y requieren de nuestra reflexión.

Al inicio del confinamiento, algunas madres y padres pensaron que podría ser la ocasión para compartir más con sus hijos e hijas adolescentes; otros se llevaron las manos a la cabeza, imaginando largas discusiones absurdas o, simplemente, el mutismo por respuesta.

¿Convivencia con adolescentes en el confinamiento? Igual, igual… o sea, poca«.
«¿Cómo lo llevamos? A punto de explotar».
«Pensé que no soportaría todo el día con mi madre, pero seguimos vivos«.
«Esto tiene su parte buena, mis hijos en casa, sin posibilidad de escape».

Un pequeño análisis sobre esta etapa de la vida, tan vilipendiada como idealizada, puede ayudarnos a evitar algunos malestares cotidianos con adolescentes, que se daban antes del encierro forzoso y que pueden darse exacerbados estos días.

Existe la idea bastante generalizada en nuestra sociedad de que la adolescencia es una mala edad, algo así como un sarampión que hay que pasar y aguantar. Al haber malestares en la mayoría de las familias, se normalizan como algo inevitable, cuando en realidad muchos de ellos son consecuencia del modelo hegemónico de familia. Este conlleva pautas de crianza encaminadas a generar más dependencia que autonomía y un desconocimiento de lo que significa esta etapa. La adolescencia no es una mala edad. Es un tiempo en el que ocurren procesos cruciales en la vida de una persona implicando cambios importantes en la dinámica familiar.

«¡Están insoportables!… ¡y ahora todo el día en casa!».
«No me cuenta nada. Parece que todo lo que le digo le molesta».

El despertar bullicioso de las hormonas sexuales en la pubertad anuncia, nada más y nada menos, que la adquisición de la capacidad de procrear y la habilitación de la sexualidad genital. Esto marca un cambio importante en la relación con adultas primordiales que acompañaron y guiaron los años de la infancia. Desde el modelo hegemónico de madre y padre, centrado en la vida de los hijos e hijas, cuesta despedirse del niño y la niña que fueron, aceptar que no controlan como antes y asumir el nuevo lugar, necesario por ambas partes. Es importante elaborar estos cambios, hacer el duelo de lo que ya no es y sostener los temores frente a lo adolescente. Así mismo, es imprescindible que los adultos centren la mirada en sus propios proyectos vitales.

«Solo lo veo en las comidas. No sale de su habitación-búnker».

A partir de la pubertad, SALIR del «adentro» familiar es toda una asignatura, tan importante como las matemáticas. Nuevos vínculos significativos, nuevos espacios donde aprender a tomar decisiones, a estar con otros/otras, «ligar», esbozar proyectos, entre otras cosas. De alguna manera, durante el confinamiento, ese «afuera» tan necesario en esta etapa, es esa habitación «búnker». Si se comprende esta necesidad, se evitarán reproches, se facilitará una mejor convivencia, el y la adolescente se sentirán comprendidos, y será también más fácil la puesta de límites necesaria en esta edad.

«Ahora sí, en el confinamiento, ¡deseando sacar la basura!«.

Compartir las necesidades del cuidado familiar es algo que se va construyendo desde la primera infancia. Pero este sistema social favorece generalmente que los adultos primordiales asuman las tareas domésticas y de cuidados, sobreprotegiendo y dificultando la autonomía y protagonismo de hijos e hijas. Paralelamente se reclaman «responsabilidades». Esto puede exacerbarse en la situación de confinamiento. Entender que hay que salir de la sobreprotección y la dependencia facilitará la comunicación y la posibilidad de compartir cuidados.

«No lo llevo mal, tengo suerte, mi hija me lo cuenta todo, somos muy amigas«.

Huyendo de modelos familiares autoritarios, muchas veces se da un lugar al adolescente que no corresponde, cayendo en situaciones de paridad que confunden y dificultan el crecimiento saludable. En ocasiones se plantean largas negociaciones cuando no se tienen claras cuáles son las necesidades en juego. Las y los adolescentes necesitan el lugar adulto como contención y referencia.

Las actuales condiciones de aislamiento implican grandes desafíos para toda la familia. No nos exijamos más de lo que era posible antes del aislamiento. Intentemos tener calma, sostener el lugar adulto y aprovechar las oportunidades que nos brinden las circunstancias para ir construyendo camino hacia la autonomía, en ambas partes del vínculo.

La dura experiencia de vivir una pandemia, por Elena Agulló, Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria «Marie Langer»

Solo ha pasado poco más de una semana desde que anunciaron el cierre de los colegios en distintos puntos del país, y en estos pocos días parece que hubiera pasado un siglo. Nuestra vida cotidiana ha cambiado por completo, nuestras rutinas y modos de vida se han desbaratado, el dolor entra por nuestras TV y teléfonos, contamos los días de aislamiento, tratamos de saber, comprender y adaptarnos. Nos enfrentamos a una pandemia, algo impensable para cualquiera.

El confinamiento en un principio pudo parecer una medida exagerada, «no me lo creo», «se están pasando», «no es para tanto» … Pero el número de casos e ingresos iba creciendo. Cuantos más contactos, más contagios. Pronto nos dimos cuenta de la necesidad de la medida para evitar la saturación de los hospitales. Ya estábamos inmersos en una crisis.

Una crisis de salud pública no es sólo el problema concreto de salud. Implica muchas otras cosas, entre ellas la emergencia social, cuyos efectos se encuentran muchas veces invisibilizados.

La sanidad pública, muy castigada por los recortes en los últimos años, tiene que adaptar su funcionamiento a las nuevas circunstancias. Las decisiones de organización del sistema sanitario han de tomarse en el marco de una crisis, lo que implica una gran incertidumbre ante un devenir poco previsible, y sin que pueda contarse con todos los datos ni recursos que se necesitan. A su vez, la situación de grave peligro, de sentirnos en riesgo, nos impulsa a pedir soluciones mágicas.

Nos van pasando cosas, vamos enfrentando muchas situaciones en el día a día, sentimos miedo, inseguridad. Incertidumbre. Nos preguntamos ¿Cómo saldremos adelante?

Es necesario contar con espacios de reflexión sobre estas cuestiones para afrontar de forma comunitaria esta crisis. Pensar en la vida cotidiana de las familias, de los equipos profesionales, de forma particular de los y las sanitarias y de las personas que tienen que trabajar en condiciones muy difíciles. Reflexionar también sobre las implicaciones emocionales que todo esto conlleva y sobre nuestro lugar de responsabilidad en la comunidad.

Los profesionales de la salud sienten malestares. En estos momentos pueden sentir confusión y vivenciar intensas emociones, miedos, frustración, ira, ansiedad, tristeza. Emociones que tienen que disponer de canales de reconocimiento y elaboración para poder continuar con una tarea que requiere serenidad para actuar.

En lo cotidiano también se vivencian malestares «los niños/as no paran», «tan pronto estoy triste, como me cabreo», «no me aguanto», «todos tenemos los nervios a flor de piel» «¿cuánto queda para salir?», «el listillo del perro baja ocho veces al día», me enfada que la vecina salga a comprar a diario cuando yo como de congelados para salir una vez por semana…». Este conjunto de malestares que afloran a cada paso de nuestra vida cotidiana no se analiza ni se cuestionan, es como que «las cosas son así», es cuestión de aguantar, se traducen en quejas, ansiedad.

La crisis que vivimos pone más al descubierto dichos malestares. Estos se relacionan con la crianza, los límites, los vínculos en tiempos de febril velocidad. El parar hace que todo aflore con más virulencia.

Frente a ello se reciben mensajes con un mandato idealizado, que los ocultan más: «aprovecha el estar en familia», «ahora tienes tiempo», «tienes que ser fuerte»; como si fuese fácil. Hay que dar espacio a la expresión y elaboración de lo que se siente.

Sin embargo, la expresión y gestión emocional se encuentra dificultada. Socialmente no se consideran los procesos de duelo ante los cambios. La inmediatez, la prisa y la negación juegan en contra. Se exige tener siempre un pensamiento positivo.

Ahora hay que atender lo más urgente y es importante tener tolerancia; ya habrá tiempo de trabajar otras cuestiones cotidianas. De todas maneras, en próximas entregas intentaremos centrar algunos criterios que puedan ayudar en este sentido.

La crisis del coronavirus nos desvela que las lógicas de mercado descuidan las necesidades humanas. Sin embargo, la solidaridad, lo comunitario, el cuidar lo colectivo, el reconstruir el tejido social, requiere de laboriosos esfuerzos. Hacerlo es tarea necesaria y urgente. Nadie puede atender sus necesidades, ni cuidarse o salvarse solo o sola.

Elaborar lo que está pasando. Aurora Chía Trigos. Especialista en Metodología ProCC. Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria Marie Langer.

«No duermo desde que nos enteramos que nos iban a mandar al IFEMA. Todos tenemos mucha ansiedad con dejar el Centro de Salud y vernos de un día para otro trabajando allí. Yo, la verdad, tengo temores».

«Tener que decir a una persona que no se puede despedir del familiar que acaba de morir, y contenerla cuando tú estás que no puedes más».

«Los entierros son en soledad. Es muy duro…».

«Lo único que sigue igual: el sol que sale y se pone todos los días…».

«Esto parece una peli», «estoy como en una nebulosa», «la intranquilidad es un peso que abruma».

¿Qué pasa con todas estas cosas que se expresan en la cotidianidad y que no son recogidas por demanda alguna, porque pasan a engrosar aquellos malestares que se sufren, pero que no se analizan ni cuestionan, porque se consideran normales?

Estamos viviendo una realidad excepcional para todos y todas. Nos cuesta salir del impacto emocional que supone. Tenemos las energías puestas en los cambios que se suceden y que, a su vez, se modifican por momentos. Todo esto nos requiere cierta lucidez para intentar comprender y actuar.

La situación exige un proceso de adaptación. Pero ¿cómo hacerlo? Frente a tanto dolor sin abrazos, con palabras que no alcanzan, se hace muy difícil tramitar las angustias personales, familiares, colectivas. Encontramos padres y madres desorientados e intentando reubicarse y, a veces, sin elementos para explicar a sus niños y niñas por qué no se puede salir. Les es difícil decir que no se puede salir a quien está en edad de salir o al anciano que se empeña en ir a la plaza, donde se encuentra cada día con sus amigos. Aparece un punto de pseudo-transgresión e irreverencia ¿y hasta dónde esto obtura el poder pensar la situación?: «Yo aquí no me quedo, me voy al pueblo, pero ya». Se suma a la dificultad tanto el desconocimiento como el exceso de información que generan más inseguridad, miedo y bloqueosLa incertidumbre económica, las prisas y las urgencias complican cualquier proceso de elaboración.

Pero pongamos nombres. ¿Qué es una emergencia social?

Las situaciones de emergencia social suponen alteración de normas y de marcos de referencia de las relaciones sociales; perturban la vida cotidiana, sus ritmos; generan situaciones de amenaza que provocan alto grado de incertidumbre y sentimientos de indefensión.

Al psiquismo le corresponde realizar un trabajo penoso de elaboración, que es lento, paulatino, y cargado de dudas y ambivalencias. Hablamos de proceso y tiempo. Hablamos de elaborar duelos, que es el proceso de transformación que permite al ser humano la adaptación al cambio.

El proceso de duelo es un trabajo interno con diferentes fases. Al principio haciendo intentos desesperados de negar lo que pasa y esperar que todo vuelva a ser como antes. Un segundo momento es el de la depresión o desorganización, con sentimientos muy encontrados. Implica pérdida de fines en el mundo externo, con vivencias de desorientación y apatía. Pero este momento cumple una función adaptativa necesaria para pasar a la tercera fase, la de reorganización.

En esta situación de emergencia social nos parece de suma importancia la comprensión del duelo como un hecho social.

Sin embargo, en nuestra sociedad hay desconocimiento y negación de los mecanismos del duelo. Todo lo que duele es fácil evitarlo, taparlo: «no queremos penas», «hay que mirar lo positivo», «venga, hay que tirar adelante…». Frente a un dolor interno, evitamos compartirlo por la idea de no entristecer a seres queridos. Cuántas veces, en la consulta, médicos y médicas escuchan: «no le he dicho nada a mi hija por no preocuparla…».

Este desconocimiento nos deja un tanto inermes frente al dolor intenso. Igual que nos faltaron mascarillas, nos falta el escudo protector de algunos recursos de un psiquismo más saludable. Nos falta fortalecer la capacidad de cooperar para enfrentar la nueva realidad.

Tengamos en cuenta que:

  • Todo cambio conlleva pérdida y reorganización, pero lo primero es que duele.
  • Para sostener este proceso es fundamental el reconocimiento de lo que está pasando.
  • Se congregan sentimientos diversos y a veces contradictorios.
  • Surgen sentires y vivencias dolorosas que necesitan ser expresadas, escuchadas, contenidas, evitando tanto la catarsis como el silenciamiento.
  • Esta elaboración y reparación sólo puede hacerse con otros; somos seres sociales y esa es la fuente de nuestra esencia y nuestra esperanza.
  • Es necesaria una elaboración social que repercutirá significativamente en la salud mental comunitaria.

Estamos ante una epidemia. Implica una situación de emergencia social. Requiere de una participación social activa que sirva de soporte para la elaboración personal y social.

 

“Confinamiento, dulce confinamiento” Francisca Romero Baena, Enfermera . Centro de Desarrollo de Salud Comunitaria «Marie Langer»

Ya llevamos dos semanas desde el fatídico día en el que, casi de la noche a la mañana, comenzó el «encierro» de las familias en sus viviendas, sabemos que por el Bien Común. Y continuó así la vida, cual representación de la obra de teatro: «La vida cotidiana de la familia en el neoliberalismo». Pero ahora, con todos los personajes en un solo escenario y sin intermedio, en un único acto interminable.

Quedarse en casa la familia, confinada durante días, puede ser un desafío donde se juegan la salud y el bienestar. Madres y padres enfrentan esta nueva cotidianidad preguntándose: ¿Seremos capaces de convivir en estas circunstancias sin tirarnos los trastos a la cabeza? Se

«No se puede estar tanto tiempo en casa con niños, es imposible. No aguantas».

Muchos de los malestares que se manifiestan estos días de reclusión están relacionados con problemáticas anteriores no resueltas, que trascienden a cada familia en particular, porque son inherentes al sistema social en que vivimos.

Antes de que el mundo se pusiera patas arriba, la convivencia familiar ya mostraba muchos malestares cotidianos que, naturalizados, se vivían con resignación, asumiéndolos como «lo que toca cuando tienes hijos». Esto es fruto, entre otras causas, del modelo de familia hegemónico del sistema capitalista. Los roles de género y los de madre y padre que de ellos se derivan, junto con los mensajes predominantes del neoliberalismo actual, dificultan construir una convivencia armónica y un crecimiento saludable. Sin embargo, en nuestras manos está cambiar el guion.

«Sé que hay que tener paciencia y todo eso, pero esto es realmente complicado».

Hoy se multiplican los mensajes, siempre bienintencionados, sobre pautas y criterios para la crianza: mantener horarios y rutinas, cuidar higiene, jugar juntos, hacer manualidades, leer, cocinar, gestionar emociones… Pero ¿cómo ponerlos en práctica? Será necesario tener en cuenta algunas cuestiones sobre el crecer saludable para no caer en la impotencia.

Entendemos el crecer como un camino de sucesivos desprendimientos hacia la autonomía. Este proceso siempre implica ambivalencias y contradicciones a resolver: «Qué alegría, ya voy a la escuela; qué penita que me despido de mi papá». «Qué bien, mi hija va de colonias; qué penita… ¿la cuidarán bien?». Siempre hay algo que se deja, por algo nuevo que se conquista, esto significa que hay una despedida o duelo a elaborar. Nuestra tarea desde el lugar adulto, es favorecer ese proceso, sosteniendo con firmeza el límite, que le dará seguridad: «Es normal que sientas pena, se te irá pasando, ahí estás bien cuidada». Implica procesar también la parte del duelo de la figura adulta.

En la práctica no es fácil. El sistema social en que vivimos dificulta este proceso, ya que, desde un modelo de sobreprotección y dependencia, se niega el dolor, imposibilitando hablarlo y elaborarlo, generando malestares que en la situación de «quedarse en casa» pueden verse exacerbados. Sin embargo, si comprendemos el valor de las sucesivas separaciones, será más fácil.

«Me noto que estoy más irascible. Es que no puedo ni ir al baño sola».

Niñas y niños no necesitan presencia adulta permanente a partir de cierta edad y en función de las necesidades. Es beneficioso dejarles espacios que posibiliten conectar con su imaginación creadora. El espacio propio de cada miembro de la familia es necesario y saludable; delimitarlo adecuadamente puede complicarse en estas circunstancias (no es lo mismo vivir en una casa con jardín, que en un piso de 40 m2), pero siempre es posible.

«Ahora me reclama más; tengo que hacérselo todo».

A veces cuesta no sobreproteger, y se le hacen las cosas, para terminar antes, desajustando los lugares donde niñas y niños ‘todo lo que quieren, pueden conseguirlo’. Si queremos construir una buena autoestima, es importante señalar que ‘todo lo que niñas y niños pueden, tienen que hacerlo’ (si pueden vestirse, bañarse, prepararse la merienda, hacer deberes…, deben hacerlo).

«Se lo digo mil veces, pero no hace ni caso».

El límite es imprescindible para crecer. No es un castigo. Es para que crezcan, no para que obedezcan o por disciplina. Sabiendo que, como proceso saludable del crecimiento, puede que vuelvan a probar, pidiendo la confirmación del límite, la persona adulta tendrá que evitar no justificarse, no entrar en paridad, y no repetir las cosas muchas veces.

La situación actual es totalmente extraordinaria, y es necesaria la contención, pero sin confundirla con sobreprotección y sin abdicar del papel adulto. Sabemos que cuesta, pero es posible ir dando pasos, que generarán mucho alivio, y con ello contribuiremos a cambiar el guion hegemónico.

Nota de Osalde: Los comentarios en el blog de público (Aqui)

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