De la violencia al estigma, un camino de mayor sensibilidad, por Iñaki Márkez

De la violencia al estigma, un camino de mayor sensibilidad, por Iñaki Márkez

Fuente: NORTE de salud mental 60. Enero 2019. Editorial 5. • De la violencia al estigma, un camino de mayor sensibilidad. Iñaki Markez. (Miembro de OME y Osalde)

Se ha llegado a convertir en dogma que la locura esté causada por una disfunción neurológica que puede ser tratada y curada con fármacos orientados a ciertos neurotransmisores específicos, un paradigma que en los últimos años se señala como incuestionable. También la visión de la psicosis como una enfermedad biológica es hegemónica en la actualidad en los medios profesionales o profanos. Pero estas enfermedades tienen lugar en personas, en seres humanos que son mucho más que entes biológicos. De ahí que las diferentes orientaciones biologicista, psicodinámica, cognitiva o conductual se centren en la persona.

¿Qué manifestaciones clínicas encontramos en las psicosis? Alteraciones de la percepción y el pensamiento (ideas delirantes, alucinaciones) como puerta de entrada de la locura y reflejo de la fragmentación respecto a la realidad… aunque las ideas delirantes de las psicosis afectivas tengan un contenido coherente con el estado emocional. Pero ¿dónde están los límites de la realidad frente al delirio? Recordemos esa multitud de elementos rituales propia de algunas religiones: comer el cuerpo o beber la sangre de Cristo a través del pan y el vino, que no es delirio sino fe, algo “normal”; hablar con un dios imaginario en momentos de meditación es normalidad, y hacerlo durante el duelo con un ser querido fallecido, es delirio… además de la falta de introspección (no conciencia de enfermedad como elemento característico de los cuadros psicóticos), trastornos con afecto inadecuado, distorsión de la realidad, desorganización, pobreza psicomotora, etc. Los comportamientos agresivos no están presentes… si bien será fácil su inclusión vía los síntomas negativos como comportamiento social inapropiado. La sociedad percibe el padecimiento de una enfermedad mental grave con el peligro y tendencia a cometer actos delictivos y violentos, incluso asociando sucesos violentos más mediáticos con la enfermedad mental. Así, leeremos y oiremos sobre jóvenes con comportamientos graves, la tasa de trastornos mentales es alta entre los delincuentes antes, durante y después del encarcelamiento, altas tasas de morbilidad psiquiátrica entre acusados de delitos o ya encarcelados,… No solo, también leeremos que en un episodio psicótico con ingreso involuntario motivada por la agitación, ese precedente tan frecuente de la violencia hacia los demás y a uno mismo, encontraremos mayor presencia de síntomas positivos, conducta suicida, falta de insight y comportamientos agresivos. Agresividad que, curiosamente, en ocasiones, se asocia a la involuntariedad del ingreso y a mayor psicopatología en esos primeros episodios.

Todo ello conduce a generar un estigma de pe- ligrosidad para quienes padecen enfermedades mentales, con la discriminación acompañante que conlleva: se les señala como alguien con riesgo de cometer actos violentos, con escasos estudios, sin actividad laboral, consumidor de tóxicos, etc.

Ni CIE-10 (1992), ni DSM-5 (2013) expresan en sus Criterios diagnósticos la violencia y, sin em- bargo, está muy presente en el ideario social, y en los profesionales de la salud.

Sí es cierto que existe literatura, aunque escasa, al respecto: personas violentas con esquizofrenia escuchan en sus alucinaciones un contenido más negativo; conductas violentas que se correlacionan con delirios de persecución aunque no con alucinaciones imperativas y sí teniendo más delirios paranoides que les hacen enfadarse, etc.

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