El feminismo y las transformaciones en la política

El feminismo y las transformaciones en la política

Libro de Mariluz Esteban. Fuente:Vientosur 12/01/2020 | Justa Montero

Prefacio al libro de Mari Luz Esteban «El feminismo y las transformaciones en la política» 12/01/2020 | Justa Montero

Cuando Mari Luz Esteban me propuso prologar su libro, acepté incluso antes de leerlo, entusiasmada por lo que consideré un regalo. Estaba convencida que, como el resto de sus trabajos, me interesaría a la primera lectura, que me obligaría a repensar ideas y conceptos y, tratándose de un libro sobre la actualidad del feminismo, me ayudaría a reflexionar y profundizar sobre los últimos debates y experiencias en el movimiento feminista. Como era de esperar no hubo sorpresas, se trata de un texto inquieto, lúcido y desafiante que me interesó enormemente desde su misma introducción. Quiero empezar por agradecerle tanto la confianza que deposita en mí, como su nueva aportación al pensamiento y acción feminista.

Ambas compartimos la experiencia del activismo en el movimiento feminista. Ella desde Euskal Herria y yo desde Madrid, formamos parte de la misma generación, la que nos encontramos defendiendo a las mujeres de Basauri (Bizkaia), su pueblo, que iban a ser juzgadas por haber abortado, a finales de los años 70 del pasado siglo, y seguimos compartiendo el activismo y la reflexión en jornadas y encuentros. Ambas cosas muy presentes en este libro que trata sobre el momento actual del feminismo.

Y no vivimos un momento cualquiera, hemos entrado de lleno en una época de efervescencia feminista. En estos últimos años hemos irrumpido con fuerza en todos los espacios, los públicos y los privados, desde las casas y las calles a todo tipo de instituciones, en todo tipo de empleos, en las escuelas y los centros sanitarios. La extensión del feminismo por todos los rincones, barrios y pueblos, hasta los más recónditos, es un fenómeno social sin precedentes.

La masiva, transversal e intergeneracional participación de mujeres en las convocatorias de las huelgas feministas y las movilizaciones de 2018 y 2019 es una manifestación incontestable de esta realidad. Cada vez más mujeres (incluidas las que en el libro la autora agrupa en lo que denomina “frente popular feminista”) se sienten interpeladas por el llamamiento del movimiento feminista para expresar los malestares acumulados, el hartazgo por las injusticias que atraviesan nuestras vidas. “Gora borroka feminista” (Viva la lucha feminista). Y con ese grito hemos sacudido a la sociedad de arriba a abajo.

Como señala la autora, el momento no puede ser más interesante, y los desafíos a los que nos enfrentamos también lo son. Porque vivimos envueltas en paradojas: la fuerza del feminismo es mayor que nunca, pero la vida de muchas mujeres sigue marcada por las violencias machistas, por la precariedad o el racismo; la igualdad está instalada en el discurso hegemónico pero en el contexto de la crisis sistémica se profundizan las desigualdades entre hombres y mujeres y entre las propias mujeres; ser feminista ha dejado de estar estigmatizado pero existe una enorme disputa por su sentido, en la que intervienen hasta fuerzas de extrema derecha.

En el libro se van desgranando reflexiones, interpelando, preguntando y preguntándose sobre los nudos en los que estamos atrapadas. Se revisa y se da vuelta a los debates para ir abriendo el foco del análisis y haciendo más útil la teoría a la política feminista en esta situación compleja. Se ofrecen herramientas para reflexionar sobre cómo adaptar las políticas feministas a los cambios y transformaciones que el propio feminismo está generando.

Resulta muy estimulante no encontrar respuestas cerradas ni tranquilizadoras, es más, en algunos casos ni tan siquiera hay respuestas en un explícito interés por abrir un proceso de pensamiento colectivo. Como buena activista y pensadora crítica no se da por satisfecha con cualquier análisis, huye de la simplificación como de la peste en su preocupación por afinar, por “acertar mejor en la propuesta”. Y eso en los tiempos que corren resulta enormemente valioso.

Intento aplicar en este prólogo lo que la propia autora plantea “tomar las ideas como palanca para el debate y pasarlas por el filtro de otros argumentos y experiencias”. Vaya por delante que saco de contexto algunos de sus planteamientos al no referirlos al contexto vasco desde el que los plantea.

La primera pregunta se refiere a cómo caracterizamos el momento actual: ¿estamos ante una nueva ola feminista? Comparto las dudas sobre el interés en clasificar los momentos feministas en términos de olas, “no se adaptan del todo a nuestra pequeña historia”, a la historia del movimiento feminista vasco, desde dónde hace su análisis situado, ni, añado, a la historia del movimiento feminista del Estado español que conozco.

Mi referencia es el 8M, lo que define para mí el momento actual es lo que expresamos el 8M de 2018 y 2019 y que representa un cambio importante respecto a momentos anteriores: no fue una explosión bajo un paraguas, ni el de la violencia ni el del trabajo, que integrara todas las reivindicaciones, sino una explosión que articulaba la respuesta a una multiplicidad de conflictos. Tenía que ver con las potentes respuestas que habían precedido a ese 8M de 2018 en defensa del derecho al aborto o a la masiva contestación frente a las violencias machistas, pero también respondía a lo que se había ido labrando como respuesta a los conflictos vividos por muchas mujeres por los procesos de desposesión que atraviesan nuestras vidas y nuestros cuerpos: las de las empleadas de hogar, las de las bolleras y trans, las migrantes y mujeres racializadas, las precarias, las jubiladas, las trabajadoras asalariadas, las que enfrentan los desahucios y la pobreza energética, las cuidadoras, las mujeres con diversidad funcional, las ecologistas, las estudiantes, las periodistas, las jóvenes ejerciendo un nuevo liderazgo.

El movimiento feminista hizo una certera lectura del momento (como lo había hecho de la crisis sistémica), de cómo los zarpazos del neoliberalismo han ido creando nuevos sujetos políticos. Por eso fue decisivo el carácter inclusivo de la convocatoria del 8M que permitía constituir un sujeto, un “nosotras” que partía de la diversidad.

Y ese “nosotras” inclusivo se expresó porque partió del reconocimiento de la diversidad, de las distintas formas en que el patriarcado se expresa en nuestras vidas, en cómo nuestras experiencias están atravesadas por otras categorías de jerarquización social que establecen relaciones de poder dependiendo de la clase, la raza, la identidad de género, la opción sexual, la situación migratoria que tengamos, nuestra identidad nacional. Un “nosotras” abierto, inclusivo que no puede usurpar la palabra de ninguna.

Se trata entonces de un “nosotras” contrapuesto al sujeto neoliberal, ese sujeto individualista, desprovisto de cualquier consideración social, de cualquier interdependencia colectiva, y privado de derechos, convertido en “homus económicus”, sujeto emprendedor que deriva en un “feminismo de éltite y meritocrático” que practica el liberalismo y es consustancialmente insolidario. En síntesis, un “nosotras” inacabado, en crítica también con el binarismo.

Es un sujeto apegado a la cotidianeidad, pegado a lo concreto, que huye por tanto de cualquier tratamiento abstracto de “la mujer” que no sitúe la diversidad aterrizada, y en un feminismo que pone en el centro las condiciones de vida de todas; que establece la conexión entre las distintas luchas; y que apunta a un proyecto transformador de la sociedad que ineludiblemente lleva a una fuerte crítica del sistema.

A lo largo del libro se hace referencia a los problemáticos efectos de la victimización permanente de las mujeres. El sujeto feminista que se expresa en esas movilizaciones, lo hace desde nuestra consideración como sujetos políticos, con palabra, con agencia, con capacidad para expresar nuestras necesidades y con capacidad ética para decidir; víctimas del sistema pero no vizctimizadas por un relato que nos quita la palabra, nos niega el derecho y la posibilidad de decidir, que nos habla de tutelajes diversos y propicia políticas asistencialistas anti-empoderadoras.

La cuarta ola es esa nueva dimensión de la protesta feminista, global desde la diversidad, que dibuja un complejo mapa de los conflictos que atraviesan a las mujeres y que articula las respuestas a los distintos sistemas de opresión y de agresión a la naturaleza. ¿Estamos fraguando otra forma de hacer política?

Por eso es tan pertinente su llamamiento a hacer “lecturas más abiertas y complejas de la realidad” y que ella practica situándolo en el contexto vasco.

Pero volvamos a los desafíos, y aquí no puedo sino sumar algunos interrogantes a los que ya aparecen en el texto.

¿Cómo hacer efectiva esa hegemonía cultural conseguida? ¿Cómo conseguir que no se reduzca al plano discursivo sino que logre abrir grietas en el sistema y cambios en las vidas de las mujeres? ¿Cómo transitar entre las urgencias, las exigencias concretas y las que apuntan a un horizonte de cambio más profundo? Creo que hay un espacio vacío que es el de las demandas de transición que el feminismo debe abordar. La referencia al debate en el feminismo vasco sobre cómo articular la reivindicación de un Estado feminista vasco y muy especialmente sobre cómo puede ser ese proceso, hacia dónde apuntan las propuestas de transición, va en ese sentido.

Pues sí, el feminismo ya no es lo que era, ni sus propuestas, ni su organización, ni la militancia. El pensamiento y la contestación se fraguan desde las redes, desde el feminismo de opinión; el feminismo también se ha extendido, sin comparación con otras épocas, en el ámbito académico, profesional. Y muchas veces, y esa es su visión, todo está entrelazado puesto que hay mujeres que comparten varios espacios. Me resulta muy interesante el desarrollo de la institucionalización, la profesionalización y especialización del feminismo que se dibuja en Euskal Herria, los espacios universitarios, los servicios de igualdad, las escuelas de empoderamiento, las casas de las mujeres, en mucha mayor conexión de lo que sucede en otros territorios.

El debate sobre la institucionalización sigue presente. La importancia de estar en las instituciones e impulsar políticas públicas que pongan en el centro la vida de las personas y no los beneficios de los mercados, y los límites que presentan. El interés de la feministización de la política institucional y los peligros de adaptación a las poderosas maquinarias institucionales, y las alarmas ante el poder para “neutralizar o determinar las lecturas o actividades del movimiento en su conjunto”. Más allá de los dilemas clásicos desde el feminismo, se trata también de hacer una evaluación de conjunto. Esto resulta más factible cuando se tiene una experiencia más prolongada de presencia institucional de feministas, como es el caso en Euskal Herria, que la experiencia vivida de cuatro años de Ayuntamientos para el cambio o del resultado del “asalto a las instituciones” en muchos Parlamentos o Ayuntamientos. Una evaluación de las propias mujeres que han hecho esta experiencia desde dentro, y también desde las que hemos estado fuera, sería muy necesaria para identificar los obstáculos, las dinámicas que hacen tan volátil y vulnerable la posición feminista en esos contextos.

Aun considerando la importancia de todos los espacios, creo central partir de considerar que “el ámbito fundamental en el que tenemos que invertir esfuerzos es el de las transformaciones personales, políticas y económicas, y que para ello el instrumento principal sigue siendo los movimientos sociales y las prácticas concretas”. La apuesta por la autoorganización y los procesos colectivos y el trabajo en común nos lleva de nuevo a preguntarnos: ¿Estamos redefiniendo la política?

Claroscuros

La autora se adentra en los claroscuros del pensamiento y el quehacer feminista en tres temas centrales como son las violencias, los cuidados y el poder. Me resulta difícil decidirme por qué señalar como relevante, porque todo lo que se plantea me lo parece.

Señalaba antes algunas paradojas, una de ellas es la pervivencia de un discurso igualitarista junto con el sufrimiento de las mujeres que siguen siendo víctima de las distintas manifestaciones de violencias machistas, de una sociedad que formalmente las condena y que institucionalmente actúa desde lo políticamente correcto. Pese a los cambios que hemos ido consiguiendo, pregunta la autora, ¿no hay una cierta impotencia después de lograr un nivel continuo de movilización social fuerte?¿Qué está fallando? ¿No habremos tocado techo? ¿Cómo acertar para conseguir que las mujeres vivamos libres de violencias?

Hay que abrir el foco del análisis y hay que abordar debates, sin duda complejos, sabiendo que aún no tenemos respuestas concretas eficaces, pero que hay que buscarlas, no podemos mantenernos en la presente barbarie por más tiempo. Y a esto anima la lectura del libro.

La autora formula preguntas muy abiertas: ¿qué nos estamos dejando fuera? Nos estamos dejando fuera el enfoque y la estrategia de la autodefensa, entendida no sólo en su sentido físico sino también en el emocional y de concienciación y que de alguna forma representa una alternativa a la pasividad a la que empujan los discursos victimizadores; nos estamos dejando fuera a los hombres; y también a la sexualidad, “el encuentro gozoso entre dos o más cuerpos”, al instalar en el imaginario colectivo su negatividad por los peligros asociados a la violencia y no a los aspectos positivos vinculados al disfrute de nuestro placer.

Tampoco podemos dejar de reflexionar sobre lo que entendemos por justicia feminista como alternativa a la denuncia de la justicia patriarcal. Desde mi punto de vista tiene que ver con cómo se concreta la exigencia de verdad, justicia, reparación y el principio de no repetición.

La verdad, si no hay reconocimiento, no existe. Desvelar el alcance de esta afirmación de perogrullo no ha sido fácil, pero lo conseguimos aunque las estadísticas todavía sigan sin reflejarlo. Las miles de mujeres que salimos a la calle en apoyo a la mujer que una manada violó en los Sanfermines al grito colectivo de “yo si te creo” sentenció un antes y un después. Un después que llevó a miles de mujeres a dar testimonio en primera persona sobre cómo y por parte de quién sufrieron violencia machista. La movilización colectiva dio soporte al testimonio individual y actuó como reparadora del sufrimiento escondido. Esta experiencia establece una interesante diferencia de lo sucedido con el metoo en EEUU, no le quita importancia, pero tiene otra dimensión para la política feminista porque de la mano de la movilización alcanzó un sentido colectivo.

Vayamos a la justicia, ¿qué significado tiene hablar de justicia feminista? Un terreno arriesgado y por explorar que se aborda en el texto. Más allá del debate situado en Euskal Herria, en el movimiento feminista del Estado español “el punitivismo” como salida fundamental a las violencias machistas, ya fue motivo de debate allá por los años 90 del siglo pasado; pesaba cierta idea que se iba extendiendo en los movimientos sociales de considerar el Código Penal poco menos que garante de la resolución de conflictos. Hoy el debate vuelve al constatar que, como se señala, la encarcelación no cambia a los agresores, que la denuncia policial no siempre es la mejor salida y que la rabia que nos revuelve y nos moviliza ante cada uno de los asesinatos y violaciones de mujeres puede llevar a plantear soluciones rápidas y falsas, como es el reforzamiento del Estado penal. Una salida enormemente funcional a la necesidad por parte del capital de un Estado cada vez más autoritario con sus leyes de extranjería y mordaza, en el contexto neoliberal.

No podemos dejar de preocuparnos por el riesgo de una propuesta feminista que aliente el punitivismo como LA salida a las violencias machistas y preguntarnos por la lógica que refuerza, que no es otra que la de la prisión permanente revisable. Y ¿dónde queda la reparación para las mujeres y el principio de no repetición?

El debate está servido y, como vemos, cargado de interrogantes; aunque conocemos los límites de donde estamos, urge mover el foco.

Otro tema estrella que se aborda en el libro es el de los cuidados que también se mueve en dos planos, el práctico y el teórico. En el práctico es precisamente en Bizkaia donde se ha dado una de las experiencias más sostenidas de actividad feminista en torno al tema, ya desde 1991, y donde se constituyó en su día la “Plataforma por un sistema público vasco para la atención a la dependencia” que deja muchas enseñanzas.

Desde el punto de vista teórico se trata de adentrarnos en las distintas propuestas existentes para ver cuáles son las mejores herramientas para lograr, tanto el objetivo de dar visibilidad y reconocimiento al trabajo realizado por las mujeres, como al de lograr una redistribución de este trabajo entre los hombres y el Estado.

La trascendencia social de los cuidados, la crisis del sistema que debería atenderlos y la centralidad que tiene para el feminismo, donde la economía feminista ha tenido un papel fundamental, ha hecho que la producción teórica en esta materia sea enorme. El libro desgrana los distintos planteamientos feministas al respecto y, aun a riesgo de simplificar en exceso, me atrevo a señalar que, si bien el reconocimiento y la redistribución del trabajo de cuidados va de la mano, hay una apuesta por “la redistribución como el mejor camino para asegurar un reconocimiento” que garantice los derechos sociales y laborales para quienes los realizan. Lo que resumo en tres líneas tiene un riguroso tratamiento por parte de la autora, que sin duda introduce nuevas reflexiones y debates.

Señalaba el fructífero resultado del trabajo de las economistas feministas arrojando luz sobre la necesidad de desplazar a los mercados del centro del análisis para poner la sostenibilidad de la vida digna. Recogiendo esta premisa, el diálogo desde la antropología feminista propone también una lectura “crítica a la centralidad de los cuidados en la propuesta feminista” por la hipertrófica de la dimensión emocional que se les atribuye. Tiene que ver con esa afirmación de que no hay mejor cuidado que el que se hace por amor, tan eficaz para desvincularlo de los derechos que deberían acompañar al trabajo de cuidados y para profundizar en la dicotomía entre derechos y sentimientos que tan lesiva es para las mujeres.

Llegado a este punto conviene aclarar que no se cuestiona en modo alguno la importancia de esa dimensión emocional, al contrario, es una dimensión muy presente en el análisis de Mari Luz Esteban, sino su hipertrofia. Los matices son importantes para evitar falsos debates y conclusiones. La alarma viene motivada por el significado que tiene señalar lo emocional como la característica principal de este trabajo y asociarlo a la feminidad que a su vez es lo propio de las mujeres. De esta forma se utiliza para afianzar las desigualdades y los espacios diferenciados entre hombres y mujeres, cuando no deja de ser una construcción social.

La propuesta que encontramos es doble: por un lado anima a redimensionar la importancia de las emociones y a distinguir entre afectos, emociones y cuidados y, por otro, a reconceptualizar el término de cuidados.

Para ello parte de su trabajo etnográfico sobre el amor, recogido en el libro Crítica del pensamiento amoroso, y propone explorar otros conceptos como apoyo mutuo, o aquellos que aporta la antropología como autoatención o reciprocidad, que considera que tienen la virtualidad de ampliar el significado tradicional que se atribuye al término cuidados y desafía la triada mercado-Estado-hogar. Abre así una nueva línea de pensamiento y de acción práctica a explorar.

Pero la preocupación por discursos más o menos esencialistas, por la posible naturalización de valores asociados a las mujeres por “una supuesta orientación ética y política específica”, tiene que ver con esa búsqueda de las herramientas teóricas que más pueden ayudar en el análisis y el cambio social. Una preocupación que se extiende también a otros temas que recoge el libro. Hablamos de las estrategias de las mujeres para participar en puestos de responsabilidad/poder, para establecer una relación menos frágil e inestable cuando están en cualquier tipo de institución, pero muy particularmente en las instituciones de representación política. En ese preguntar sobre la redefinición de la política, ¿cuál es el significado de la feministización/feminización de la política?

Quiero rescatar una línea que recorre el libro, me refiero a la fructífera relación que establece entre teoría y práctica, como no podía ser de otra manera. Mari Luz Esteban lo hace a partir de su doble mirada, encarnada en su doble condición de activista feminista vasca en su largo e intenso transitar en el movimiento feminista y el de su condición de fructífera antropóloga feminista. Un diálogo que enriquece ambos campos y que nos resulta de enorme interés y utilidad. Apuesta por un conocimiento resultado del pensar, investigar y hacer, reivindicando el espacio del hacer, del movimiento feminista como espacio de creación de conocimiento y reivindicando una teoría que no puede quedar alejada, extrañada de la práctica. Y reflexiona sobre los problemas que plantea cierta disociación que pudiera existir en la actualidad.

Es particularmente relevante en un momento que, como señalaba antes, existe una fuerte disputa por el sentido del feminismo, y en el que en esa disputa el significado de los términos es central. Vemos cómo se intentan resignificar desde muy distintos enfoques ideológicos y espacios políticos. Desde mi punto de vista para el movimiento feminista supone también la necesidad de someter sus conceptos y propuestas a la prueba de la realidad para medir su utilidad, su capacidad de comunicar y explicar la realidad y para, en definitiva, dar potencia y fundamento a su práctica y propuesta y, por supuesto, para hacernos entender.

En la lectura del libro nos adentramos en el alcance del concepto de empoderamiento y la necesidad de precisar su significado por los riesgos de su identificación con el término emprendimiento, una idea central del pensamiento neoliberal; en la importancia de contextualizar los términos de violencia o de cuidados; los límites de los adjetivos que se utilizan para caracterizar “los cuidados” (familiares, informales, domésticos….); y los de utilizar el paraguas de la violencia para designar cualquier desigualdad o subordinación de género. La preocupación es la de evitar el empobrecimiento de los análisis, y la propuesta es sencilla: seleccionar para cada contexto el concepto más adecuado; de este modo se aligera la tendencia a la fascinación por los términos que lleva a interminables debates, sin que ello suponga merma en la complejidad y profundidad de los discursos y prácticas feministas.

Por último, no puedo dejar de referirme a la propuesta, todavía incipiente, que hace la autora en el Epílogo. El título “resistir cuerpo a cuerpo. El movimiento como un estar-juntas” habla por sí solo de la sugerente línea que abre. A partir de la teoría del cuerpo (otro de sus temas de investigación y trabajo) apunta cómo toda transformación social y política lleva implícita una transformación corporal y cambios en la manera de sentir y de actuar, que la política y el activismo son fenómenos físicos. Y señala cómo ello cambia la idea de la política que pasa constituirse como un “estar-juntas”, donde las relaciones y emociones que surgen entre los cuerpos constituyen un solo colectivo. Un estar-juntas, aclara, siempre crítico y ligado al deseo de transformación social, lo que nos vuelve a alejar del sujeto individual neoliberal, racional, autosuficiente y carente de sentido social.

Decía al inicio del prólogo que para hablar de la situación del movimiento feminista tomaba como punto de partida el extraordinario proceso que acabó en la movilización del 8M de 2018 y 2019. Una movilización cargada de emoción y razón (dos elementos imprescindibles para la revuelta feminista). En ese proceso compartí, y sigo compartiendo, activismo, alegrías y preocupaciones, risas, cansancios y algunos bailes con compañeras como Rafaela Pimentel del grupo “territorio doméstico” de empleadas de hogar. De ellas aprendí un término y una práctica de la que, con otros términos, se habla en el libro, la de “acuerparnos” para estar y sentirnos juntas. Eso fue lo primero que me vino a la cabeza cuando leí el epílogo.

Gracias Mari Luz por tu libro del que solo he podido dar cuenta de una pequeña parte de lo que me sugiere y plantea.

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