De la industria de carne ‘low cost’ a una alimentación de calidad y sostenible

De la industria de carne ‘low cost’ a una alimentación de calidad y sostenible

Los cada vez más numerosos ciudadanos y ciudadanas que queremos comer mejor y de un modo responsable, tenemos a nuestro alcance dejar atrás el ‘low cost alimentario’

Fuente: FLORENT MARCELLESI eurodiputado de EQUO  elconfidencial.com

Nuestro sobreconsumo y sobreproducción de carne es simplemente insana, insostenible y nada respetuosa con los animales.

Los datos son claros: si queremos que nuestra dieta sea saludable y sostenible, no debemos superar los 20 kilogramos de carne. Es decir, teniendo en cuenta que una persona en España consume de media 50 kilogramos de carne al año, significa que debemos reducir a más de la mitad nuestro consumo.

¿Cuáles serían las consecuencias de no hacerlo?: Menos salud. Es conocida la relación entre consumo de carne roja y procesada con casos de diabetes, enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer. Pero hay más. La industria cárnica chuta a los animales con antibióticos, lo que provoca el desarrollo de bacterias resistentes que son transmitidas a las personas. Tan grande es el abuso y el riesgo para la salud pública que la Organización Mundial de la Salud ha pedido limitar su uso en animales para consumo humano. Todo un reto cuando sabemos que en España el 84% de los antibióticos que se usan se destinan a la ganadería industrial.

La industria cárnica chuta a los animales con antibióticos, lo que provoca el desarrollo de bacterias que son transmitidas a las personas

El programa ‘Salvados’ de Jordi Évole de febrero de 2018 sobre la explotación industrial de carne de cerdo en España mostró las condiciones laborales que se dan en mataderos, en su mayoría en régimen de subcontratación, precariedad laboral y estrés psicológico. Por si fuera poco, el desarrollo incontrolado de las macrogranjas supermecanizadas destruye empleo en el mundo rural: ¡4 veces menos empleo en estas industrias intensivas que en las pequeñas explotaciones! Mientras por un lado exportamos nuestros productos cárnicos, por el otro nos quedamos con los costes sociales.

Solo en España se sacrifican tantos cerdos como habitantes hay en nuestro país y más aves de corral que habitantes en la Unión Europea.

Con esta masificación industrial dominada por las grandes corporaciones, los animales no son seres sintientes que viven en el campo sino meras cosas y mercancías confinadas en naves industriales. Si alguien hiciera a su perro lo que la industria cárnica le hace a un cerdo, una vaca o un pollo, acabaría en la cárcel.

Según la Organización Mundial de la Alimentación y Agricultura (FAO), la ganadería es uno de los sectores que más impactos tiene sobre el cambio climático: ¡casi el 15% de los gases de efecto invernadero emitidos a nivel mundial! Además, las proteínas animales requieren para su producción diez veces más hectáreas que las proteínas vegetales, lo que provoca problemas graves de deforestación, por ejemplo, en la Amazonía. Y eso contra toda lógica alimentaria: si los cultivos comestibles empleados para alimentar a los animales se destinaran al consumo humano, se podría alimentar a 4.000 millones de personas más en el mundo.

Continuar en la vía del ‘low cost’ alimentario perjudica seriamente a las personas y causa daños irreparables a lo vivo. Por ello, fomentemos una transición hacia un nuevo modelo agrícola que privilegie la producción ecológica de proteínas vegetales y, con un consumo de carne reducido por lo menos a la mitad, la ganadería extensiva, ecológica y local. Esto implica luchar contra las macrogranjas que matan al mundo rural y revisar de arriba a abajo la Política Agrícola Común para que sea una herramienta a favor de la agricultura ecológica y de las pequeñas explotaciones.

De forma complementaria, ejerzamos nuestra capacidad como consumidores, apostando por nuestra dieta mediterránea. Es decir, una dieta que además de ser mucho mejor para el clima, privilegia las proteínas vegetales a las de origen animal. En este sentido, podemos y debemos incentivar social y económicamente el consumo de legumbres, los huertos urbanos, los grupos de consumo, el etiquetado de proteínas vegetales, guías municipales de restaurantes con opciones a base de proteínas vegetales o una alimentación sana y sostenible para nuestras hijas e hijos en los comedores escolares.

Y, más allá del necesario cambio de hábitos personales en el día a día, estas acciones podemos y debemos llevarlas a cabo de forma colectiva. Los cada vez más numerosos ciudadanos y ciudadanas que queremos comer mejor y de un modo responsable, tenemos a nuestro alcance dejar atrás el ‘low cost alimentario’ y apostar por una alimentación de calidad a favor de la salud, el empleo, el clima y los animales.

* Florent Marcellesi es eurodiputado de EQUO

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